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OPINION

El Mercosur es Macondo

Por Julio Nudler

�Sobra retórica y voluntarismo en las opiniones sobre el Mercosur. Nada es llamado por su nombre. Esto parece Macondo.� Felipe de la Balze, especialista en economía internacional, fustiga así la pobre calidad del debate estallado ante la crisis del Mercado Común del Sur. Sus ideas permiten descubrir claves que quedan ocultas bajo el ruido atronador de los slogans. A continuación, un recorrido por sus planteos.
El Mercosur tiene problemas profundos de diseño, que estuvieron algo tapados entre 1992 y 1997 por el gran crecimiento del comercio. Ahora se abrió el telón, y descubrimos que el rey estaba desnudo. Ante esto, la respuesta de los dirigentes y de los sectores de interés es un viva la pepa. Cada cual reclama u ofrece protección y subsidios. Cada guitarrero toca su melodía.
Lo primero a definir es para qué sirve el Mercosur. En este sentido, hay dos visiones en pugna. Una, que toma ideas que predominaron desde fines del siglo XIX hasta mediados del XX, cree que una región con muchos kilómetros cuadrados y muchos habitantes es poderosa y eventualmente próspera. Esta visión fue causante de inmensas tragedias. Europa desapareció como el centro del mundo en la primera mitad del siglo XX porque grandes países europeos creyeron y aplicaron esa visión. A través de la expansión territorial y la opresión de otros pueblos quisieron asegurarse esos atributos del poder.
Pero si uno mira el mundo actual, hay diez países con más de 100 millones de habitantes: Brasil, Estados Unidos, Nigeria, Rusia, China, India, Indonesia, Japón, Pakistán y Bangladesh. De esos diez, sólo dos son ricos y prósperos. La gran escala suele ser en realidad una desventaja, porque es mucho más difícil administrar y gestionar una realidad muy heterogénea. Por eso pequeños países como Hong Kong, Singapur, Nueva Zelanda, Israel o Irlanda lograron ser éxitos importantes después de la Segunda Guerra Mundial.
Lo cierto es que en el siglo XXI un país no valdrá por su tamaño sino por la calidad de su sistema educativo, de sus instituciones de gobierno, de su inserción internacional. Esa será la forma de sacar partido de la globalización. Obviamente no basta con ser chico para ser exitoso, pero siendo grande es más difícil prosperar.
Los que aún creen en aquella visión ligada al tamaño entienden al Mercosur como una fortaleza cerrada. Piensan que la sustitución de importaciones que se hizo antes a nivel nacional debe ser consumada ahora a escala regional. Creen que este bloque de cuatro países, más algunas alianzas con otros vecinos, podrá competir con los otros colosos mundiales.
Que durante los 90 las inversiones hayan venido a la Argentina pensando en el Mercosur no es una suerte sino justamente el problema. Si los argentinos pretendemos alcanzar la productividad de Italia o España, lo cual es un objetivo razonable, debemos tener una economía mucho más orientada al mercado mundial, más especializada y abierta que la que tenemos hoy. Si la Argentina acepta al Mercosur como un fin, en lugar de verlo como un instrumento para insertarse en la economía global, está admitiendo que su techo de productividad y su nivel de vida promedio venga dado en el futuro por las características de ese mercado. Si, al revés, el mercado regional se contempla sólo como una plataforma que permita exportar al mundo (después de todo, el Mercosur todo no llega a generar el 1% del PBI mundial), los parámetros de la negociación con Brasil serán muy diferentes.
En el fondo, éste es un conflicto entre regionalismo abierto y cerrado, defensivo. La gran decisión que tienen que tomar la Argentina y Brasil en los próximos meses no es si debe o no haber subsidios, sino cómo van a insertarse en el mundo. Si Brasil quiere aplicar a escala regional el modelo de sustitución de importaciones, la Argentina saldrá perdiendo. Ganará si en cambio se ponen de acuerdo en utilizar la integraciónregional como un instrumento de crecimiento hacia afuera. No es un problema de intereses puntuales: textiles contra calzado, arroz o lácteos. Esa es la petite histoire.
Brasil tuvo una etapa de apertura de su economía y de su sistema político, que fue de 1992 a 1996. Respecto del Mercosur, la visión de Brasilia e Itamaratí (Cancillería) es eminentemente política. Ven a Brasil como un eje regional, que para serlo necesita de una relación privilegiada con la Argentina. Pero a partir de 1997 predomina la visión de San Pablo en todo lo relativo a política industrial y de comercio exterior, que es marcadamente proteccionista y mercantilista. Este cambio de tendencia explica en parte por qué se ahondan los conflictos con la Argentina. Brasil ya no está muy interesado en insertarse en la economía internacional. Su actitud se volvió muy defensiva.
A diferencia de Brasil, la Argentina empezó a percibir al mundo como una oportunidad (aunque todavía no sepa cómo explotarla), y no tanto como una amenaza, a pesar de sus riesgos gigantescos. Brasil se ve como un líder regional y no quiere que nadie haga peligrar esa posición.
Nuestros países tienen dos tradiciones burocráticas diferentes. En Brasil domina la discrecionalidad del gobernante en la aplicación de las políticas, lo que quita continuidad a las reglas. El cambio de éstas no se ve allí como ilegítimo. Por eso, cualquier acuerdo que se celebre con Brasil puede sufrir cambios discrecionales. Dependerá de las presiones. Brasil valora por sobre todas las cosas su libertad de acción. La Argentina, en cambio, se siente mucho más obligada por los acuerdos que firma.
La Argentina debe abogar porque el Mercosur sea una unión aduanera (un bloque con un arancel externo común y una política comercial también común frente a terceros), pero en la que se respeten las reglas mínimas. El peor escenario es aquel en que se acuerdan cosas, pero luego no se cumplen. Ese mundo donde hay una brecha entre lo proclamado y lo real es el típico mundo del fracaso latinoamericano de los últimos cien años. En un bloque regional, cuando el acceso a los mercados no está asegurado, las economías menores son las que pagan el mayor costo porque lo más probable es que las inversiones se asienten en el mercado más grande.
Hacer una verdadera unión aduanera requiere de tres condiciones esenciales. Primero, un sistema permanente y efectivo de solución de controversias y disputas. No se puede depender, en cada conflicto, del funcionario de turno o de la cartelización del mercado por los industriales o los agricultores.
Segundo, que exista una institución supranacional para negociar con otros países o bloques. Desde hace un año, Brasil, y a veces también la Argentina y los demás socios, están negociando independientemente. Los mismos funcionarios que declaman las ventajas de la negociación conjunta, luego van y negocian bilateralmente acuerdos comerciales. Esto es incompatible con una unión aduanera. Ni Francia ni Dinamarca negocian con Rusia o Estados Unidos. Eso lo hace un órgano de la Unión Europea en nombre del conjunto.
Tercero, sería imprescindible un acuerdo respecto de los subsidios a la producción y a la exportación, y de cómo compensarlos. Debe existir un compromiso de ir reduciendo esos subsidios pero, si esto no sucede, poder establecer derechos compensatorios, que serían evaluados por el mismo tribunal de resolución de controversias.
Si Brasil no acepta estos puntos, habría que pensar en constituir sólo una zona de libre comercio. En ese caso cada país definiría sus aranceles externos, dándoles preferencias totales o parciales a sus socios. Lo mismo con la política de acuerdos comerciales. Se podría añadir una cláusula según la cual cualquier concesión (arancelaria y no arancelaria) de un país perteneciente a la zona a un tercer país debería extenderse automáticamente a sus socios, para impedir que se les otorguen más concesiones a países ajenos a la región que a sus miembros.
La Argentina no tuvo en los últimos diez años una crisis macroeconómica gigantesca. Brasil tuvo tres. Por tanto, si bien es positiva la idea de apuntar a un pacto de estabilidad macroeconómica, no es más que un deseo imaginario. Es retórica y voluntarismo.
Aquí existe la idea de que en Brasil todo es más moderno y eficiente. Pero hay que diferenciar tamaño de productividad. En los hechos, el PBI argentino per cápita duplica al brasileño. Esto sugiere que la productividad media es el doble en la Argentina, y ello hace poco creíble la impresión de que Brasil está mucho más adelantado. Lo que ocurre es que el mayor tamaño del mercado brasileño otorga economías de escala importantes para algunas industrias, sobre todo las de procesos (petroquímica, siderurgia, etcétera). Pero la verdad relevante es que tanto la Argentina como Brasil tienen estructuras económicas relativamente frágiles y no muy modernizadas. Brasil no es un titán industrial y la Argentina un enano. Esto no es así. Y en servicios la comparación favorece mucho más a los argentinos.

 

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