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De cómo el fraude ayudó
al príncipe negro de la KGB

Vladimir Putin, ex jefe de los espías, es el nuevo presidente electo ruso. Pero su triunfo fue muy sucio, y ahora hay incertidumbre sobre quién pulsa los hilos del poder: si Putin mismo o la oligarquía que lo sostuvo.

Vladimir Putin reunido ayer con funcionarios para reestructurar el sistema bancario.
La oligarquía lo ayudó a llegar al poder, y ahora el presidente ensayaría la táctica del gatopardo.


Il Manifesto de Roma
Por K. S. Karol *
Desde Moscú

t.gif (862 bytes) Vladimir Putin no tuvo un plebiscito. Venció en las elecciones porque utilizó sin escrúpulos �sus recursos administrativos�, como se dice aquí en Moscú. No es extraño que en la capital, donde en principio obtuvo más del 40 por ciento de los votos, no haya habido desfiles de automóviles al son de las bocinas ni manifestaciones en las calles. Esta frialdad no se explica ni por la hora tardía en que fueron anunciados los resultados, ni por una reserva particular característica de los habitantes. Nadie pensó que había algo de qué regocijarse. El 26 de marzo era el undécimo aniversario de la primera elección casi libre convocada por Gorbachov. Los demócratas se movilizaron entonces para combatir a los candidatos del aparato comunista y llevar triunfalmente al Soviet Supremo a Boris Yeltsin, que parecía la voz más decidida en contra de los privilegios. Nadie hubiese imaginado que un día sería el gran protector de los corruptos y designaría para sucederlo a un coronel de la KGB, la más odiada de las instituciones. ¿Cómo fue posible?
Para el sociólogo Serguei Kolmakov, la respuesta está en la utilización sistemática por parte del poder yeltsiniano de sus recursos administrativos en 1996 y en las legislativas de diciembre pasado. Serguei Kolmakov fue testigo por haber trabajado para el equipo de Yeltsin. Conoce al dedillo la técnica de manipulación de las urnas, y afirma que sin ella el partido Unidad no habría logrado más que el tercer puesto. Pero con un resultado como el que ofrecen �las victorias en Chechenia�, Vladimir Putin no habría podido candidatearse de ningún modo.
La precisión de los detalles de este fraude electoral me deja un poco perplejo. ¿Por qué los partidos menores no protestan y tampoco lo hacen los electores? La respuesta de los especialistas es siempre la misma: los tribunales, los únicos habilitados para examinar los recursos, están estrictamente controlados por el Kremlin. �¿Usted sabe que el recurso presentado en 1996 por Guennadi Ziuganov sobre la falsificación de los resultados en el Tatarstán aún no fue examinado, y que en diciembre pasado se dio la orden de tratar con la misma lentitud los 465 recursos presentados después de las elecciones de la Duma?�. Quien habla es un demócrata de la primera hora, el profesor Voronov, que sin embargo parece resignado. Lo que lo indigna es la cantidad de sus compañeros de entonces que se embarcaron en la nave de Putin, vencedor anunciado, con la esperanza de obtener un buen puesto en su gobierno. Cita el nombre de los activistas de la perestroika, que le reprochan a Gorbachov la lentitud de las reformas y que hoy alaban a un hombre que no se compromete con ninguna. �Estos pseudo liberales son los verdaderos sepultureros de la democracia en Rusia�, concluye Voronov, precisando que no es ni miembro del Partido Comunista ni uno de sus votantes.
No es que los testigos del huevo democrático convertidos al putinismo sean los grandes admiradores de su caudillo: piensan que estando cerca podrán influenciarlo porque es evidente que no tiene muchas ideas en la cabeza. No les perturba la guerra en Chechenia porque, dicen, la situación era imposible y era necesario salvar el prestigio de Rusia en el mundo, y sobre todo en las 21 repúblicas de las minorías nacionales. Siguen las recriminaciones contra Occidente, que no hizo mucho caso a los derechos humanos durante la guerra del Golfo o bombardeando a Yugoslavia, mientras llora por la suerte de los civiles chechenos. Ni siquiera el pueblo ruso se salva: no supo formar una sociedad civil, ni adaptarse a la economía de mercado, ni comportarse de manera responsable. �No es un pueblo, sino una masa de borrachos�, dice el politólogo Migranian, espléndidamente pagado, especialista en encuestas. Es inútil hablarle al neófito del putinismo dela miseria generalizada, de los millones de niños que no van a la escuela, del creciente índice de criminalidad. De eso se ocupará Putin, que necesita darles confianza porque no promete ninguna, no hizo un spot publicitario, no atacó a los adversarios. En resumen, es un gentleman.
Desde el inicio de la campaña no dejó de defenderse en la televisión ni un momento. Las redes televisivas rusas difunden varios noticieros al día y Vladimir Putin tiene siempre el puesto de honor. Tuvo en total 22 horas de video, filmadas durante las reuniones en Moscú, en la ópera en Petersburgo, sobre el Volga, en los Urales y en Siberia, para no hablar de Chechenia, adonde fue en un avión de caza para mostrar cuán joven y enérgico es, capaz de salir mañana en un bombardero para poner fin a las �bestias� que son los terroristas chechenos. Algunos en Moscú piensan que todas estas exhibiciones estaban destinadas a inculcarle miedo a los rusos para que se pusieran de su lado antes de que fuese demasiado tarde.
Durante la noche de las elecciones, rodeado de toda la �familia� del Kremlin, incluida Tatiana Diatcenko, hija predilecta de Yeltsin, Putin confesó: �Jamás soñé hacer promesas electorales que no esté en condiciones de mantener�. Hasta ahora no prometió nada concreto, se contentó con exaltar los sentimientos patrióticos al recordar una Rusia poderosa y respetada en el mundo. Hizo lo que pudo por estimular la xenofobia de sus conciudadanos, dirigida prioritariamente contra los chechenos, pero que amenaza con incluir a todos los caucásicos. En un libro autobiográfico en forma de entrevista, titulado En primera persona, usa dos veces la palabra �negro�, una expresión racista que todos los manuales soviéticos y rusos habían cancelado reemplazándola por el término �gente de color�. Y no duda en contar que ha asistido a un sexshow en Hamburgo donde �un negro enorme hacía el amor con una pequeña latinoamericana�. �Seguramente porque muchos de sus lectores habrían querido ver un espectáculo de ese tipo�, me responde uno de sus seguidores. �Seguramente para evitar el chantaje de alguno que podría haberlo visto en aquel local�, me dice otro. Explicación poco convincente, esta última, porque hoy en Moscú los sexshows no tienen nada que envidiarle a los de Hamburgo, y porque se necesita algo más para chantajear a Vladimir Putin, antiguo jefe de la KGB que conserva en la Lubianka su segundo cuartel electoral.
Guennady Ziuganov no felicitó al nuevo presidente. Para él, Putin debe su victoria al fraude. Durante la noche electoral presentó algunos argumentos difíciles de refutar: en Chechenia, por ejemplo, fueron censados 457.000 electores, mientras que en 1996, durante la elección de Aslan Masjadov, no eran más que 385.000. Se necesita una buena dosis de cinismo para hacer creer que después de seis meses de guerra y la fuga hacia Ingushetia de más de 220.000 chechenos, el censo electoral haya aumentado. Según los datos oficiales de Grozny, el 98 por ciento de los sobrevivientes habrían ido a las urnas a votar por Putin como señal de reconocimiento por la destrucción de su ciudad. También el ejército votó masivamente por su comandante en jefe, sin cuarto oscuro y bajo el ojo vigilante de sus superiores. Y se señaló que en las prisiones algunos detenidos recalcitrantes se comieron la boleta para no votar. Pero se trataría de reacciones aisladas.
En su libro, Putin explica que ve frecuentemente a Yeltsin, y una vez al mes a Boris Berezovsky. El primero es su sponsor oficial, el segundo el estratega oficioso de su línea. Yeltsin está impaciente por volver a escena, y al no haber podido ir a la Opera de Petersburgo, se contentó con una visita a la opereta en Moscú. El público se sorprendió pero no aplaudió demasiado. Boris Berezovsky, más lúcido y consciente de ser considerado el genio cautivo del régimen, propuso en una sorprendente entrevista en Wiedomosti, diario financiado por el Wall Street Journal, que Putin lo ponga en prisión, sin precisar por cuánto tiempo. Supone sin duda que el nuevo presidente debe hacer algún gesto notable para mostrar que no es un simple continuador del yeltsinismo. Se trata de la táctica del gatopardo: cambiar para que nada cambie. Pero no está claro en quémedio puede confiar el nuevo electo, comprometido en oscuras maniobras de corrupción durante la gestión en San Petersburgo. Putin anunciará la composición y el programa del nuevo gobierno en mayo. Veremos si aprendió algo de la experiencia electoral.
* Especialista en Rusia y Europa Oriental.

Traducción: Celita Doyhambéhère

 

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