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MALENA MUYALA, CANTANTE, TANGUERA, URUGUAYA
Coherencia con el nombre

La edición de su primer disco argentino acercó al público local a una montevideana que actúa lo que canta, mientras sigue estudiando medicina: �A mí no me gustaba el tango cantado por mujeres�, dice.

Por Fernando D’Addario
t.gif (862 bytes)  La entrevista con Malena Muyala transcurre en un bar de la placita Serrano, en Palermo Viejo, durante una tarde fría y gris. Los dos apuntes escenográficos alcanzarían para definir a esta cantante uruguaya que vive en el barrio montevideano de Parque Rodó, estudia medicina y que, presa -al parecer–, de una nostalgia existencial, eligió el tango como canal de expresión. Aunque no desde la postal arrabalera, sino desde una estética ajena al género, más cercana a una concepción integral, con teatro incluido en el cóctel.
Su reciente disco Temas pendientes arroja sólo algunas pistas al respecto, aunque la interpretación de temas clásicos como “Los mareados”, “Melodía de arrabal” y “Muñeca brava”, deja entrever su afinidad con un modo de decir que no se ajusta a ninguno de los prototipos de la mujer tanguera (Ni Nelly Omar ni Tita Merello ni, más acá en el tiempo, Amelita Baltar, Susana Rinaldi o Adriana Varela). Su estilo, que puede gustar o molestar sin mayores posibilidades para el término medio, chocó inclusive con el paladar exigente de su padre, un coleccionista de tangos. “Mi padre se quedó con la generación `polenta’ del tango. Para él, claro, a mi manera de cantar le falta fuerza. Yo le contesto que el problema no soy yo, sino que es un problema del ‘receptor’”, dice con un guiño cómplice en la entrevista con Página/12, mientras se prepara para un nuevo desembarco porteño, previsto para el mes que viene.
El nombre “Malena” es una carga pesada para el imaginario tanguero. Ella, Muyala, sabe bastante (por su padre, en principio) de aquélla, o al menos de su leyenda, que habla de una dama casada con un cantante, y de un amor platónico que Homero Manzi sintió por ella cuando la escuchó cantar. Muyala cuenta la anécdota con entusiasmo, y luego añade otra, que la involucra directamente: “Una vez, en Uruguay, estaba por cantar, y estaba ahí la esposa de Pugliese, y cuando le dijeron que yo me llamo Malena dijo ‘espero que no cante como la Malena del tango, porque era un desastre’. Yo también canto el tango como ninguna, pero eso no quiere decir ni que cante bien ni que cante mal”.
A los 12 años pertenecía al elenco estable del teatro de San José, y en la interpretación de una obra, cantó por primera vez un tango en público. Luego se acercó tangencialmente al género. Estaba en la antimurga BSG, participó de La Bandita Teatrera, donde en una hora y diez hacía 8 personajes distintos. “Ahí aprendí a integrar poesía, baile y vestuario. La parte corporal, la noción del cuerpo en el espacio.” Un certamen de tango, que finalmente ganó, a los 20 años, determinó su camino futuro: “Sólo sabía dos canciones: ‘Los mareados’ (su tango favorito) y ‘Canción de Buenos Aires’. Pero en la final me dijeron que cambiara una de las canciones. Y no sabía ningún otro tango. Me tenía que memorizar de apuro una letra y elegí ‘La última curda’. En el medio del tema me comí un verso, pero lo actué de manera que nadie se diera cuenta. El teatro me sirvió”. Su disco incluye dos temas propios, “Temas pendientes” y “Milonga fugaz”, que se desprenden estilísticamente de los otros temas ajenos elegidos para su repertorio. “Es un mecanismo de defensa, no me sale escribir tangos tangos. Será porque no podría mandarlo a competir con ‘Los mareados’. Así, me puedo permitir escribir una balada, y tengo otros temas, que tampoco son tangos. Soy como una cuentista, pero sin dejar de cantar.”
–¿En Uruguay hay un “ambiente” tanguero que condiciona a los artistas?
–El ambiente del tango en Uruguay es más cerrado que acá. Podés estar años cantando, pero recién te van a reconocer si hablan bien de vos afuera. No hay aparato comercial, ni marketing. Igual, a mí el marketing tanguero no me interesa. Ni siquiera me visto de tanguera para actuar: sé que mi vida es muy distinta a las historias que estoy cantando.
–¿Pero tenía a alguna cantante como modelo a seguir?
–A mí no me gustaba el tango cantado por mujeres. Y era lógico. Mi abuela miraba siempre “Grandes Valores”, y yo a veces veía eso y pensaba:”así no es la cosa”. Me molestaba que me llamaran “cantante de tango”, no porque no lo fuera, sino porque esa frase significa para mucha gente una serie de cosas con las que yo no tengo nada que ver. Yo decía “canto tangos” e inmediatamente me asociaban con una mujer con un tajo en la pollera, medias caladas, y yo no soy así. No estoy en contra de ese estereotipo. Es algo que funcionó en su momento, porque fue auténtico. Ya no es vigente. Sin embargo, hay sentimientos y valores que son atemporales.
–Su manera de interpretar está muy ligada con la imagen. ¿Para usted grabar el disco fue más difícil que subirse a un escenario?
–El disco fue más exigente porque tuve que cargar más en mi voz. Pero al mismo tiempo escuchar una voz en un CD permite fantasear más. Es distinta la cabeza del que te ve cantar en un teatro y el que está cómodamente sentado en el living de su casa.

 

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