Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


LOS GRUPOS BARRIALES DE TEATRO, UN FENOMENO CADA VEZ MENOS UNDERGROUND
“No estamos en las estadísticas, pero llenamos”

Catalinas Sur, El Doble y Sportivo Teatral son algunos exponentes de una movida que moviliza a miles de personas cada semana.
Por Silvina Friera
t.gif (862 bytes)  No figuran en las estadísticas. Militan en la periferia de los circuitos comerciales, alejados de la calle Corrientes. Algunos reivindican la cultura de barrio y producen obras con los propios vecinos. En tiempos de bolsillos flacos llevan más de 300 personas por función, y el boca en boca aumenta la mística de estos grupos teatrales, que generan un fenómeno comunitario que excede las fronteras barriales que impone la General Paz. Mucha gente que habitualmente no va al teatro se acerca al Galpón de Catalinas, en la Boca, para ver en acción al grupo Catalinas Sur en El fulgor argentino. Por los suburbios de Barracas, Los Calandracas presentan en la calle Los chicos del cordel. A fines de los ‘90 otros comenzaron a replegarse en pequeños grupos, crearon espacios propios para experimentar y llevaron el teatro alternativo al Abasto, Paternal, Villa Crespo y Palermo. Héctor Bidonde tiene su estudio, teatro y casa en Paternal Teatro. Lorenzo Quinteros fundó El Doble y se dio el gusto de unir escuela y producción teatral. Igual camino hicieron Ricardo Bartís, con el Sportivo Teatral y Cristina Banegas, con el Excéntrico de la 18. Manuel Callau está a punto de hacer algo similar con los vecinos de su barrio.
El grupo Catalinas Sur es una formación callejera que se inició en 1983, en plena efervescencia por el retorno democrático. La calle era la religión y el lugar ideal de grupos de teatro como Del Encuentro, La Obra, Surteatro, Teatro de la Libertad, Calidoscopio, Grupo teatral Dorrego, Agrupación humorística La Tristeza, La organización Negra y Los Calandracas. “Somos un teatro de la comunidad para la comunidad y esto implica rescatar la memoria de la cultura popular. Partimos de la base de que el que quiere puede ser actor. En general, los espectáculos teatrales se ven como un producto a consumir. Para Catalinas es un producto a compartir”, explica a Página/12 Adhemar Bianchi, director de El fulgor argentino. “Por otra parte el teatro que hoy se llama ‘gran teatro clásico’ –Lope De Vega, Shakespeare– nació en la calle, hecho por artesanos. Después los actores se formaron con la práctica. Los grandes actores argentinos se hicieron en los circos criollos. Esto no es en desmedro del actor profesional, sino que es una realidad distinta”, dice.
La canción final de la obra es una contundente defensa de lo comunitario y sintetiza el ideario de Catalinas: “La escuela de nuestro barrio fue el lugar donde nacimos, quisimos hacer teatro con un grupo de vecinos, con una gran choriceada nos largamos a la plaza y así comenzó el milagro que prendió de casa en casa”, relata Alfredo Iriarte. Iriarte, uno de los más veteranos del grupo, es un uruguayo que llegó a Buenos Aires con lo puesto y con ganas de canalizar su vocación artística. Hace 15 años estudiaba mimo y hacía funciones en Parque Lezama cuando se enteró que Bianchi, también uruguayo, estaba formando una agrupación. Todos los viernes y sábados se pone en la piel de Domingo Retondaro, un locutor aficionado que abre cada época de cambio político. “Es muy impactante lo que generamos en el público: tenemos admiradores que regalan entradas a amigos y parientes. No estamos en las estadísticas pero llenamos el teatro. El público que nos viene a ver no va al teatro porque se aburre mucho. Como nosotros no exhibimos técnicas, hablamos el mismo idioma de la gente y eso los engancha”, cuenta Iriarte.
José Pereira tiene 71 años, y hace dos y medio que ingresó al Catalinas: “Trabajé durante 54 años y hacía lo que debía, en cambio ahora hago lo que quiero”, define. El rito se repite cada fin de semana. La función empieza en la puerta con la aceitada máquina artística que integran los vecinos. Los viernes no hay choripanes, porque el único que los puede cocinar va los sábados. Entre el grupo de seguidores del Fulgor está Norma, profesora de historia del Nicolás Avellaneda. La “profe” .-como le dice Paula, una de sus alumnas– ya la vio tres veces. “Traigo a los chicos porque es la mejor síntesis de la historia argentina del siglo XX, no tienedesperdicio. Es una salida didáctica y optativa”, subraya Norma. “Creo que si hiciésemos una investigación acá no encontraríamos más de un 20 por ciento de público de teatro. La gente no va al teatro porque no lo siente como propio”, subraya Bianchi. “Hay una diferencia entre llevar el teatro a los barrios y el teatro que viene de los barrios. Hay una tendencia a imponer una cultura dominante, centralizada en la calle Corrientes o en el off, que es un teatro de elite, que fue evolucionando para espectadores de teatro en una ciudad donde vos hacés la línea divisoria que quieras y vas a tener una tribu, como dicen los jóvenes.”
En Barracas bien al sur, la plaza que está en Osvaldo Cruz al 2300 es el punto de partida para Los chicos del cordel, la obra que proponen Los Calandracas, para adultos y chicos por igual. Durante 1998, en el taller de práctica teatral del Circuito Cultural Barracas surgió una propuesta: gestar un espectáculo de teatro callejero. Con las imágenes de un barrio fragmentado y cada vez más hostil, aparecieron los chicos que sobran, los “excluidos”, que reclaman un puente cultural. “Hacer teatro en los barrios tiene sentido en sí mismo. No significa que el que se destaca va ir al San Martín. Muchas veces se toma al barrio como semillero, pero son los vecinos los que sienten la necesidad de expresarse”, apunta Ricardo Talento, director de la obra que, desde julio del año pasado, se presenta todos los domingos en la calle Cruz al 2300. “Hay una gran mística en el teatro callejero. Los días de lluvia nos juntamos igual y tomamos mate porque nos angustia mucho no poder hacer la función”, se lamenta Talento, al recordar las inclemencias climáticas de las últimas semanas. Con más de 15 funciones, Los chicos... no tiene nada que envidiarles a las grandes salas de la calle Corrientes: la vieron 4000 personas.
En la calle Ciudad de la Paz, en el barrio de Belgrano, el auditorio UPB decidió desde 1994 que las obras de teatro sean con entrada libre para atraer a los jóvenes que andan con lo justo y no van habitualmente al teatro. “Con La mancha de Don Quijote apuntamos a un público adolescente, pero a medida que pasaron las funciones los chicos comenzaron a recomendarla a los padres. Ahora tenemos un público de todas las edades y muchos de los que ya la vieron traen a amigos y parientes, lo que genera un efecto multiplicador”, asegura María Inés Falconi, directora de La mancha... y de Ruido de una noche de verano, que se dan los sábados a las 23 y a la 1 respectivamente. “Cuando trabajás en el circuito de la calle Corrientes tenés que aceptar muchos condicionamientos y presiones. Elegir una sala propia o alternativa es una opción para poder hacer lo que querés”, confiesa Falconi.
Unidos por cierta afinidad ideológica o estética, un puñado de actores y directores decidieron independizarse y autogestionar proyectos. Héctor Bidonde está apostando a vivir una experiencia nueva que consiste en unir casa, escuela y teatro en el mismo espacio físico. “Yo vivía en Villa Crespo y siempre me gustó mucho la historia de ese barrio. Me quise liberar de pagar alquiler y elegí la Paternal porque se parecía a Villa Crespo. Cuando compré la casa pensaba en tener estudio propio. Mientras hacía los trámites de habilitación me enteré de que en mi vereda podía funcionar un teatro. Entonces me entusiasmé y empecé a construir la sala”, recuerda Bidonde, que inauguró Paternal Teatro el 30 de abril de 1999. “Es interesante ver qué pasa hoy en los barrios. Mi proyecto de llevar el teatro al barrio y junto con el barrio es a mediano plazo, recién estoy comenzando a difundir la sala, que está en un lugar poco transitado y de espaldas a la avenida San Martín”, precisa el actor y director, que hizo funciones a beneficio de hospitales y escuelas de la zona.
En Palermo Viejo, Ricardo Bartís tuvo hace doce años su primera sala, el Sportivo Teatral, en Ramírez de Velasco y Juan B. Justo. “Alquilar no nos convenía. Buscamos algo en el barrio que tuviese fácil acceso porque el público es consecuencia del trabajo del estudio. No tenemos expectativasde generar un polo cultural”, cuenta el director Página/12. Hace dos años, el Sportivo se mudó a la calle Thames al 1400. “El espacio propio permite, además de dar clases, mostrar tu trabajo”, opina Bartís. “Los teatros tradicionales no crean expectativa. Hay una crisis general que hace que los estudios de transformen en lugares de producción teatral paralela, que ofrece objetos alejados de intereses comerciales. Pero no parece haber espacios alternativos con propuestas coherentes que se constituyan en un polo del lenguaje como fue el Parakultural.” Con El pecado que no se puede nombrar Bartís probó las mieles de un éxito que se construyó sin marketing: colas largas en la vereda y decenas de espectadores sin poder entrar cada fin de semana. En julio Bartís estrenará La última cinta magnética, de Samuel Beckett, mientras sigue en cartel La movilidad de las cosas terrenas, con dirección de Analía Couceyro.
De la Boca a Palermo, el común denominador de este fenómeno es la necesidad de crear una comunidad teatral propia. Si existe un país más allá de la General Paz, aunque muchas veces sea ignorado, en el mundo del teatro sucede lo mismo: lejos de los brillos de la calle Corrientes, varios grupos que silenciosamente hacen teatro en los barrios están construyendo nuevos puentes de comunicación con el público.

PRINCIPAL