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Por Cecilia Hopkins En Buenos Aires, Cyrano vuelve a escena cíclicamente: fue el último personaje que interpretó Ernesto Bianco a fines de los setenta, y en los noventa fue el inspirador de dos versiones destinadas a un público joven, una, dirigida por Claudio Hochman, la otra, por Manuel González Gil y protagonizada por Hugo Arana. La versión que se estrenó en el Teatro Avenida está basada en la adaptación cinematográfica que hicieron JeanClaude Carrière y Jean Paul Rappeneau para lucimiento de Gérard Depardieu. No bien hace su aparición el Cyrano que interpreta Juan Leyrado, pasan desapercibidos los personajes que a su alrededor ensayan comportamientos cortesanos convencionales. Su interpretación burlesca y temperamental diluye cualquier posibilidad de establecer parentescos entre este personaje y los roles que la televisión hizo famosos. Su presencia en escena es decisiva, con sus arrestos histriónicos, su voz enérgica y la mirada desafiante que escudriña la platea, acierto de la dirección de Norma Aleandro. Porque si bien Inés Estévez aporta un trabajo correcto, apenas Leyrado abandona el escenario, queda al descubierto el módico atractivo de la pieza y de las intervenciones del elenco restante. En el rol de Cristian, Iván González sólo convence mientras cuenta con el respaldo que le brinda la presencia del protagonista. La escenografía es sencilla y funcional; la música y el vestuario, previsibles. La iluminación, en cambio, aporta un signo distintivo a una puesta que resulta ingenua al resolver las escenas de batalla: la proyección de las sombras de unos pocos espadachines ilustran el asedio, moviéndose sobre una banda sonora que deja oír gritos, relinchos y cañonazos lejanos.
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