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opinion
Por Mario Wainfeld

Zapping, gobierno, campaña y banana split

La imagen domina la política. Por eso es válido, por una vez, una nota que haga zapping, cambiando de canal, echando una hojeada sobre la figura presidencial, la de Ibarra, la corrupción. Y el banana split.


t.gif (862 bytes) Aldo Rico comenzó a cavar su fosa en una conferencia de prensa blandiendo una foto que supuestamente mostraba al �Indio� Castillo al lado del Presidente. Uno de los picos de tensión entre el Gobierno y la cúpula de la CGT �gorda� la generó un spot publicitario. Graciela Fernández Meijide atravesó dos semanas de pesadilla a consecuencia de sendas denuncias periodísticas. Elena Cruz le complicó la vida a Domingo Cavallo por dar rienda suelta a su pensamiento en el programa del inefable Chiche Gelblung. Rodolfo Terragno desarmó en tiempo record su oficina de ceremonial porque �a través de la radio� se enteró de que uno de sus funcionarios cobraba sueldo y jubilación de privilegio. Todo eso en un mes. La relación entre medios y política, un dato de cualquier realidad de fines de siglo pasado y del presente, ha adquirido durante el actual gobierno un rango, una interacción y una velocidad fuera de lo común.
Ocurre en buena medida porque el oficialismo gestiona su imagen con muy otro criterio que su predecesor. Carlos Menem �que fue reelecto haciendo caso omiso del Yomagate, de los escándalos por las privatizaciones, del affaire IBM Nación y de altri tanti� se convenció de que era inmune a la denuncia. Alberto Kohan, un maestro en eso de sacar el casete adecuado para cada momento, transformó en dogma una frase de Felipe González, �una cosa es la opinión pública y otra la opinión publicada�. El menemismo se ne fregó de lo que de él se informaba, de dialogar con los medios. Si se mira con más detalle, haciéndolo desistió de dialogar con la gente del común y, culminando un periplo tan lógico como patético, perdió hasta el hábito de escucharla. Y tras él perdió la interna, la virtual re-re, el gobierno.
La Alianza �parida, nacida y crecida como alternativa al menemismo� se propuso otro modo de obrar. Y a fe que lo ha hecho, a punto tal que la elaboración y procesamiento de la imagen no es el último estadio de la libido gubernamental sino el primero. El resultado que viene obteniendo parecería sugerir que va siendo hora no de repetir las tropelías ni la sordera del gobierno anterior pero sí de replantearse su escala de prioridades.
La obsesión por mantener en el pináculo a la figura del Presidente viene derivando en una paradoja riesgosa por insostenible: la imagen de Fernando de la Rúa constela muy alto, cada vez a mayor distancia que la de su gobierno. Esa dualidad, ya lo reconocen los más experimentados asesores del oficialismo, no se puede sostener mucho tiempo y tiende a converger hacia el punto más bajo, al de la gestión oficialista.
Esto ya aburre. Cambiemos de canal.

Canal De la Rúa

�Presidente De la Rúa� dicen los anuncios oficiales siguiendo el estilo de un mandatario que se ha enamorado de la primera persona del singular para hablar de su gobierno. Ningún presidente argentino ha dedicado tanta energía a cultivar su imagen publicitaria como De la Rúa... sería iluso juzgar casual o no deseado algún manejo de ese recurso. Pero a esta altura, parece que se persigue un objetivo que la teoría supone imposible: construir un liderazgo carismático basado en la honradez, el cumplimiento de las reglas y la buena administración. O sea un carisma sin innovación ni novedad ni creación de reglas. Ya se sabe, gris es la teoría y verde el árbol de la vida pero tamaño intento parece llamado al fracaso o al menos a la desilusión.
El Presidente gradúa sus apariciones públicas y las de sus principales colaboradores. Toda una diferenciación de cara a la hiperpresencia y al interminable repertorio temático de Menem, a las cotidianas conferencias de prensa de Carlos Corach. En estos días De la Rúa debió salir dos veces, a avalar a Graciela Fernández Meijide, bastante desprotegida por buena parte del Frepaso y por unos cuantos radicales. Magra gracia ha de haberlecausado tener que hacer, antes que la defensa de una funcionaria en mal momento, profesión de fe aliancista, tarea que deberían haberle ahorrado sus compañeros-correligionarios.
Otro gesto salido de la Rosada, menos conspicuo pero igualmente relevante, fue el público respaldo al Ejército Argentino, sumido en su cruzada contra el fiscal Carlos Stornelli. El Ejército difundió un comunicado cuyo mensaje, textual, era �el Ejército no fue, es ni será una asociación ilícita�. Esa proclama contiene su verdad... a condición de admitir que el Ejército, en puridad, las Fuerzas Armadas, sí fue -institucionalmente� pieza central del engranaje del terrorismo de Estado, delito de lesa humanidad, más grave que el que puede cometer cualquier asociación ilícita. Pero la misiva presidencial no estaba concebida para deslindar sutilezas sobre el tema sino para hacer un guiño a la institución, precisamente cuando ésta (tras el retiro de Martín Balza) viene regresando �a paso marcial, lento pero seguro� al útero de sus orígenes reaccionarios y antidemocráticos. La carta del Ejército (imprecisa pues Stornelli, hombre de derecho al fin, nunca escribió que el Ejército es una asociación ilícita) fue un apriete a la Justicia que investiga la venta de armas. La del Presidente, una presión oblicua pero ostensible sobre el Poder Judicial, indeseable desde el punto de vista institucional y reveladora de una ideología conservadora que no coincide con la imagen que el Presidente intentará mostrar en los próximos días para definir la elección porteña. ¿Elección? En otro canal.

Canal Ibarra

El 7 de mayo ya ha empezado a ser la fecha a la que se difieren resoluciones, medidas de gobierno, ajustes de cuenta internos, reacomodamientos. Si Aníbal Ibarra es elegido jefe de Gobierno porteño nuevos aires soplarán para el gobierno y en él ya flotan los cambios. Por ahora el candidato viene bien. Prevalece según las encuestas y le ganó por un par de goles de diferencia a Cavallo el debate televisivo del miércoles (ver asimismo páginas 4 y 5).
Cierto es que Cavallo no tiene un gran record en este tipo de contiendas. Siendo ministro de Economía, en el cenit de su trayectoria, apenas si prevaleció sobre un �por entonces� periférico Rodolfo Terragno. Hubo una revancha y la ganó el actual jefe de Gabinete. Carlos Corach, con mucha más astucia que verdades en sus mangas lo hizo trastabillar una vez en �Hora Clave�. Su actual socio, Gustavo Beliz, lo vapuleó en dos ocasiones. E Ibarra logró hasta hacerlo equivocar con los números. 
Hubo otra triunfadora en el debate, la David entre dos Goliat, Irma Roy. Lo suyo fue, como son estas pujas, un poco de teatralidad y otro de contenido. La sustancia fue ocupar el lugar del peronismo cuyos 
votos el proteico Cavallo quiere atraer y en buena medida atraerá pero cuyo discurso no puede ni balbucear y a quien el hipermenemista Raúl Granillo Ocampo no puede representar. A ese pan la actriz sumó, en buena ley, un poco de circo, sus recursos histriónicos y de manejo de cámaras. Zapping.

Canal Banana split

�La zona más vulnerable de este gobierno es que se presentó éticamente puro y la pureza no existe. Cualquier mancha que se le descubra desencadenará una ola de desencantos y recriminaciones, lo que está bien pero no todo es igual. La palabra corrupción no debe almacenar en una misma bolsa hechos que jamás deben ser asimilados. El delito de Estado no es un banana split�, escribió Tomás Abraham con sal e intención polémica en la revista trespuntos. Lo dice en una nota titulada �Sadismo mediático� que alerta contra la frivolización de la lucha contra la corrupción.�Frivolidad �define sugestivamente Abraham� no es tener una Ferrari ni ir a Miami como cree la pacatería. Frivolidad es jugar a un juego que cuando se pone serio hace llorar.� La advertencia, digna de ser tomada en cuenta, alude a un facilismo que viene de lejos, que ha inducido simplificaciones banales. A menudo se iguala un jubilado de privilegio que obtuvo su beneficio en forma legal a otro que lo hizo por izquierda. Un asesor que es pariente de un funcionario a un ñoqui que cobra sin trabajar. Un funcionario que gana bien a un coimero. La crítica a las perversiones de la política a veces se entrevera con la crítica a la política misma. Un continuo tan simplista como peligroso al que no sólo contribuyen los periodistas.
Porque, vale recordarlo, la corrupción es desde hace rato un buen rebusque para construir consensos políticos desde un ángulo ventajoso. La Alianza construyó su prestigio poniendo a la corrupción en el centro del debate con el menemismo. Hablando antes del Tango 01 que del modelo de país, de Armando Gostanian que de Roque Fernández, de los paseos de Menem que de las piedras basales de su política. Al fin y al cabo, era más redituable hablar del menemismo que del modelo económico o de la injusticia distributiva.
Por entonces, la Alianza era oposición y cualquier denuncia en los medios la fortalecía. Ahora es gobierno y ha padecido un par de denuncias. Algunas, como la que pesa sobre Angel Tonietto, son consistentes (cada día que pasa, más consistentes), huelen a corrupción y merecen investigación y eventuales condenas. Otras como la referida al tenista Eduardo Wetzel, son fuegos de artificio, si se mira bien apenas un debate acerca de la idoneidad de un funcionario de segunda línea planteado como si fuera una cuestión de Estado, paradójicamente pasible de ser saldada en horas.

Protección al mayor

Nunca parece haber tiempo para reflexionar cuando se gobierna y cuando las imágenes hegemonizan a la política. Pero tal vez lo ocurrido en las semanas recientes podría impulsar al actual oficialismo a repensar cuánto de acierto y cuánto de simplificación mediática tuvo proponer casi como única agenda pública y como ejes centrales del plan de gobierno la búsqueda de los equilibrios macroeconómicos y la lucha contra la corrupción. Que también fue frivolidad, lógica de banana split, sugerir y hasta decir que el combate contra la corrupción era la herramienta central para eliminar la injusticia en un país dependiente, cruelmente desigual, agobiado por el desempleo, lleno de grandes evasores, de genocidas libres, de militares altaneros que causaron su ruina y por añadidura su derrota en una guerra internacional. Cuánto hubo de banal en sugerir y hasta decir que la corrupción, un síntoma grave de la decadencia nacional es, sin más, la enfermedad.
Basta de política. Le devuelvo el control remoto, lector. Hoy hay fútbol y películas por doquier, que se divierta.

 

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