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�RECURSOS HUMANOS�, UNA MAGNIFICA OPERA PRIMA DE LAURENT CANTET
El regreso de la lucha de clases

La cartelera se renueva esta semana con tres novedades tan valiosas como disímiles. A �Dulce y melancólico�, el tierno homenaje de Woody Allen a un genio (apócrifo) del jazz, hay que sumar la revelación del francés Laurent Cantet con �Recursos humanos� y el hiperkinético ballet que coreografió John Woo para Tom Cruise en la segunda entrega de �Misión imposible�. 

El hijo del obrero se encuentra en el ojo de una tormenta entre la empresa y los sindicatos. Salvo el protagonista, Jalil Lespert, todo el resto del elenco son auténticos trabajadores en paro.

Por Luciano Monteagudo

t.gif (862 bytes) La primera virtud de Recursos humanos �la película ganadora de los premios del jurado y del público en el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires� es la de acertar en las preocupaciones de la época, la de ser oportuna sin caer jamás en el oportunismo. En un momento en que, aun en realidades muy distintas, se discuten la desvalorización del mundo obrero, los efectos de la flexibilización laboral y el problema acuciante de la desocupación, el film del francés Laurent Cantet viene a echar una mirada lúcida, comprometida y emocionante sobre el tema. 
Lo notable de Recursos humanos es la sutileza y la inteligencia con que la película (la primera del director) es capaz de articular este universo social con una historia íntima, particular. El mecanismo dramático no podría ser más simple. Franck (Jalil Lespert), un estudiante de administración de empresas en París, regresa a la casa familiar de provincia para incorporarse como becario en la fábrica donde su padre lleva trabajando más de treinta años. En un principio, su entusiasmo y omnipotencia le hacen creer que �desde su lugar como asesor de la dirección� puede llegar a contribuir a solucionar el enfrentamiento entre los trabajadores y la empresa, por la reducción de la jornada laboral. Pero lo que Franck no tardará en descubrir es que, en realidad, sus esfuerzos son utilizados para llevar a cabo una reestructuración que culminará con una serie de despidos, entre los que se encuentra su propio padre.
Como ha señalado el mismo Cantet, en el centro de Recursos humanos hay un melodrama familiar, pero es siempre, en todo momento, un melodrama seco, austero, pudoroso, sin desbordes de ninguna especie. Ese reencuentro de padre e hijo expone, en primera instancia, un conflicto generacional sobre la forma de pensar el lugar en el mundo que ocupan uno y otro. En su callada, tierna modestia, en su irritante sumisión a la empresa a la que le ha dedicado la mitad de su vida, el padre ve en el hijo a un motivo de orgullo, de satisfacción, de ascenso social. Cuando Franck trabaja en casa, por la noche, el padre baja la voz, por respeto y admiración. Por el contrario, el hijo, en una escena conmocionante, le confiesa a su padre �la vergüenza de ser el hijo de un obrero, la vergüenza de tener vergüenza�. Para Franck, es su padre �quien se resiste a sumarse a una huelga en defensa de sus propios derechos� quien le ha transmitido esa vergüenza, esa falta de orgullo y confianza en su propia clase social. 
A diferencia del cine de Ken Loach o, por poner un ejemplo más cercano, del Bertrand Tavernier de Todo comienza hoy (dos cineastas con quienes se ha comparado a Laurent Cantet), en Recursos humanos no hay un programa previo, una tesis a desarrollar sino más bien un problema abierto, sin respuestas fáciles. El film de Cantet tiene, es evidente, una posición tomada, un punto de vista, un compromiso con sus personajes, pero no simplifica el conflicto: lo expone frontalmente, como tal, en toda su enorme complejidad. No hay una mitologización del obrero como héroe de las conquistas sociales, sino más bien una exposición lúcida de su fragilidad actual, de su desamparo, de su pérdida de identidad social. 
El compromiso político de Cantet, en todo caso, tiene una forma de expresión puramente cinematográfica. No se trata sólo de la transparencia de su puesta en escena, o de la claridad con que logra ir desarrollando el relato, dejando de lado todo lo accesorio para quedarse sólo con aquello que es esencial. Si hay algo que le da verdad a Recursos humanos son sus personajes. Y esos personajes están encarnados �salvo el caso de Jalil Lespert, que es actor profesional y, como tal, toda una revelación� por auténticos obreros y sindicalistas, que el realizador reclutó en las filas de los desempleados. Hasta el patrón de la fábrica es un patrón en la vida real, lo que les da a los debates entre los trabajadores y la empresa un grado de autenticidad sorprendente, inusitado. 
La actualidad del film de Cantet (que por momentos parece hecho pensando en la globalizada Argentina de hoy) tiene que ver también con las formas de expresar una solidaridad real con la clase obrera, de dar cuenta honestamente de su desconcierto, de examinar su crisis desde adentro. En este sentido, Recursos humanos �un título brillante, que resume el cinismo con que el liberalismo entiende la fuerza de trabajo� se entronca con aquello que, en alguna barricada, pronunciara el sociólogo Pierre Bourdieu: �Oponer al conocimiento abstracto y mutilado de la tecnocracia, un conocimiento más respetuoso de los hombres y las realidades a las cuales se ven enfrentados�. De eso trata la película de Cantet. 

 


 

Woody Allen y una nueva prueba de
su incondicional amor por el jazz

Por Horacio Bernades

�Arrastrado y para abajo�: ésa sería una traducción posible para lowdown. Y una buena definición de Emmet Ray, supuesto guitarrista del hot jazz de los comienzos, cuyas anécdotas, manías y extravagancias son algo así como un compuesto de lo que la memoria popular recuerda o inventa sobre unos cuantos famosos del rubro. Segunda biografía apócrifa de Allen luego de Zelig, Dulce y melancólico (hay que aceptar, aunque más no sea por convención, el título con el que el film se conoce en la Argentina) representa la primera vez que el neoyorquino pone en imágenes la música de sus amores, y es también un nuevo viaje a los años 30, luego de Días de radio y Disparos sobre Broadway. Pero sólo ateniéndose a los datos más exteriores podría decirse que Dulce y melancólico sea una película de época.
El comienzo, con su estructura de falso documental y especialistas prestando testimonio a cámara, recuerda inmediatamente a Zelig. Pronto se advertirán las diferencias: Dulce y melancólico es muy poco �graciosa�, y además uno de los testimoniantes es el propio Allen. Reservándose para sí la apertura del film, Woody define a Emmet Ray como alguien �gracioso pero también patético�. Clave que permite ver en el guitarrista de ficción un posible alter ego del realizador, en plan de autocrítica feroz. En este sentido, el de la confesión pública más impiadosa (aunque ésta sea una de esas películas �sin Woody en escena�), Dulce y melancólico continúa decididamente el discurso del Allen más reciente, el de Los secretos de Harry y Celebridad. No hay más que escuchar la primera ejecución de Emmet para comprender que el hombre es, efectivamente, un grande en lo suyo. Basta con verlo, borracho y tambaleante antes de salir a tocar, para sospechar que, si en escena es un gran artista, fuera de ella es un desastre. ¿Como el propio Woody, tal vez? 
Aparte de darle decididamente al trago (como buen músico de jazz), Ray no puede pulsar una cuerda si no lleva su arma encima, y su principal modo de relación con las mujeres es haciendo de gigoló. Patética es su fanfarronería (�soy el mejor guitarrista del mundo ...�, recuerda a cada rato), su malsana obsesión con Django Reinhardt (�... después de él�, aclara luego) y el modo en que se repite a sí mismo, hasta volverse francamente cansador. Se diría que, fuera del escenario, Emmet toca siempre la misma canción. Lo mismo que sus mono-hobbies: ir a ver pasar los trenes o matar ratas a tiros. La primera vez que menciona esta costumbre suena excéntrico. Cuando invita a cada mujer que conoce a hacerlo con él en la primera cita, ya da lástima. En oposición a la figura de Emmett, Allen da vida a Hattie, la chica muda y de aspecto insignificante que aquél conoce en plan �levante�. A simple vista, Hattie parecería carecer no sólo de atractivo, sino de cualquier rasgo que la distinga. Sin embargo, sorprenderá con la guardia baja a su empavonado partenaire, al ir decididamente en contra de la etiqueta sexual. Y volverá a sorprenderlo en el último encuentro, cuando lo deje pagando. Si Sean Penn está magnífico, manteniendo a Emmet de este lado de la caricatura, la inglesa Samantha Morton está todavía mejor como Hattie, haciendo pensar en una versión femenina de Harpo Marx. 
En este engaño de las apariencias (toda una obsesión del último Woody, manifiesta sobre todo en Celebridad), Hattie tiene su contracara. Se trata de Blanche, que en la piel de la longilínea Uma Thurman luce bella, sexy, sofisticada ... e insoportablemente snob. Versión condensada de psicoanalista amateur, cholula fina y hermeneuta tilinga, no es difícil imaginar a Allen disparando, por sobre el hombro de Emmet, sobre este blanco llamado Blanche. Si Woody pone todo su interés en los personajes centrales, los secundarios parecen apenas bocetados. En este déficit hay que incluir tanto a los músicos que acompañan a Emmet como al mafioso dueño de un club nocturno, su guardaespaldas, el representante y el abogado del protagonista (papel a cargo de John Waters, rey del �cine basura�). Espléndidamente fotografiada por Zhao Fei (el de Esposas y concubinas) y rociada con una de esas bandas de sonido que ya son marca Allen registrada, es posible que Dulce y melancólico no sea un Woody mayor. Aun así, sigue siendo una película mil veces más inteligente, personal y estimulante que la mayoría de las que pueden verse por ahí. 

 


 

EL CINEASTA FRENO UN EDIFICIO TORRE
En defensa de Nueva York

En la distinguida zona del Upper East Side de Manhattan, un grupo de vecinos enojados, entre los que estaba nada menos que el cineasta Woody Allen, logró detener un proyecto para construir una torre de departamentos porque perjudicaba la imagen del barrio. Según publicó ayer el The New York Times, la Comisión de Preservación de la Ciudad de Nueva York rechazó el proyecto de construir esta torre de 17 pisos que, según los consejeros, era demasiado alta para la zona, conocida como Carnegie Hill Historic District. Uno de los habitantes del barrio que más había insistido en oponerse al proyecto había sido Allen, que el año pasado compró allí una casa en la que reside. El barrio, por lo demás, aparece a menudo en sus películas. Los consejeros de la ciudad de Nueva York tuvieron en cuenta el testimonio de varios vecinos, entre ellos el de Allen, quien lo envió en videotape a la comisión en marzo, subrayando que la torre de 17 pisos rompía completamente con el tradicional estilo de la zona, que tiene edificios de no más de seis o siete pisos. �No se trata de oponerse al progreso. El problema es la altura del edificio�, dijo Allen en el video. A las protestas de Allen se unieron las de otros distinguidos vecinos, aunque menos famosos que el autor de Hannah y sus hermanas y Dulce y melancólico, como la escritora Peggy Noonan, el directivo de Sony Corporation Howard Stringer y el ex funcionario del Tesoro estadounidense, Roger Altman.

 


 

La �Misión imposible 2� es no quedar como hipnotizado

La segunda parte de la traslación al cine de la mítica serie televisiva supera notablemente a la anterior. En eso es clave la capacidad para filmar acción coreografiada de John Woo. 

Tom Cruise, productor y estrella de un film de acción que impresiona.
La historia no es tan importante como el estilo narrativo de Woo.

Por Martín Pérez

Un cuchillo que se detiene a centímetros del ojo del contrincante. Un ballet flamenco de autos girando sin control en una carretera de montaña. Una paloma que anuncia la llegada del héroe. Pletórica en escenas de acción que son marca registrada de la iconografía poético-cinematográfica de John Woo, Misión imposible 2 �el segundo capítulo del franchising de la serie con música de Lalo Schifrin� tal vez pueda ranquear entre las mejores megaproducciones de Hollywood de los últimos años. Con la estrella (Tom Cruise) poniendo el dinero, e incluso excediendo el presupuesto y entregando el film con atraso, el gran director del cine de acción de Hong Kong �pero que desde hace tres (impactantes) films rueda en los EE.UU.� logró un milagro: darles un buen uso a los millones que la industria sólo entrega a cambio de la seguridad de recaudar más millones. Y teniendo en cuenta los 180 millones de dólares que la Misión imposible de Brian De Palma recaudó sólo en los Estados Unidos hace cuatro años, eso debe significar mucho dinero y muchas presiones. El propio De Palma no soportó tanto en su reciente Misión a Marte. Pero John Woo es otra cosa. Y Tom Cruise también, claro. 
Luego de hacer lo que pudo con Van Damme (que fue bastante), de demostrar lo que se podía hacer con unos misiles y algunas caras bonitas (Código: Flecha Rota, con Travolta y Slater) y de sacarles el jugo a dos estrellas como el propio Travolta y Nicholas Cage (Contracara), Woo llegó a Cruise y Misión imposible con todas las responsabilidades, pero también sin tener que demostrar nada. Ante el abismo más grande ante el que se ha enfrentado, Woo redobló sus apuestas. Como Cruise en la desde ahora famosa escena de los títulos del film, Woo colgó sobre el abismo sosteniéndose apenas con su manos, pero lleno de confianza en sus propias fuerzas, sin red alguna debajo. Y triunfó. Con un guión de Robert Towne �Chinatown, y también la anterior Misión imposible� que abre con una frase didáctica (�Para que haya un héroe lo primero que hay que hacer es crear un villano�), Woo armó un escenario despojado en el que hay un héroe llamado Cruise, un villano que es casi su copia en carbónico y una mujer por la cual sufrirán en el transcurso de su batalla ( Thandy Newton, protagonista de Cautivos del amor, de Bertolucci). Porque la Misión... de Woo no está llena de paranoia como la de De Palma, sino que es una historia de amor que comienza con una cita hitchcockiana (¿a lo De Palma?) à la Para atrapar a un ladrón.
Woo propone un cine hipnótico y, en cierto punto, inverosímil. Lo suyo es la poética de la acción, no su plausibilidad. Por eso tensa las cuerdas al máximo. Porque sabe que eso es lo mejor que puede hacer un equilibrista. Es posible que, a pesar de tanto vértigo, el espectador escéptico pueda llegar a bufar ante el truco imposible. Pero el otro, el que va a que lo entretengan, saldrá agradecido. Ballet de fuego, acción y palomas, esta Misión... marca Woo es un manual de poética adrenalínica. Un film en el que un villano puede llorar de amor, en el que las cabezas (plásticas) ruedan a lo Tim Burton, y que la maldad final del antagonista es pedir lo que cualquier ejecutivo parece querer ahora que los villanos sólo piden millones de dólares en las películas de Austin Powers: opciones de compra de acciones. 

 

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