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el Kiosco de Página/12

Política y guiñol
Por M. Vázquez Montalbán

t.gif (862 bytes) El único debate entre los dos principales aspirantes a presidir el gobierno español, señores Almunia y Aznar, ha sido posible gracias a los muñecos de guiñol de Canal Plus, un género copiado del Canal Plus francés, copiado y mejorado. Los guionistas y manipuladores del programa español han conseguido convertirlo en análisis político forense, porque algo tiene de autopsia de las pautas de conducta de los políticos. Mientras se dice que el mismísimo Elíseo ha presionado en Francia para que desapareciera el espacio, en España es uno de los más seguidos y temidos, especialmente por la esposa del presidente Aznar, frecuentemente indignada por la caricaturización de su marido. La señora Botella tiene un sentido de la dignidad que rechaza la ironía, por lo que presupone de inseguridad en la afirmación y la creencia, incluida la inseguridad en la afirmación y en la dosis de creencia en uno mismo que ofrecen los espejos.

  Aznar se negó a aceptar el desafío del socialista Almunia para un cara a cara ante las cámaras de cualquier cadena de TV. Consciente de su ventaja de salida, el presidente no quería concederle al aspirante un territorio que a priori tenía acotado, pero no contaba con la revisión crítica del guiñol. Los guionistas han ido construyendo el imaginario de Aznar y Almunia a partir de la sabiduría convencional transmitida por los medios de comunicación. Se diseña así un Aznar irrelevante, incoloro, inodoro, insípido, machacón, poco hábil cuando trata de llegar al nivel de la ironía y menos todavía cuando se sube a las cumbres de la trascendencia. Un Aznar obsesionado por su carencia de carisma, defecto que pretende convertir en virtud, como si el carisma fuera una incorrección en tiempos de hegemonía de lo correcto. De hecho, Aznar heredó la obsesión anticarismática de los tiempos en que daba la réplica a Felipe González y todos le señalaban con el dedo: Vd. no tiene carisma y González sí. Como la madrastra de Blancanieves, Aznar se desesperaba cuando cada noche el espejo le contestaba: No, Felipe González todavía tiene más carisma que tú. Por eso presume de que ha conseguido gobernar España sin carisma y se indigna ante la posibilidad de haber contraído carisma como si se tratara de un virus.

  Si éste es el imaginario de Aznar, el de Almunia es el de Sancho Panza de Felipe González que le está guardando la silla para cuando su jefe decida volver a recuperarla. Si los guiñoles describen a un Aznar sin carisma, no esconden que Almunia no está dotado para despertar entusiasmos y es más previsible en sus respuestas que un calendario. Imaginemos pues la noche en que Canal Plus decidió sustituir el imposible careo real por un careo virtual y los guiñoles consiguieron crear hasta la perfección la ilusión óptica del encuentro y del debate. Un estudio exacto de los sistemas de señales de los políticos reales permitió un milagro semiológico, como fue el que nos sintiéramos espectadores del debate real, a pesar de que somos conscientes de que estamos presenciando un simulacro, una caricatura. He aquí una materia de análisis para las facultades de Ciencias de la Información y especialmente para los estudios sobre la decodificación del sistema de señales.

  Porque la excelencia del resultado tal vez no se deba solamente a los buenos que son los guionistas y los manipuladores de los guiñoles. Tal vez cuentan con una complicidad inesperada: la de los políticos que cada vez más se parecen a sus caricaturas, como si fueran atraídos por ellas, como insectos flotantes en las aguas atraídos por los sumideros. Los ingleses ensayaron la crueldad diabólica de los Spitting Images, los teleñecos capaces de apoderarse del alma de los protagonistas reales de la Historia de Papel, es decir, de la historificación mediática. Terrible sospecha para un Platón del siglo XXI. ¿Nos gobiernan los políticos? ¿Sus guiñoles? ¿Sus caricaturas? 

 


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