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CONFLICTO EN FILOSOFIA Y LETRAS POR LA REMOCION DE PROFESORES
En aras de la renovación académica

El decano dijo que Viñas, Chiaramonte, Jitrik y otros deben dejar sus cargos para permitir la alternancia en los institutos de investigación.

Raúl Carnese aseguró que los afectados seguirán investigando. 
Mientras, alumnos y docentes quieren que se dé marcha atrás.


Por Javier Lorca

t.gif (862 bytes) �La renovación es fundamental para introducir nuevas ideas en el ámbito académico.� En diálogo con Página/12, así explicó el decano de Filosofía y Letras (UBA), Francisco Raúl Carnese, la necesidad de que profesores de la talla de David Viñas, Noé Jitrik, José Carlos Chiaramonte y Ana María Barrenechea, entre otros, deban dejar en 2001 sus cargos como directores de los institutos de investigación de esa facultad. Además �tal como informó este diario�, los prestigiosos académicos tampoco podrán participar de los próximos concursos que designarán a sus sucesores. La resolución �tomada por el Consejo Superior de la UBA� desató una tormenta de protestas en la facultad y ya dio origen a una causa judicial iniciada por Viñas (ver aparte). Ante las denuncias lanzadas desde la oposición, el decano garantizó que todos los afectados (los directores que cumplieron ocho años de mandato) conservarán sus sueldos y cargos como investigadores.
�¿Por qué Filosofía y Letras no les permite seguir como directores de los institutos, ni concursar para conservar sus cargos, a profesores tan prestigiosos como Viñas, Jitrik, Elvira Arnoux, Carlos Astarita, Héctor Schenone y otros?
�Habría que explicar primero que los institutos de investigación de la facultad nunca tuvieron una reglamentación sobre la permanencia y los requisitos que debían cumplir sus directores. Hasta el año pasado, la facultad se manejaba con una norma interna, que no estaba aprobada por la UBA, por la que los directores permanecían dos años con la posibilidad de ser renovados sólo por otros dos, aunque en realidad se renovaban indefinidamente. Ahora, se aprobó la nueva reglamentación y los institutos, por primera vez, son reconocidos formalmente por la universidad. Los cargos de directores siguen siendo de dos años, pero renovables hasta cumplir un máximo de 8 años consecutivos. Lo que cambió es que, ahora, los cargos de los directores de los institutos son equiparados con los cargos de gestión política, como los decanos.
�Pero, ¿por qué estos profesores no pueden volver a concursar? 
�Cuando se aprueba el nuevo reglamento, ya existían directores con más de ocho años al frente de algunos institutos. Entonces se dictó una cláusula transitoria para que ellos no puedan concursar por esta vez. Pero sí podrán volver a concursar en el próximo período.
�¿No es injusto que las nuevas reglas se apliquen con retroactividad, es decir sobre directores que iniciaron su trabajo cuando las normas eran otras?
�Bueno, esto es interpretable. Pero lo importante es el espíritu de la norma, que es lograr una renovación periódica de los cargos. El objetivo es reformista: la renovación es fundamental para introducir nuevas ideas en el ámbito académico. Tenemos directores con más de 8 años en los institutos y otros con más de 15. Y es necesario que haya alternancia en la conducción de los institutos. Hay mucha gente joven de altísimo nivel académico y científico que necesita una oportunidad para demostrar su capacidad. Este es el criterio que guió a la nueva reglamentación.
�¿Qué va a pasar con los directores de los institutos que todavía no cumplieron 8 años, pero que ya llevan 4, 5 o 6 en sus cargos?
�Van a poder renovar sus cargos hasta cumplir ocho años, pero no más.
�Usted decía que, al modificar el reglamento y limitar el tiempo de permanencia, se equiparó a los directores con los cargos de gestión política. ¿Es lo mismo un funcionario votado por la comunidad universitaria que un académico que debe dirigir proyectos de investigación?
�No, un director de instituto de investigación no es parangonable a un cargo de gestión política, como sería un decano. De hecho, la elección es diferente: a los directores los elige un jurado después de evaluar a todauna lista de aspirantes. Pero, no obstante, es conducente que los tiempos de gestión en uno y otro caso sean los mismos. 
�Dentro de la facultad, la oposición se quejó porque el nuevo reglamento de los institutos no fue aprobado en el consejo directivo de Filosofía y Letras, sino que lo aprobó directamente el Consejo Superior de la UBA.
�En realidad, esta resolución la elaboró el consejo de esta facultad pero en 1996. Y estuvo frenada en el Consejo Superior porque no se aceptaban los artículos referentes a los requisitos y la permanencia de los directores de los institutos. Después, al año pasado, se modificaron los tres artículos y lo aprobó directamente el Consejo Superior. 
�¿Qué va a ser de los profesores que no tienen ningún otro cargo además del de director?
�Todos van a seguir con la misma dedicación como investigadores en los institutos, es decir con los mismos ingresos. La facultad garantiza que nadie se va a quedar en la calle. En estos días los estamos citando para explicarles esto personalmente. No sólo valoramos todo lo que hicieron profesores como Chiaramonte, Viñas..., sino que pensamos que deben seguir trabajando. Incluso, muchos de ellos nos manifestaron que lo que les preocupaba era poder seguir en los institutos, no tanto mantener sus cargos de directores. 

 

Juicio y protestas en Filo

  El profesor emérito de la UBA David Viñas, que dirige el Instituto de Literatura Argentina, interpuso un recurso de amparo ante la Justicia reclamando la nulidad de la resolución que le impide concursar para conservar su cargo. �El Consejo Superior aplica sin fundamento una concepción efectivamente discriminatoria, pues se excluye a los docentes de los cargos que desempeñan con probado prestigio�, argumenta la presentación radicada en el Juzgado en lo Contencioso Administrativo Nº 2. 
  Un petitorio que circula por los pasillos de Filosofía y Letras, que ya cosechó las firmas de cientos de estudiantes, docentes, investigadores y no docentes, señala que �medidas como ésta no hacen más que incrementar la degradación de la calidad académica de la Universidad Pública, alentando la fuga de cerebros y la ruptura de una tradición de investigación seria y consolidada, en aras de un reglamentarismo carente de todo fundamento científico y consenso de la comunidad universitaria�. El petitorio exige la anulación de la polémica resolución tomada por la UBA. El tema volverá a ser tratado en la sesión del consejo directivo del martes próximo en una sesión que promete ser multitudinaria. 
  El Departamento de Letras prepara una carta dirigida al rector Oscar Shuberoff pidiendo la eliminación de la cláusula y destacando que �por primera vez, en la UBA, se niega la posibilidad de renovar un cargo académico a quienes lo han obtenido por concurso�.

 

 

EL ENTE EVALUADOR CRITICO A LA UBA
La Coneau contraataca

La Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (Coneau) le devolvió la estocada a la UBA. Como anticipó este diario a fines de abril, la universidad había decidido suspender la presentación de sus posgrados ante el ente evaluador que depende del Ministerio de Educación, alegando que los dictámenes de la Coneau eran �contradictorios y hasta ridículos�. Ahora, la agencia acusó a la universidad de �descontextualizar las apreciaciones de los pares evaluadores�. Y aseguró que su accionar se ajusta a �criterios y procedimientos válidos, transparentes y confiables�.
Además, de retirar sus carreras de posgrado de la Coneau, el Consejo Superior de la UBA decidió encomendar al Rectorado la elaboración de un sistema de evaluación externo, que integrarían también otras casas de estudios superiores del país. 
El contraataque de la Coneau se realizó mediante un informe donde se detalla que la UBA evitó referirse a cuestiones como �la pertinencia de las valoraciones realizadas por los pares evaluadores� y que �pretende comprender e interpretar frases desarticuladas... con independencia del texto del que forman parte�. 
�En muchas oportunidades la Coneau recibe críticas �admitió Ernesto Villanueva, en diálogo con Página/12�. Pero lo importante es la existencia de un sistema de evaluación nacional en el que nos interesa muchísimo que la UBA participe�, agregó, conciliador. Los estándares para la evaluación de las carreras y las instituciones fueron fijados en 1997 por el ministerio y el Consejo de Universidades, �en el que participa la UBA�, recordó Villanueva. 
Ante las contradicciones que denunció la universidad, el titular de la Coneau reconoció: �Puede ser que la definición de los criterios haya quedado algo general. El Consejo Interuniversitario Nacional debería tomar la iniciativa para fijar estándares más precisos�, propuso quien fue rector de la UBA en 1973. 
Con todo, algunas sugerencias de la UBA fueron incorporadas en la nueva convocatoria a posgrados: se conocerá con antelación el nombre de los miembros del comité de pares evaluadores para que las universidades puedan hacer la recusaciones que crean necesarias; y el director de la carrera de posgrado podrá tener una entrevista previa con el comité para �charlar cosas que por escrito se pueden perder�. 

 

 

Opinion
Por Noé Jitrik

�¿Qué clase de sociedad es la que permite esto?�

En su nota del sábado 3 de junio, José Pablo Feinmann evoca, con emoción, la experiencia que tuvo lugar en la Facultad de Filosofía y Letras a comienzos de 1965, cuando un grupo importante de estudiantes propició que se me designara profesor paralelo de Literatura Argentina. Creo, si la memoria no me traiciona, que los estudiantes querían renovar un poco el ambiente y hallaron la vía de la �paralela�, puesto que no podían sacarse de encima a un profesor que les parecía rutinario y aburrido y que, por cierto, me había ganado en el concurso celebrado varios años antes. Se diría que actuaron como consecuentes reformistas, en el sentido en que la Reforma de 1918 había combatido la posesión eterna de las cátedras por parte de vejestorios que se aposentaban en ella como señores feudales. Dicho de otro modo, quisieron renovar y lo lograron así fuera por un semestre, que si por un lado fue inolvidable para los que participaron del hecho, por el otro se terminó como coletazo de la tristemente recordada �noche de los bastones largos�.
No hay duda acerca del carácter político de la anécdota; más lo fue todavía cuando me echaron de la misma facultad en 1974; tampoco tengo dudas acerca de la indignación que sentí en ambos casos, pero estuvo lejos de mí sentirme �víctima�, aunque estrictamente hablando no fuera beneficiario de esas medidas: si se admite que hay bandos en la cultura argentina y que están enfrentados uno debe admitir que se pueden perder batallas, por más feroces que puedan ser las represalias que tome el enemigo: ¿puedo considerar de otro modo que como enemigo al inspirado poeta, doctor Ivanissevich, o al ya olvidado señor Ottalagano? De modo que víctima no, tuve incluso suerte pues después del ottalaganazo muchos colegas y amigos fueron asesinados y desaparecidos, mientras yo seguí vivo e incluso pude trabajar en otros lugares, menos proclives a la ferocidad.
El chispeante artículo de Feinmann me hizo sentir lo que no quiero sentir, o sea que ahora soy víctima de una medida universitaria según la cual, junto con otros colegas, me �echan a la calle� porque se dispone que, luego de ocho años como director de un instituto, no puedo presentarme al concurso que por fuerza debe abrirse pues concluye el período para el cual fui designado.
Creo que hay algunos equívocos que quisiera ayudar a disipar, porque no se trata de lo mismo que cuando Onganía o Videla, cuya vocación por destruir la cultura nacional no se les puede discutir ni disputar, aunque las cosas están tan mezcladas que puede haber gente que crea que lo que ellos hicieron es un modo muy entrañable y profundo de la cultura nacional.
Si se admite que hay equívocos puede darse un debate que puede trascender este episodio. Por empezar, si nos pareció condenable el intento re-reeleccionista de Menem y la re-reelección de Fujimori, no sólo porque ellos son lo que son y además son enemigos, en el sentido en que lo dije arriba, sino por un principio, ¿por qué nos puede parecer bueno nuestro re-releccionismo? Si nos parece grotesco que un grupo de ancianos valetudinarios dirijan la Justicia de este país, porque son inamovibles y que otro, más silencioso y que hace menos daño, tome decisiones sobre el idioma que hablamos todos desde el pedestal de la Academia, ¿por qué no sería grotesco que nosotros mismos permaneciéramos sine die en ciertos cargos que, después de todo, porque forman parte del sistema universitario, deben ser renovables?
Porque se trata de cargos y no de funciones o de responsabilidades o de obra realizada. Los institutos, al menos los de la Facultad de Filosofía y Letras, fueron creados ad-hominem, o sea para dar un lugar extra a profesores de mucho prestigio o muy instalados en la política universitaria. Algunos construyeron en esos lugares de privilegio,imaginaron, promovieron y realizaron una labor de investigación en algunos casos impresionante dados los medios con que contaban; otros, como fue tradicionalmente el caso del instituto que dirijo, perduraron en el limbo de la puerta cerrada y la figuración vacía. Se supone que unos y otros debían ser lugares en los que la universidad hiciera investigación, pero no todos los que estaban capacitados para dirigirlos eran investigadores, a lo sumo eran docentes. De hecho, y a veces contra la voluntad de los directores productivos, los institutos fueron convirtiéndose en lugares de gestión, en los que se podía hacer investigación o no, podía bastarles a algunos directores tener el cargo y dejar que el agua fluyera, sin que nadie les pidiera rendiciones de cuentas, o bien podían no sólo fomentar la investigación sino también llevarla a cabo.
Así las cosas, tengo la impresión de que el aspecto de �investigación� empezó a ser relegado a un segundo plano por la Universidad misma y por el Estado: por ejemplo, los incentivos que se inventaron para compensar los bajos salarios sólo beneficiaban a quienes hicieran docencia, aunque el requisito era hacer investigación; a los investigadores propiamente dichos, que los hay y muy buenos, que no dan clases, ese beneficio no los alcanza. Correlativamente, los subsidios que otorga la universidad para hacer investigación no cubren salarios ni gastos personales, sólo se aplican a equipos o a gastos que insume el proyecto mismo: eso es ya un avance, pero también indica la precaria situación de la investigación y, desde luego, de aquellos que dedicaron y dedican su vida a ella.
En los últimos tiempos las cosas cambiaron; como un paliativo y un sustituto del reconocimiento que se le debe a la obra de toda una vida, y por añadidura de gente que sigue estando en condiciones de aportar al desarrollo de una cultura y al desafío que implica la formación del relevo, la dirección de los institutos vino bien, pero no me parece que sea una solución. 
¿Cómo hacer, entonces, para conciliar la necesaria renovación de cargos universitarios, sometidos a una filosofía bien establecida, con el respeto a una obra realizada, seria, considerable y que aún puede seguir dando frutos? Con esta medida, me parece, la universidad no ha solucionado un problema sino que, sin quererlo, ha puesto en evidencia otro, de doble vertiente: por un lado, el problema del ámbito físico y material -salarial inclusive� que debe proporcionar a los investigadores, tanto los que se inician como los que tienen una obra consistente y, por el otro, el del reconocimiento a los aportes verdaderos que algunos puedan haber realizado. 
Para esto no hay por ahora respuestas y la que se ha dado es casi ritual, mecánica y discutible. Tanto como cuando se habla de científicos que, como reciben un salario de dependencias del Estado, son denominados �agentes�. 
Cuando se estableció ese régimen llamado de �jubilaciones de privilegio�, se pensó en términos de neutralización de la corrupción: para evitar que los políticos fueran comprables se les otorgaba una ventaja en relación con los demás mortales, más allá de las exigencias del régimen jubilatorio. Se les reconocía su función en la sociedad. Sin duda que eso dio lugar a abusos puesto que, pese a tener esa jubilación, muchísimos de entre ellos siguieron siendo comprados. Nunca se pensó en una solución semejante para científicos, intelectuales o escritores. ¿Y por qué no serían privilegiables si de ellos depende una cultura, con todo lo que eso comporta? No se me escapa que una solución semejante pueda ser vista, en momentos de tanto desempleo y en el que la palabra �privilegio� es empleada como un concepto demoníaco, como irritante. Tampoco se me escapa que es nefasto que un autor de treinta o cuarenta libros que marcaron una cultura deba terminar sus días en la plaza pública, formando parte de la legión de los menesterosos que recorren las calles del país. ¿Qué clase desociedad es la que permite eso y no se interroga sobre este asunto? ¿La Universidad no podrá hacer nada para encarar este asunto? ¿Cada uno tendrá que confiar en sus personales estratagemas para lograr la excepción, para que alguna autoridad le susurre, comprensivamente, �eso no reza para usted� y le siga pagando el sueldo, aunque no dirija más ningún instituto?
Es cierto que éste no es un país proclive a los reconocimientos; quienes los otorgan, por lo general sin ganas, necesitan que científicos, intelectuales o escritores hayan roto las barreras del sonido en otros lugares para concederlos. Periódicos y funcionarios se llenan la boca con César Milstein y sus logros, pero rara vez mencionan que lo echaron del Malbrán con el mismo impulso con el que quieren echar desde hace algunos años a quienes puedan del mismo instituto. No hay nada peor que ser viejo y haber pensado o escrito en una cultura para la cual el ruido es un modo de vida y el silencio de un laboratorio, de un escritorio, del papel en blanco, una terrible amenaza que no hay que dejar avanzar.

 

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