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JOHNNY BRAVO, UN DIBUJO ANIMADO PARA NO PERDERSE
�¿No te parezco hermoso?�

El personaje, un perdedor encerrado en el cuerpo de un héroe, permite a los autores una feroz crítica al modo de vida americano.

Para Johnny lo principal en la vida es su belleza. Pero le va pésimo.
El programa va Cartoon Network todos los días a las 14 y a las 20.30.


Por Andrés Glass

t.gif (862 bytes) La imagen es todo para Johnny Bravo. Es un chico cool que adora ejercitar sus músculos y dorarse al sol. Vive como un galán de tiempo completo que pide a las chicas: �Admírame�. Pero como respuesta recibe siempre bofetadas, porque es un antihéroe, un ser en el cuerpo equivocado. Detrás del patovica, hay un hombre torpe y dominado por su madre castradora que lo sobrealimenta y le controla los horarios. Lo mejor de Johnny Bravo (que se emite por Cartoon Network, todos los días a las 14 y a las 20.30 horas) es que no es lo que parece. Aparenta ser la crónica de romances de un frívolo cualquiera, y lo cierto es que funciona como una crítica feroz al �sistema de vida americano�. Johnny es el que muchos querrían ser: bello, arrogante y gigantón. Pero siempre le va mal porque lo suyo es la paradoja perfecta. 
En su mundo, los dominadores resultan dominados. Mamá Bravo es una snob que ya comienza a invadir remeras y posters en Estados Unidos. Hace con Johnny lo que quiere; es casi una pesadilla. Y al hijo, cuya evolución madurativa no supera los doce años, sólo le queda obedecer y decir: �Sí mamita�. Esta ama de casa fashion (anteojos negros, cabello engominado) lo priva de salidas y lo obliga a �que no quede una sola miga en el plato�.
Johnny es vanidoso y cada día se enamora de una nueva chica. Seduce a una karateca y le pregunta: �¿No crees que soy bello?�. Ella le pega una patada y lo voltea. No se da por aludido, e insiste con otras en el escenario que más le gusta (una cafetería flúo, con banquetas y malteadas de colores). �¿Les dije que tengo unos ojos hermosos?�, pregunta a un grupo. Se le ríen en la cara.
El suyo es un cuerpo perfecto que no produce efectos en el que mira. �Idiota�, susurra la gente a su paso, desde su mejor amigo (un típico nerd, que aquí es el dominador de Johnny) hasta su propia madre. El protagonista, en tanto, no toma conciencia de ese rechazo: pasa sus horas pegado a la pantalla y mirándose al espejo. Johnny siempre bordea el ridículo. En uno de sus capítulos, quiere aprender a vivir solo, pero no se anima. Su amigo nerd se ofrece como compañero. Será, de allí en más, su perfecto dominador: lo obliga a hacer silencio, se aprovecha de él, le encarga tareas de limpieza. La lucha por la posesión del control remoto será siempre una derrota para Johnny. El flacucho (como llama a su amigo) tiene siempre un argumento para convencerlo. 
Unas extraterrestres, en otra emisión, lo raptan para estudiarlo. Como otras veces, Johnny se cree ganador. �¿Han visto mi espejo?�, les pregunta, cuando está seguro de que no le sacan sus ojos de encima. Ellas, despiadadas, lo someten a los exámenes más tortuosos: una aguja gigante en sus nalgas, golpes y sacudones. Luego lo devuelven, y Johnny corre a casa de su madre. �¿Dónde te habías metido?�, interroga la vieja. Y llega una nueva cachetada. Si Johnny, así de vanidoso, no despierta rechazo es porque ya bastante crueldad hay en sus creativos. Cuando no lo someten a golpizas lo exponen a la burla. Y si no a la dominación de su madre castradora. A veces, son francamente hirientes: insertan un videoclip en el que lo camuflan como a un burro, con cola, orejas y cuerpo contrahecho. Un pincel salido de la nada lo borra y vuelve a dibujarlo: es su tortura. Así de fracasado en un cuerpo esbelto compone una ironía eficaz.
Para escapar a su realidad, a Johnny Bravo sólo le queda refugiarse en sus objetos: es altamente fetichista. Adora sus anteojos negros, peina por horas su jopo rubio y nunca se saca su ajustada remera negra que realza sus músculos. Tiene, a su vez, fascinación por su aparato de tevé, todo el tiempo encendido. �No daña mi cerebro�, replica a su madre cuando ésta selo apaga. Y vuelve a encenderlo: prefiere mirar que vivir lo que le ha tocado. 

 

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