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Dos miradas antagónicas sobre el espacio urbano

�Atraves da janela� hace de San Pablo un microcosmos familiar, mientras que �Un banco en el parque� convierte a Barcelona en una protagonista más.


La película catalana arranca de modo prometedor, con diálogos graciosos entre personajes cruzados.

Pero pronto queda claro que esos diálogos pecan de sobreescritura y resultan asfixiantes.

 

 

�Atraves da janela� o la mecánica cotidiana de actos nimios.
La realidad exterior casi no existe en el film de Tata Amaral.




Por Horacio Bernades

t.gif (862 bytes) Con las películas más recientes de Abbas Kiarostami (El viento nos llevará), Zhang Yi Mou (Ni uno más) y Lawrence Kasdan (Mumford) enseñoreándose junto a L�Humanité (consagración de Cannes �99) en la sección �Panorama del cine independiente�, y las retrospectivas Cassavetes, Cozarinsky y Tsai Ming-liang continuando su marcha a todo tren, en el día de ayer el interés del festival tendió a desplazarse hacia las muestras paralelas. En competencia se presentaron Soft Fruit y La vida no me asusta, comentadas en la edición de ayer de Página/12, y junto a ellas aparecieron la brasileña Atraves da janela (A través de la ventana) y la española Un banco en el parque. Decididamente fallida la primera y lograda a medias la segunda, quien haya elegido tomarse el día para explorar un poco las otras secciones no hizo mal.
Atraves da janela es la segunda película de la realizadora paulista Tata Amaral, cuyo primer film fue, hace tres años, Un cielo de estrellas, exhibida en la Sala Leopoldo Lugones. Algo de la violencia familiar de aquel film parece haber querido rescatar Amaral en Atraves da janela. Que, como en su ópera prima, se juega a lo introspectivo, haciendo pasar el relato más sobre los pequeños, incluso mínimos, detalles, que sobre hechos dramáticamente fuertes. El decorado se reduce casi exclusivamente al comedor de una modesta casa de clase media de San Pablo, habitada por una ex enfermera y su hijo. Aparece por allí una vecina chusma y algún otro personaje circunstancial, y en un par de escenas la mujer sale a la calle. Pero el carozo del asunto es la relación entre Selma y su hijo Raí, que pasa por la sobreprotección de ella y el marcado carácter de vagoneta de él, que a pesar de estar en edad no tiene trabajo ni se preocupa en buscarlo. Es mamá la que le sirve el desayuno, lo atiende y hasta le compra el diario, para ver los clasificados. 
�Acá va a tener que pasar algo�, se dice el espectador al segundo o tercer pan con manteca y tras acompañar a Selma en sus reiterados viajes al supermercado. Eso que pasa le hará ver a la mujer, obviamente, que su hijo no es aquel nene que ella creía. Pero esa realidad paralela está mostrada de modo tan elíptico que es casi como si no ocurriera. Lo que queda en la superficie de Atraves de janela es apenas la monótona mecánica cotidiana de actos sin importancia, que para peor la realizadora se empeña en mostrar y reiterar, con enervante minuciosidad. La reconocida propensión de los actores brasileños al recitado y la declamación tampoco ayuda. Es posible que el parecido de la protagonista con Fernanda Montenegro (la actriz de Estación central) la habilite para algún premio, aunque más no sea por una cuestión de mímesis. Casualmente, si algo afecta al film español Un banco en el parque es su obvia mimetización con las películas de Eric Rohmer. Incluida la redundancia de que en un momento los personajes mencionen El rayo verde, uno de los films más conocidos del maestro francés.
Como en El amor a la hora de la siesta o La rodilla de Clara, el protagonista de Un banco en el parque se impone a sí mismo un férreo dogma amoroso. Tras abandonar a su novia antes de que ella lo deje a él, Juan se propone conocer a una chica. Pero no a través de una cita, sino dejando que sea el azar el que los una. Así, elige dos lugares donde se instalará a esperar la llegada de la mujer que supone le está destinada. Esos sitios son el banco del título y la silla de un bar. Como es de prever, no conoce a una sino a dos, bien distintas entre sí, y quedará flotando entre ambas sin poder elegir. El planteo suena bien y la película arranca de modo prometedor, con diálogos veloces y graciosos entre varios personajes cruzados. Pero pronto queda claro que esos diálogos pecan de sobreescritura. Sumado al uso extensivo que hace el catalán Agustí Vila (Barcelona es aquí una protagonista más) de la técnica de sobreposición de una línea de diálogo con otra, y teniendo en cuenta la proverbialverborragia hispana, el resultado termina siendo paradójicamente opuesto al de las películas de Rohmer. En lugar del aire y la libertad que se respiran en los films del francés, Un banco en el parque resulta una película demasiado estudiada, en la que guión y diálogos terminan por producir en el espectador una incómoda sensación de asfixia.
(Atraves da janela se vuelve a exhibir hoy a las 15 en el Hoyts 10.)


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CONTINUA

 

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