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el Kiosco de Página/12

Unplugged, otra vez
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona


UNO Pocas veces he recibido tanto correo de lectores como el referente a una nota firmada por mí y publicada algunos domingos atrás acerca del fenómeno "Gran Hermano" que azota a buena parte de Europa. En resumen: un programa de televisión que se emite durante veinticuatro horas, mantiene obsesionados a muchos millones de espectadores y "trata" de las vidas de diez personas "normales" encerradas en una casa-set y vigiladas por omnipresentes cámaras y micrófonos mientras --a lo largo de tres meses de completa incomunicación con el "mundo real"-- van siendo eliminadas por votación del público a partir de las traidoras y secretas nominaciones de sus propios compañeros. El último en pie --y en vivo y en directo-- se lleva unos 125.000 dólares de premio y, al igual que sus compañeros caídos en acción, las luces y las sombras de una fama merecida porque se la ganó él sólo por ser solamente él.
¿Cómo no se nos ocurrió antes, eh?

DOS Las cartas de los lectores argentinos insisten, primero, en que todo lo inventé yo. Juro que no. Pueden encontrar sites en Internet y noticias en los diarios acerca de las próximas versiones inglesas y norteamericanas del asunto --luego de haber concluido la original y holandesa y hallarse in progress la española y la alemana-- mientras ya se anuncia un "Gran Hermano VIP" (con famosos de segunda) y un "Gran Hermano Mayor" (protagonizado exclusivamente por jubilados) y ya está en movimiento un "Gran Hermano" sobre ruedas (el micro donde viven que es recibido con tomatazos y huevazos por los pobladores de distintas aldeas holandesas). Insisto. Es verdad. Como también es verdad que la productora del monstruo tiene oficinas en Buenos Aires. Falta menos. Ya van a ver.

TRES Lo más interesante, sin embargo, es lo que ha venido ocurriendo durante las últimas semanas ahí adentro. Nadie jamás pensó que la realidad pudiera ser tan ocurrente. Veamos: Nacho --justo después de ponerse de novio con Vanessa-- tuvo que salir porque murió su padre. Silvia se fue voluntariamente junto a Israel cuando fueron víctimas de un complot de los otros miembros de la tribu para ser expulsados. Jorge --que no podía soportar la vida sin su amor, María José, la primera desterrada por voluntad de la teleaudiencia-- comenzó a enloquecer de a poco y cada vez más rápido. Primero confesó que su padre era homosexual y que se prostituía, enseguida empezó a hablar solo y a decir cosas como "quisiera ser Dios", después salió voluntariamente de la casa tomada para encontrarse con que el semanario Interviú aseguraba en tapa que María José trabajaba como puta. Y era verdad. María José confesó su pecado a toda España, Jorge la perdonó con un beso en el aire pero el que no perdonó a Jorge es su padre que, dicen, lo está buscando "para darle una buena tunda".

CUATRO Mientras tanto, tres nuevos "concursantes" entraron para suplantar a los fugitivos. Dos bastante normalitos; pero Iñigo es cosa seria: ríe a carcajadas sin motivo, dice que quiere expulsar a todo el mundo, no se separa ni un segundo de su toallita estampada con motivos de dibujos animados japoneses, le dice a Ania que tiene "un cuerpo muy lindo", habla con las canillas y la cortadora de césped y tiene todo el aspecto de un más que respetable asesino serial. La vieja guardia lo detesta y le tiene miedo y, para peor, fallaron la prueba impuesta de esta semana --el psicotizante ejercicio de abrir y cerrar la puerta cinco veces cada vez que entren o salgan de una habitación luego de no haber conseguido hacer hablar al loro-- y han perdido la mitad de su presupuesto para alimentos. Saben que van a pasar hambre y no saben --no saben nada-- que el altísimo rating del programa comienza a caer. La productora sacó una revista llamada Gran Hermano con posters y data de los protagonistas. Casi la compro, pero no la compré.

CINCO Lo más gracioso de todo es que los que allí están --náufragos del todo y la nada-- ya llevan casi un mes y medio sin ver televisión, desenchufados, porque no hace falta, porque ahora la televisión son ellos y, sí, hay algo todavía peor que ver televisión todo el tiempo: aparecer en televisión todo el tiempo. La gente, parece, empieza a odiarlos, a aburrirse de ellos, y les tira pelotas con mensajes hirientes por encima de la cerca y resultados errados de los partidos de fútbol de sus equipos para hacerlos sufrir. Se los nota más inquietos a los chicos y las chicas. Hablan del "afuera" como si se tratara del Más Allá, como lo que ocurre después de la muerte del vivir en vivo. "Fiebre de cabaña", lo llamaban los tramperos del Yukón. Mientras tanto, afuera, dos chicas adolescentes y españolas mataron de dieciocho puñaladas a una amiga. A la hora de la confesión dijeron --sin soltar una lágrima de remordimiento y mirando a cámara-- que lo hicieron "porque querían ser famosas y salir en televisión". Iñigo sigue riendo y está claro que a nuestros héroes de la nueva televisión la cosa se les está poniendo difícil con semejante competencia.
Días atrás --aprovechando la confusión de la ida de Vanessa, la mala-- entró un simpatizante de ETA a la casa y, encapuchado, mostró un cartel antes de ser reducido y marche preso acusado de interferencia político-catódica.
Cualquier noche de éstas sale otro expulsado o en libertad, quién sabe.
Volvemos a estudios.

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