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LOS FUNDAMENTOS PARA CONDENAR A LOS APOSTOLES
�Con desprecio por la vida�

En las seis condenas a reclusión perpetua pesaron como agravantes �la crueldad� y que hayan �seccionado e incinerado� los cadáveres. Algunos festejaron recibir menos años de los que esperaban.


Por Cristian Alarcón
t.gif (862 bytes) Era tal el despliegue por si algún apóstol se rebelaba después de la sentencia que había camionetas con luces ululantes aún lejos de la cárcel, al acecho de un rescate improbable, o de una furia apagada. Quedaba atrás un veredicto que sorprendió a varios de los 24 acusados que ayer a la madrugada estuvieron en la jaula, motivo de reacciones que fueron de la sonrisa al apretón de manos, pasando por el insulto bien pronunciado, o la ironía final del condenado a reclusión perpetua. En esa condición quedaron seis de los acusados por homicidios, la mayoría inmutables cuando se les leyó el futuro: para todos ellos los jueces hicieron primar varios agravantes, entre ellos �el desprecio por la vida� que demostraron, la �crueldad�, la �pluralidad de las víctimas� y el hecho de que hayan �seccionado e incinerado� los cadáveres haciéndolos desaparecer �para entorpecer la investigación�, en busca de la �impunidad de los culpables�. En el extremo opuesto a los casi definitivamente presos, seis de los procesados por tomar rehenes festejaron sus absoluciones. Mientras, 12 fueron condenados a entre 12 y 15 años, pero por un delito más grave que el planteado por la fiscalía, el de �secuestro coactivo�.
El clima dentro de la jaula estelar la tarde del jueves y la madrugada de ayer �la lectura de las 198 páginas de veredicto terminó pasadas las 2.30� se fue apagando al ritmo en que avanzaban las descripciones de los delitos. Al comienzo ese lugar remoto al que fueron relegados por la suposición de que juntarlos en una sala común podía costarle el pellejo a alguien, pareció una estudiantina. Un Marcelo �Popó� Brandán Juárez exultante conversaba con �El Cabezón� Víctor Esquivel, y le regalaban miradas de fuego a la cámara robot que los ha filmado desde el primer día. Miguel �Chiquito� Acevedo, el gigante acusado de descuartizar a las víctimas, como casi siempre, se quedó al fondo, medio oculto por el ángulo de los barrotes. Un poco más allá, �El Paraguayo� Miguel Angel Ruiz Dávalos, se dedicaba a colgar en las rejas cartelitos promocionando su inocencia. Atrás de él, inmóvil y con ojos de un brillo confuso, se sentó Juan José Murgia Cantero, acusado de darle la puñalada definitiva al buchón Agapito Lencinas, líder de la banda asesinada en el motín. Faltaba, de la lista de capos, Jorge �Pelela� Pedraza, que esta vez decidió privar al tribunal de su paciente posición de témpano, al fondo de la mitad de la jaula, enojado porque imaginaba que �por lo menos� les permitirían escuchar el veredicto mirándoles la cara en verdadero vivo.
Todos ellos estuvieron siempre en la mira como los ideólogos, cabecillas y ejecutores de la masacre. Y todos ellos fueron condenados a reclusión perpetua más la accesoria por tiempo indeterminado, teniendo en cuenta siempre una larga lista de agravantes. Faltaba también �lo hizo durante todo el juicio� Guillermo López Blanco, el séptimo acusado de homicidio y hombre clave en la construcción del túnel inconcluso del motín. �El Gallego�, como lo conocen en las cárceles bonaerenses, fue el que mejor parado salió de esta: los jueces, a pesar de que los fiscales consideraron probado que mató al preso Carlos Cepeda, aquel que fue entregado a los apóstoles por los guardias penitenciarios, lo absolvieron de ese delito. Con ello, el crimen de Cepeda quedó impune. Existe una mínima posibilidad de que sea investigado: el tribunal resolvió abrir una causa para revisar la actuación de los guardias y los jefes del Servicio Penitenciario que por acción u omisión, permitieron que lo maten a cuchillazos, pero ya pasaron cuatro años y la mala memoria de las instituciones puede ser fatal. A López Blanco sólo le dieron 6 meses por intento de evasión. A pesar de que en los cuatro años que pasaron desde la masacre los cumplió de sobra seguirá �adentro�: purga una condena a 17 años.
Hubo un segundo grupo de seis presos que sin fervores festejaron sus absoluciones. Estaban acusados de tomar rehenes. Zafaron por falta de pruebas de un delito reconsiderado por el tribunal: el secuestro coactivo. Al haber recalificado la figura de privación ilegal de la libertad a�secuestro coactivo�, un delito más grave, algunos pasaron a tener condenas superiores a las previstas y otros se vieron beneficiados. Por eso, cuando fueron escuchando las condenas las caras fueron cambiando. �El Gallego� Marcelo González Pérez, por ejemplo, festejó, tras sus lentes sartreanos y sin mover su sólida masa muscular, apuntando con la mandíbula a sus compañeros de jaula Brandán, Esquivel y Acevedo. Esperaba 22 de condena y recibió 14. A su lado, el que silabeó un insulto fue Carlos Gorosito Ibáñez, que esperaba 6 años y se encontró con 15: �la concha de tu madre, hijos de puta�, largó mirando al robot que lo filmaba por última vez desde el interior panóptico de la cárcel.

 

El crimen que quedó impune

Por C.A.
La muerte de Carlos Cepeda Pérez fue la que más horror causó, no sólo en los que la presenciaron �cientos de presos de Sierra Chica� sino en quienes la revivieron por una decena de testimonios durante el juicio. Según esos relatos, Cepeda era uno de los laderos que acompañó en el primer tramo del motín a los cabecillas. Pero cuando llegó la hora de los descuartizamientos y de los hornos, Cepeda se habría quebrado y en su oposición encontró una condena a muerte. Sería por eso que a la madrugada del cuarto día corrió como una liebre en la ruta atravesando el penal, y tan rápido que sus perseguidores no lo alcanzaron. Llegó a la guardia y se refugió allí como habían hecho otros.
Claro que no contaba con que los valores penitenciarios lo matarían: apenas los apóstoles amenazaron con asesinar a dos guardias rehenes si no lo entregaban, fue sacado a patadas de su asilo y cayó en las manos de �una jauría� que lo mató a cuchillazos. Durante el juicio esto quedó probado. Pero, para los jueces, no quiénes lo ultimaron. �Sí cabe dar curso a la participación y la responsabilidad del Servicio Penitenciario en este hecho�, se leyó ayer del fallo. Esto significa que la justicia bonaerense debe abrir una causa judicial para investigar lo que en un sumario interno jamás hizo el Servicio: qué agentes lo entregaron y por qué casualmente todos los jefes a la hora señalada, en plena crisis, si no dormían, cenaban por allí.

 

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