“Me
confundí, creí que era un ladrón”, gritó desesperado el hombre luego
de ver a su hija tirada en el suelo rodeada de sangre. Un segundo antes,
había disparado con su arma contra quien supuso era un atacante. El
disparo impactó en forma precisa sobre la víctima, pero el destino no
había sido el esperado. El balazo no había herido a un ladrón que, en
realidad, nunca había entrado a su casa, sino a su propia hija, que
había intentado asustar a la familia. No es la primera vez que la
impericia o la confusión de un particular en el manejo de armas se vuelve
en contra de sí mismo y provoca una tragedia familiar. El caso
reactualiza el debate en torno a la conveniencia de armar a la población
como medio de defensa personal. El titular del Registro Nacional de Armas
(Renar) advirtió que la tenencia masiva de armas “puede significar un
riesgo” y “no es sinónimo de mayor seguridad”.
Todo había comenzado cerca de las 17 del martes, como un juego. Como una
travesura adolescente. A esa hora, Carlos Oscar Higa, un quintero de 44
años, se encontraba junto a su esposa, Lidia Carmen Yonanine, en el
invernadero de su casa, ubicada en el lote 140 de la calle Buenos Aires,
en una zona rural del paraje La Capilla, de Florencio Varela. Su hija, de
15 años, llegó del colegio antes de lo previsto. Al ver que sus padres
no habían advertido su presencia, intentó probar sus reflejos con una
broma. Comenzó a hacer ruidos con la cerradura y con los muebles
simulando ser un ladrón. Su padre, asustado, tomó el revólver calibre
22 que tenía en un cajón y se dirigió hacia el frente de la propiedad.
Al abrir la puerta, su hija “se le tiró encima para asustarlo. El
hombre, lo menos que iba a pensar es que iba a estar su hija. Al
retroceder con el susto, se le escapa un tiro”, explicó a Página/12 un
miembro de la Comisaría 5ª de Florencio Varela, dependencia que
intervino en el hecho.
La bala entró por el tórax de la chica. Su madre, Lidia Yonanine, al
escuchar el disparo y los gritos de su marido, llegó hasta la habitación
donde se había producido el hecho. “Me llamó a los gritos desesperado.
Vi a mi hija tirada en el piso y le pedí a unos vecinos ayuda para
llevarla al hospital”, comentó. Su hija fue internada en el hospital Mi
Pueblo, donde se dio aviso a la policía. Carlos Higa fue detenido en la
Comisaría 5ª. Ayer, la chica declaró ante la fiscalía 2 de Quilmes y
reconoció: “Yo tengo la culpa, quise hacerle una broma”. Por la
tarde, fue dada de alta. Su padre también recuperó la libertad y pudo
reencontrarse con su familia.
El paraje La Capilla, donde vive la familia Higa, es una zona de quintas
en la que es habitual que la gente guarde armas de fuego en sus casas. “Como
es una zona de quintas, por lo general, la mayoría suele tener armas. No
es que sea una zona insegura, pero la mayoría tiene algún arma”,
reconocen en la comisaría.
Este caso tiene otros antecedentes similares. El 1º de enero de 1997,
José Luis Ricciardi, de 15 años, festejaba el fin de año en la casa de
Punta del Este de su abuelo, el coronel retirado del Ejército, Norberto
González. Pero el hombre lo confundió con un ladrón y lo mató con un
disparo. El 27 de marzo de 1998, Luis Angel Corbetto se encontraba
durmiendo en su casa de Quilmes, cuando escuchó algunos ruidos en su
garaje. Corbetto creyó estar siendo víctima de un robo. Tomó un arma y
disparó a un hombre que había entrado en su propiedad. Poco después se
dio cuenta de que había matado a su hijo. El 28 de abril de 1999 un
hombre mató a su madre al confundirla con un ladrón que intentaba
ingresar a su casa de Cañuelas. Lo mismo le ocurrió tres días después
a un joven de 20 años que mató a su padre por sospechar que se trataba
de un ladrón.
En la actualidad, el 60 por ciento de las armas de fuego registradas está
en manos de particulares. El titular del Renar, Gregorio Pomar, señaló
que para utilizar un arma de fuego “se requiere mucho entrenamiento y
una actitud psíquica excepcional. De lo contrario, un arma en manos de
una víctima de un delito, en lugar de ser una ventaja puede significar un
riesgo”.
ANALIZAN SI SON INIMPUTABLES
LAS HERMANAS PARRICIDAS
Del ritual satánico al Moyano
Por Horacio Cecchi
A las 15.55, en dos
ambulancias del SAME, Silvina Liliana y Gabriela Alejandra Vásquez
partieron desde el Hospital Pirovano en dirección a su próximo morada:
el Hospital Psiquiátrico Braulio Moyano. Aunque convenientemente sujetas
a las camillas con chalecos de fuerza, las dos hermanas exorcistas no iban
solas: varios patrulleros y policías motociclistas acompañaban a las
ambulancias con la heroica pero inútil misión de impedir cualquier
contacto con Satán. En pocos días, una junta médica definirá la
situación procesal de las dos jóvenes. No tienen reservadas demasiadas
expectativas: de considerarlas inimputables pasarán el resto de sus días
internadas en el psiquiátrico. En caso contrario, la carátula del caso
les augura un cuarto de siglo en un penal. Entretanto, la Justicia
continuaba rastreando vinculaciones entre las hermanas Vásquez y la
santería Transmutar, donde ambas figuraban inscriptas en cursos de
alquimia y purificaciones varias.
Ayer por la mañana, Silvina y Gabriela despertaron en la sala de
internación de mujeres del Pirovano. Varios policías y un biombo
intentaban impedir que se comunicaran entre sí. “Están reponiéndose
bien. Se alimentaron por sus propios medios”, afirmó el director del
hospital, Eduardo Cairoli. Pero al mediodía, las dos jóvenes fueron
trasladadas a dos cuartos privados del sector de ginecología. Las razones
fueron confusas. Una de ellas mencionaba que el resto de las pacientes no
estaban demasiado dispuestas a compartir su internación con poderes
sobrenaturales. La otra, con sentido más terrenal, señalaba hacia la
molesta presencia de masculinos uniformados en medio de una sala femenina.
De todos modos, el traspaso fue por unas pocas horas. Cinco minutos antes
de las cuatro, por orden del juez de instrucción Julio Corvalán de la
Colina, fueron trasladadas al Moyano en un operativo que incluyó motos,
patrulleros, sirenas y algún crucifijo bajo el uniforme azul.
También por la tarde, el fiscal José María Campagnoli registró una vez
más la vivienda de Manuela Pedraza 5873, donde fue hallado Juan Carlos
Vásquez, exánime, sólo vestido por su sangre, y a sus dos hijas
también desnudas. “Gabriela estaba a un lado, muy alterada, y Silvina
montada sobre su padre, con el cuchillo en la mano y balbuceando palabras
incomprensibles”, detalló a Página/12 una fuente judicial. “La menor
(Silvina) estaba incontrolable, costó mucho poder contenerla.” Durante
la revisión de la vivienda fueron secuestrados nuevos elementos de
prueba, entre ellos una cámara fotográfica con un rollo en su interior.
La responsabilidad de los hechos aparece por el momento tan complicada
como la más intrincada de las redes del destino. Las dos hermanas están
imputadas porque aún no se pudo determinar si las dos o una de ellas
provocó la muerte de su padre. Tenues indicios se inclinan en contra de
Silvina. “Fue encontrada con el cuchillo, estaba sobre su padre, y era
la que más alterada estaba”, indicó la misma fuente. “Aunque las dos
estaban inscriptas en cursos de la santería allanada, Silvina era la
concurrente más asidua.” Durante la mañana, mientras aún permanecían
en el Pirovano, las dos hermanas fueron evaluadas por una psiquiatra del
hospital, María Blanca Radice. “La mayor era más consciente del hecho.
La menor no recordaba, padecía o simulaba amnesia”, sostuvo la
profesional. “No creo que hayan padecido un delirio místico”,
aclaró.
|