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OPINION

Incompetentes sin fronteras

Por Claudio Uriarte

La diplomacia norteamericana hacia América latina (es un modo de decir) ha ejemplificado en las últimas semanas una curiosa síntesis entre la clásica rudeza autoritaria e ignorante de las épocas del big stick, una creencia muy ingenua en el propio poder y unas interpretaciones sumamente antojadizas y cambiantes de lo que constituye una democracia. Por ejemplo: Washington condenó a la fujicracia peruana como ilegítima --un diagnóstico irreprochable a la luz del masivo fraude consumado en las dos vueltas electorales--, pero no se entiende qué le ve de más encantador y transparente al turbulento gobierno paraguayo de Luis González Macchi, un presidente que no fue elegido por el voto de un solo paraguayo, que es respaldado por el ala stronista de la mafia narcotraficante, cuyo ascenso al poder fue resultado de un extraño asesinato y cuya estabilización en él dependió de un aún más extraño intento de golpe de Estado. Desde luego, nadie sería tan ingenuo como para pensar que las acciones del Departamento de Estado están guiadas por el idealismo más prístino, o que cada funcionario del Pentágono encierre a un cruzado por la libertad. Washington tiene, sobre todo, intereses permanentes, no amigos permanentes. Ese es el paradójico hilo de continuidad que relaciona políticas aparentemente contradictorias como las que Estados Unidos desplegó en las últimas semanas hacia Perú y Paraguay: en ambos casos, se trató de ataques contra liderazgos personalistas fuertes e independentistas --Alberto Fujimori en el primer caso, el semiclandestino general Lino Oviedo en el segundo-- que es lo que Washington más detesta tener en su patio trasero. Por la contraria, González Macchi es para Estados Unidos un hombrecito débil y dócil, mientras el peruano Alejandro Toledo, más allá de la innegable legitimidad que conquistó en una lucha cuesta arriba contra el tenebroso aparato fujimorista, es "un cholo de Harvard" en más de un sentido: ya es más norteamericano que peruano, a tal punto que su esposa belga Eliane Karp habla el quechua mejor que él. Pero en ambas operaciones estadounidenses sorprende el nivel de ineficacia e irresponsabilidad. EE.UU. salió como un jacobino a condenar a Fujimori en la OEA sólo para encontrarse que ningún país de la región lo secundaba, por la lógica razón de que ninguno quería dar a la OEA (un mascarón de proa norteamericano) semejante poder de intervención. Mientras tanto, su respaldo a González Macchi sigue repitiendo el error de crear una situación del tipo "Braden o Perón". Más extrañamente aún, la Cancillería argentina ha secundado casi todo esto, en una especie de parodia involuntaria de Guido di Tella, que por lo menos tenía sentido del humor.

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