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Leer los clásicos con la mirada aprendida en el universo barroco

Pieter Wispelwey es uno de los mejores 
cellistas del momento. Entre hoy y mañana hará la integral de las sonatas de Beethoven.


Por Diego Fischerman
t.gif (862 bytes) La lucha desde barricadas lo dejaría afuera. Entre historicistas y modernos, el cellista Pieter Wispelwey podría llegar a elegir a ambos. Y, tal vez, ambos lo elegirían a él. El punto de partida no es tan distinto del de los orígenes del actual mercado de la música clásica, cuando directores y solistas debieron ampliar sus repertorios hacia el pasado para poder satisfacer la demanda de conciertos de la burguesía consolidada como clase. Ya no alcanzaba con tocar la música propia y la de algún protegido. Los intérpretes empezaron a ser portavoces de toda una tradición y, desde ya, los que tocaban Bach eran los mismos que tocaban a Beethoven. 
Los años y la eficientización del mundo artístico derivaron en una especialización mayor. Aparecieron los directores mahlerianos y los brucknerianos, los brahmsianos de raza y los expertos en Bach. Wispelwey, qué duda cabe, se opone a esa tradición. “Se trata de entender cuál es el medio más idóneo para una música, de saber qué instrumentos y maneras de frasear no la fuerzan sino que actúan con ella como transfusiones de sangre”, decía a Página/12 durante su visita anterior, cuando cerró la temporada 1997 del Mozarteum con una lectura magnífica de las Suites para cello de Bach. Esta noche, para el abono 2000 de esa misma institución, Wispelwey hará la primera de sus dos actuaciones porteñas (la segunda será mañana). Esta vez también habrá una integral: la de las Sonatas para cello y piano de Ludwig van Beethoven. Su compañero de fórmula será el mismo con el que ha grabado gran parte de sus discos, el pianista Paolo Giaccometti. Y ahora, a diferencia de lo que sucede en la versión discográfica, las cuerdas del cello serán de material sintético –en lugar de la tripa original que usó para Bach– y el piano será un instrumento moderno. Para el cellista que acaba de publicar una interpretación apabullante del Concierto Nº 1 de Shostakovich y de la monumental Sonata de Zoltan Kodaly (obviamente con instrumentos modernos) no hay nada extraordinario en ello. Apenas la necesidad de adaptar una estética determinada a instrumentos para los que no fue pensada. 
Tal como sucede con otros músicos de su generación, Wispelwey no se limita a tocar sólo música barroca o nada más que a los clásicos. Su repertorio va desde Bach y Vivaldi hasta György Ligeti. Y lo más importante es que en cada caso entra en el estilo de la obra en lugar de forzar a las composiciones para que entren en el suyo. De todas maneras, la pasión por la frase precisa, por las articulaciones absolutamente delineadas y por el señalamiento detallado de cada una de las relaciones motívicas, le viene de la práctica de la interpretación del barroco. Una escuela capaz de rendir sus frutos en Schumann, Elgar, Brahms, Hindemith o Beethoven. 

 

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