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Un paseo por el mejor melodrama italiano, de la mano de Visconti

La edición de �Atavismo impúdico� cubre un hueco importante en la filmografía del genial realizador de �El gatopardo�, que aquíconstruye una notable alegoría sobre la decadencia de clase.

Luchino Visconti dirigiendo a Claudia Cardinale, en su esplendor.


Por Horacio Bernades
t.gif (862 bytes) De Luchino Visconti, en video estaba editado casi todo, desde aquella inicial Obsesión (1942, editada por Memories) hasta El inocente (1975, Renacimiento). Incluidas sus obras mayores, trátese de Senso (1954, Kinema) o de Rocco y sus hermanos (1960, Renacimiento), de La caída de los dioses (1968, Renacimiento), Muerte en Venecia (1970, Memories) o Grupo de familia (1974, Renacimiento). Y, por supuesto, El gatopardo (1963), que en la edición del sello Epoca cuenta con el lujo adicional del idioma y metraje originales. Faltaban editarse tres películas, que por distintos motivos ocupan un lugar algo más oscuro en la obra del cineasta milanés: Vaghe Stelle dell�Orsa (que es de 1965 y en Argentina se conoció con un título como de telenovela, Atavismo impúdico), El extranjero (1967, sobre la novela de Albert Camus) y el que es seguramente su film más maldito, Ludwig (1973), que en Argentina se estrenó gravemente mutilado.

Esa deuda comienza a pagarse con el lanzamiento de Atavismo impúdico, que el sello RKV hace llegar por estos días a videoclubes y casas de venta de video. En 1965, Visconti venía de la extenuante El gatopardo, que había insumido largo tiempo de producción, altos costos y complicados acuerdos de coproducción y explotación internacional. Todo ello, sumado a las casi inhumanas exigencias de realización que el cineasta se imponía a sí mismo y a quienes lo rodeaban, en todos y cada uno de sus rodajes. Tanto como para tomarse un descanso, para su siguiente película Visconti optó por reducir la escala colosal de El gatopardo, filmando en casa y en blanco y negro una historia contemporánea y de cámara. No ya a partir de un novelón histórico, como en aquel caso, sino de un guión propio y de su colaboradora de siempre, Suso Cecchi D�Amico (con el aporte de Enrico Medioli) y con el hombre de confianza Armando Nanuzzi en la cámara y las luces.

�Bellas estrellas de la Osa/ volver como de costumbre a contemplarlas/ sobre el jardín paterno centelleantes/ conversar con ustedes asomado a las ventanas/ de esta mansión donde habité de niño/ y donde conocí el final de mis venturas.� Esos son los versos iniciales de Los recuerdos, de Giacomo Leopardi, que en un momento recita uno de los personajes y a los que debe su título original Vaghe Stelle dell�Orsa. La cita no es para nada casual. El imposible regreso al mundo de la infancia, a la casa paterna, a la ilusión de eterna ventura familiar, es el eje que estructura Atavismo impúdico (no queda más remedio que remplazar la belleza de Leopardi por la impudicia del título argentino). Tratándose de Visconti, que hizo de la decadencia de clase su tema esencial, el resultado de ese retorno es la constatación de una inevitable disgregación. Los que regresan a la vieja mansión de Volterra son los hermanos Luzzatti, Sandra (Claudia Cardinale, en su absoluto esplendor) y Gianni (el francés Jean Sorel, asombrosamente parecido al Delon de Rocco... y El gatopardo). Los trae de vuelta la inauguración de un busto consagrado al padre, héroe de la resistencia antifascista, y la imagen del velo que se descorre será la perfecta metáfora del recorrido dramático de Sandra y Gianni.

�Esta tierra está condenada a morir de enfermedad�, le dice Gianni al marido de Sandra, señalándole las ruinas etruscas asoladas por los terremotos, y la observación es al mismo tiempo topográfica, histórica y emblemática del destino de una clase y de los Luzzatti en particular. Los signos de la enfermedad cunden, dentro y fuera de la mansión familiar, desde los nervios estragados de la madre hasta la inocultable corriente erótica que circula entre Sandra y Gianni. La enfermedad se esconde en el pasado de los Luzzatti y asume la forma de secretos familiares que no deberán ser develados y que la clásica habitación vedada representa. Tratándose de Visconti, formado a fondo en una tradición de ópera y melodrama, esta última es una palabra clave. Artista de la representación por excelencia, Visconti dota a cada decorado de sentido dramático, comolo expresan a pleno esas ruinas en las que Sandra y Gianni vuelven a reunirse, como en los juegos prohibidos de la infancia. En este contexto en el que el menor detalle cobra sentido, el rimmel que luce la Cardinale, denso, cargado y de color azabache, prenuncia ya de entrada la tragedia, mucho antes de que ésta se desencadene.

 

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