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�Los gauchos no eran necesariamente héroes�

Lorenzo Quinteros estrenará mañana una versión teatral del clásico popular �Hormiga Negra�, la historia de un gaucho que �no es heroico pero es verdadero, porque es contradictorio�.


Por Hilda Cabrera
t.gif (862 bytes) Hace tiempo que el actor y director Lorenzo Quinteros sentía ganas de llevar a escena a un gaucho menos arquetípico que los habituales. Pensaba en un hombre perseguido, un personaje acaso más difícil de calificar, por lo complejo, que los teatralizados en Juan Moreira, Julián Jiménez, Juan Cuello, Juan Soldao, El entenao (adaptación teatral del Martín Fierro, de José Hernández) o Calandria. Quinteros apostó finalmente a la historia de Hormiga Negra, gaucho violento que tuvo existencia real. Se llamó Guillermo Hoyo y fue retratado por Eduardo Gutiérrez (1851-1889) en un folletín de 1981, posterior a la escritura de su Juan Moreira, melodrama que este escritor y hábil cronista de policiales publicó en episodios en La Patria Argentina. Es así que Quinteros estrena finalmente este Hormiga Negra, versión teatral de un clásico popular del prolífico autor de El Tigre de Quequén. La adaptación se verá a partir de mañana en el Teatro Estudio El Doble (Aráoz 727), fundado por el propio Quinteros, últimamente intérprete en El amante (obra teatral de Harold Pinter), Los libros y la noche, film de Tristán Bauer, y la tira televisiva Por ese palpitar. 
En Hormiga... conduce a un elenco de jóvenes actores y se ocupa además de la dramaturgia, junto a Bernardo Carey. Según cuenta en una entrevista con Página/12, este trabajo se conecta con sus primeras investigaciones sobre la escena rioplatense. Tarea de la que surgieron inicialmente Dos enanos, un destino, en 1974 (con la actriz Tina Serrano y el actor chileno Hernán González), y al año siguiente Porca miseria, con la participación del actor y director Rubén Szuchmacher. Pero Hormiga... es, ante todo, la culminación de un proyecto iniciado en 1976 con el poeta y escritor Osvaldo Lamborghini, quien falleció en 1985 en Barcelona. El poeta fue quien lo acercó a la literatura de Gutiérrez y muy especialmente a este folletín de trama policíaca. Juntos elaboraron algunos de los textos de una puesta abortada ese mismo año. Pero algo quedó: �Había anotaciones de puesta en escena y lo producido por los ensayos. Un áspero esqueleto a la espera de un mejor tratamiento orgánico.� Se trata entonces de un cruce de textos: �Hay escenas levantadas y adaptadas del folletín de Gutiérrez, escritos de Lamborghini �cuya línea poética es la que siempre quise seguir�, textos de Carey y otros míos�, precisa el director. 
�¿Por qué ese interés suyo por un gaucho violento, �pendenciero�, como decía Borges?
�Borges decía eso, pero también que Hormiga era �el gaucho real�. El folletín le parecía trivial, pero lo salvaba �decía� el hecho de parecerse a la vida. No opinaba lo mismo del gaucho Martín Fierro, noble y perseguido, ni de Don Segundo Sombra, servicial del patrón. A mí también me parece �verdadero�. Mi interés por Hormiga creció cuando Osvaldo (Lamborghini) me sugirió que leyera la novela para profundizar en mis investigaciones sobre el sainete, el grotesco y las fusiones con la vanguardia. Entonces no sólo me pareció un gaucho real, sino además con características propias del argentino. Porque, a diferencia de Moreira, que lucha contra la Justicia institucional desde su sufrimiento, Hormiga no es heroico. 
�¿Quiere decir que el heroísmo no es una característica del gaucho?
�Diría que no es una particularidad de los argentinos, sobre todo de los que están en el poder, que son acomodaticios, cambian de bando con gran facilidad, y además pretenden que los demás olviden los desastres que hacen. Pero no quiero ahora ser sarcástico. Hormiga no es heroico, pero es verdadero porque es contradictorio y complejo, se enamora y después de tantas andanzas hasta tiene un proyecto de vida positivo. Además, Gutiérrez describe esto de una manera tan honda que uno se olvida de las trivialidades de la escritura. Coincido en que esta literatura popular no alcanza nivel literario, pero es muy potente y genuina, como escribió Guillermo Saccomanno en un artículo para el suplemento Radar. �¿Quiso reforzar esa impresión de verdad en la puesta?
�Sí, y creo que aparece más destacada que en el folletín. También quise que tuviera nivel poético, porque nunca dejé de sentirme influido por Lamborghini. Traté incluso de contagiar este sentimiento a Bernardo (Carey) para lograr una puesta de alto lirismo, aunque las acciones sean a veces muy terrenales, sanguinarias, violentas, burdas o banales. 
�No es fácil encontrarle poesía a una historia violenta. ¿Cómo es el lirismo de la violencia?
�El lirismo no tiene una moral, por eso un personaje puede ser lírico matando o simplemente fumando. Respecto de esto, recuerdo siempre la escena en la que Otelo estrangula a Desdémona. Shakespeare la rodea de una gran riqueza poética. Otelo ama profundamente a la mujer, pero actúa cegado por los celos. Es difícil entender el lirismo de esta escena si se parte de una visión esquemática del mundo y de los sentimientos. Para quienes tienen una visión maniqueísta, lo bueno y lo malo son semejantes a dos líneas paralelas que no se cruzan jamás. Una de las funciones del arte es, precisamente, cruzar esas líneas, descubrir los contrastes y mostrar el componente poético que puede existir no sólo en una situación de humor sino también en un homicidio. 
�¿Cómo entraría ahí el tema ético?
�La relación entre ética y asesinato es siempre paradojal. Hormiga posee una ética diferente de la sociedad y de quienes lo juzgan. Recuerdo un caso en España en el que un asesino fue absuelto porque no podía discernir si lo que había hecho era bueno o malo. Era analfabeto y no tenía una educación acorde a la de la sociedad que lo enjuiciaba. Hormiga también sufre una debilidad ética. En este personaje se produce un desplazamiento de la ética hacia otras zonas. Digo esto respecto de la novela de Gutiérrez y no del personaje real en el cual se basa. De la novela surge que Hormiga está educado para ser violento, y desde su más tierna infancia. 
�¿El entorno social es decisivo cuando se evalúa el nivel de violencia?
�Por supuesto, absolutamente. Si la familia es un exponente del estado en que se encuentra una sociedad, en la novela, Hormiga es un producto social. Su violencia es consecuencia de una enseñanza. Esto no significa que un hombre educado para matar sea necesariamente malo. Podríamos decir, en cambio, que matar sí es malo. De todas maneras, Hormiga no aparece como un asesino serial. Mata por causas diferentes: para vengarse o defenderse, o porque tiene ganas de provocar o está borracho. Sin embargo, y aunque suene irónico, logra construir un hogar y se empeña en ser un hombre respetable, porque después de todas esas violentas andanzas que lo llevan a la cárcel termina su vida como un �burgués�, plácidamente, en una chacrita, cuidando vacas junto a su mujer. Así y todo es difícil juzgarlo desde las convenciones de una moral burguesa. 
�¿Y qué lugar tienen los muertos en esa historia?
�Esos que mató quedarán en su memoria. En nuestro espectáculo hay un doble relato: el de la vida real y el que se construye ficcionalmente en un espacio semejante al del radioteatro, ese teatro que nacía en la radio y se llevaba por los pueblos. 
�¿Por qué ese doble juego?
�Porque este tipo de dramaturgia estuvo desde siempre en mi producción. Desde Porca miseria, donde ya trabajábamos en la línea de la investigación del circo criollo, del payaso. En el caso de Hormiga..., ese desdoblamiento se consolidó al tratar de resolver la manera de narrar tantos crímenes sin caer en la monotonía. Para eso había que proporcionar a cada hecho una nueva dinámica, abrirlo a otras dimensiones.

 

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