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OPINION

 

Las ficciones del señor García

Por Carlos Polimeni


Hubo un tiempo ¿que fue hermoso?, en que las diatribas de Charly García contra la Justicia y la policía eran de tenor teórico. Como buena parte de su generación –que creció con Videla, pero también con Onganía–, Charly había hecho de situarse ideológicamente enfrente de los que te mandan y ordenan una especie de deber cívico. En el tercer disco de Sui Generis, Instituciones, la postura estaba llevada a un extremo: la visión que presidía a la obra, que para nada casualmente resultó censurada, es que toda institución, incluidas entre éstas el matrimonio y la Justicia, las Fuerzas Armadas y la moral, la salud y la política, es necesariamente mala, por represiva. Aun partiendo de experiencias personales, lo que García concretaba eran experimentos de ficción: su vehículo eran las canciones que, como se sabe, no tienen por qué contar hechos verdaderos, ni tener pretensión de noticieros. Sin embargo, como solía usar la primera persona, era bastante fácil que el público pensara que el personaje de todas y cada una de las canciones era él. Era bueno pensar en el artista como un inadaptado: su público era básicamente adolescente, y ya se sabe cuál es el lugar en el mundo de los adolescentes.
Cuando hacia fines de los 70 dejó de hablar tanto de sí mismo y comenzó a retratar la sociedad que lo rodeaba, en los años que fueron de La Máquina de Hacer Pájaros y Serú Girán a sus primer disco solista, García aumentó de status. Eran los años de plomo, y había cosas mucho más interesantes de narrar que él mismo. García dejó de mirar su ombligo, y lo que pudo escribir entonces suena todavía hoy excepcional. Como, por otra parte, casi nadie hablaba de lo que estaba pasando –por miedo, por ausencia, por prudencia, por distancia– quedó parado, al retornar la democracia, en un lugar de prestigio envidiable. Con una tarea cumplida, García, que a su vez ya era padre de un adolescente, retomó hacia la mitad de los 80 su tema preferido: él mismo. Lo hizo de modo notable en “Clics modernos”, “Piano bar” y “Parte de la religión”, y a partir de ahí la fórmula fue resultando conocida.
En los 90, a partir de La hija de la lágrima, su disco menos entendido, hay en García una especie de viaje en busca del tiempo perdido, de retorno a las conductas, las actitudes y aun los temas de la adolescencia. ¿Cómo podrían sino, justificarse la doctrina Say No More, temas como “El aguante” o el intento de rendir tributo discográfico a “Titanes en el ring”, con Pipo Cipolatti de compañero de ruta? Si el retorno de Sui Generis marcará el final de ese camino hacia atrás del músico, compositor y pensador más controvertido y genial del rock argentino, está claro que las historias que le quedan cantar sobre sí mismo no serán ficcionales. Ahora, y no entonces, cuando estaba en edad, se tira a la pileta desde 30 metros, se convierte en fugitivo de la Justicia, les pega a los periodistas, lo van a buscar a su casa los de azul oscuro y queda alojado en comisarías.
En la vida real, en casi todas partes le piden autógrafos.

 

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