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La corrección política, convertida en serie televisiva

 

“Will and Grace” es una revelación: se mete en el mundo gay sin prejuicios ni demasiadas vueltas, presentando una galería de diferentes.

 

 

El programa es una de las grandes revelaciones en el género sitcom.


Por Julián Gorodischer
t.gif (862 bytes) Will and Grace es la más clara revelación entre las comedias norteamericanas de la última temporada. Aporta un poco de aire fresco y demuestra que hay una nueva manera de decir aún en el territorio de las sitcoms, donde todo parecía haberse dicho. Se acaba de llevar, por eso, uno de los premios más codiciado: la continuidad por otro año en pantalla. Su sello distintivo –el que la distancia de otras series exitosas como Friends, Seinfeld y Mad about you– es hacer humor con mensaje incluido. Su propuesta es la más políticamente correcta entre las comedias porque antepone a los gags una premisa: “Las minorías tienen derecho a tomar la palabra”.
No hay parámetros de normalidad ni caminos rectos a seguir en Will and Grace (por Sony, los jueves a las 21), quizás porque sus protagonistas son todos parte de un sistema de excluidos de la televisión. Will y Jack son gays. Grace –que convive con Will– es una fervorosa judía, Val es cleptómana y Karen es lesbiana. Todos son treintañeros que ejercen profesiones liberales y mantienen esa amistad que tanto les gusta narrar a las comedias en los Estados Unidos (la que nace entre los vecinos de Manhattan). Pero son, además, representantes de otras voces, las de uno o varios grupos, que parecen haberlos elegido para que digan y hagan valer su cruzada en el programa.
Por eso, casi como militantes de una causa, Will y Jack defienden su legitimidad como gays sin que nadie los hubiera cuestionado. El conflicto entre ser y no ser, mostrarse o no, para estos personajes no parece existir. Pasan revista a sus conquistas masculinas con desenfado y dan un paso más allá en lo que Ellen .-una serie sobre la vida cotidiana de una mujer que empieza a asumirse como lesbiana– había apenas despuntado: hablar de otras preferencias sexuales. Pero Will and Grace –queda claro– no es Ellen: la salida del closet se ha concretado. Jack, por caso, no omite detalles cuando relata sus aventuras sexuales con otros hombres.
Grace –que ama a Will en silencio– se hace cargo de otra reivindicación, esta vez religiosa: exhibe su judaísmo enfáticamente. Su casa está bien poblada de velas, estrellas de David y otros recuerdos familiares. Sus anécdotas de infancia en festejos y ceremonias son presencias que vuelven una y otra vez. Su voz reclama atención y presencia. Es la voz de los que suelen no estar en televisión, salvo para ser caricaturizados.
Lo curioso es que por una vez, el humor y el tono correcto se llevan bien. El programa no se vuelve solemne, por dos personajes secundarios, Jack y Karen. Jack (Sean Hayes) es una caricatura del gay más obvio, histérico pero verosímil. Es el antihéroe castigado: desea y no lo quieren, casi una sombra imperfecta de Will. Y en él se genera el quiebre que hace falta para que no todo sean palabras que “deben ser dichas” y quede espacio para la carcajada. Karen (Megan Mullally) es lesbiana, torpe, chillona e insolvente, y cumple con la misma función de Jack. “Cómo me gustaría estar en la cama con Angelina Jolie”, deja escapar en una oportunidad, exponiendo su marca, la provocación sin reparos.
Las chicas tienen a su cargo un planteo que ya es casi un lugar común entre la ficción sobre treintañeras: “Ya no hay hombres”, repiten cada vez que se quedan solas, sin salir, un sábado a la noche. Miran tevé y comen pochoclo, limpian la casa hasta hacerla relucir y bailan juntas sus temas preferidos porque nunca tienen compañeros disponibles. Los hombres que las rodean son gays o las han rechazado por maduritas, una condición que las exaspera. Lo suyo, entonces, es terminar con todo o convertir esa pequeña tragedia en un motivo de risa. Optan por la segunda alternativa. Los chicos, en cambio, introducen un tema que es relativamente nuevo para este tipo de comedias: “Ya no hay relaciones estables”, advierte Will, harto de transitar los mismos clubes y discos. Entre ambos bandos, hay un territorio común: la amistad, las fiestas y reuniones sin intrusos en sus departamentos. Construyen allí un remanso sin deseo ni amoríos en el cual eluden el interés sexual a cambio de otras retribuciones: ser cómplices, y, a pesar de todo, tratar de pasar el rato con alegría.

 

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