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OPINION

Hasta la próxima

Por James Neilson

Para satisfacción no meramente del presidente Fernando de la Rúa sino también virtualmente de todos los demás, se resolvió en un par de horas aquel problema surgido en Salta dando a los piqueteros lo que reclamaban. Si hubiera sido cuestión de una emergencia única, el Gobierno tendría pleno derecho a felicitarse por su alarde de sensibilidad, pero sucede que situaciones como la de General Mosconi se repiten a lo largo del país, lo cual plantea preguntas acaso reaccionarias pero así y todo inevitables: ¿no habrá asegurado el Gobierno que estallen muy pronto centenares de �crisis� similares? ¿Cuánto dinero está dispuesto a gastar para que los �costos políticos� del desastre que vive buena parte del interior sigan siendo mínimos? ¿Dónde lo encontrará?
Tal como está conformada la Argentina, para apaciguar al interior el Gobierno cuenta con tres alternativas: puede reprimir toda vez que le parezca necesario, estrategia que podría destruirlo; puede ponerse a redistribuir, lo cual además de enfurecer a sus propios simpatizantes y a una clase política cuyos integrantes a menudo �ganan� cien veces más que sus coprovincianos más pobres, desataría una crisis económica fenomenal, o puede anunciar un proyecto global a un tiempo ambicioso y convincente que sirva para mejorar definitivamente las perspectivas de los millones que están atrapados en la miseria más extrema. La cuarta alternativa, la de apagar los fuegos que se declaren mediante concesiones bien publicitadas, se agotaría muy pronto, porque de propagarse la noticia de que la mejor manera de conseguir �soluciones� consiste en cortar rutas y quemar edificios públicos, lo harán decenas de miles de desesperados, en algunos casos estimulados por las autoridades locales, los cuales, no lo olvidemos, son en su mayoría opositores.
El drama de la Alianza es que quiere ser moderna, de centroizquierda, en un país en el que las palabras se ubican masivamente en el territorio así supuesto, pero la realidad se encuentra mucho más a la derecha que en cualquier parte del Primer Mundo. Por eso, se da la paradoja de legisladores de sentimientos sinceramente igualitarios que perciben dietas que los colocan en un planeta que es radicalmente distinto del conocido por quienes los votan. Salir de esta contradicción no será fácil para nadie, pero la brecha amplísima entre lo que quisiera hacer un gobierno de instintos generosos y lo que está en condiciones de hacer es claramente explosiva, de suerte que a los delarruistas les convendría esperar algunos meses antes de descorchar botellas de champaña francesa para festejar la �solución� del conflicto salteño.

 

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