País de Madrid
Por Juan Jesús Aznarez
Desde México
Todo puede suceder cuando se celebren las elecciones presidenciales mexicanas del 2 de julio. Las encuestas, al menos, son unánimes en pronosticar un virtual empate técnico. Hasta ahora, el candidato oficialista Francisco Labastida tenía una ventaja de unos 4 puntos porcentuales. Pero ayer una encuestadora norteamericana revirtió ese pronóstico al vaticinar una victoria del opositor Vicente Fox por 4 puntos. El virtual empate entre los dos favoritos en las encuestas y el cruce de advertencias entre los candidatos preocupa a la sociedad mexicana, temerosa de que una victoria por poco sea desconocida por un bando y desencadene protestas violentas.
“¡Este cambio no lo paran ni el viejo ni el nuevo PRI, ni la Secretaría de Gobernación (Ministerio de Interior), ni la Presidencia de la República; mucho menos la detendrá ese hombrecillo (Labastida) y sus secuaces!”, gritó Fox el domingo, frente a una manifestación de decenas de miles en el centro de Ciudad de México. “¡Vine a pelearme en su corral”, se jactó en Los Mochis, estado de Sinaloa, donde Labastida fue gobernador. Ambos se han referido en varias ocasiones a la posibilidad de desórdenes, atribuyendo las culpas al contrario. La cotización del peso, mientras tanto, cayó debido a la incertidumbre.
Días atrás, el candidato conservador recomendó a su rival del PRI que gane por más de diez puntos pues, caso contrario, afirmó, su eventual victoria puede no ser creíble debido a los sucesivos fraudes perpetrados por un partido que fue gobierno y régimen durante 71 años. En una entrevista publicada ayer por el diario Crónica, Labastida anticipa el siguiente escenario: “En la noche del 2 de julio, inmediatamente después de las 6 o incluso antes, Fox dirá que ha ganado, y llamará a tomar calles y plazas. No reconocería su derrota –agrega– y se proclamaría ganador. Sin embargo, yo creo que no va a prender (en la calle) esa acción”.
El Instituto Federal Electoral (IFE), acordado por todos los partidos, tratará de evitar trampas, y asegurar que el escrutinio respete la voluntad popular. Ese organismo autónomo autorizó tres conteos rápidos a las empresas Gallup, Berumen y GEA, con una muestra proporcional del voto rural y urbano. Su objetivo es evitar que algún candidato cante victoria antes de tiempo. El escrutinio oficial del voto urbano será previsiblemente favorable a Fox, y más rápido en llegar a los ordenadores que el rural, tradicionalmente priísta, que progresivamente equilibrará los sufragios obtenidos por uno y otro.
El IFE únicamente declarará fiable el triunfo de un aspirante cuando las tres casas encuestadoras coincidan nítidamente en sus proyecciones. “Si en un conteo rápido hay dos puntos de diferencia, el propio margen de error estadístico obliga a señalar que estamos ante una especie de empate técnico, y que hay que esperar a los resultados del IFE”, explica su presidente, José Woldenberg. La declaración oficial del ganador corresponde de todas formas al Tribunal Electoral, que se pronunciará al respecto después de estudiar las posibles impugnaciones a los resultados.
El politólogo José Antonio Crespo, autor del libro Los riesgos de la sucesión presidencial, advierte sobre los riesgos de una pequeña diferencia entre el conteo rápido y el resultado final, “considerando la tradicional suspicacia electoral mexicana y el reconocimiento de que aún existen algunas prácticas ilícitas insuficientemente acotadas”. Todavía se comenta con sorna la “caída del sistema” (informático) durante el escrutinio de las elecciones de 1988, ganadas por PRI y Carlos Salinas de Gortari (1988-94) y protestadas como fraudulentas por la oposición,observadores internacionales y el candidato perdedor, Cuauhtémoc Cárdenas, candidato presidencial por tercera vez al frente del Partido de la Revolución Democrática (PRD), de centroizquierda.
Las condiciones actuales son otras en México, sin embargo, y es improbable el fraude en los términos tradicionales porque se han establecido las cautelas técnicas y políticas para que no ocurra. Pero siete decenios de elecciones arregladas o bajo sospecha no se olvidan tan fácilmente. Una victoria raspada del PRI, las denuncias de coacción o compra de sufragios, pueden conducir a desórdenes callejeros ni bien alguien proclame con voz en grito: “¡Tongo!”. Si el 2 de julio hubiera un holgado porcentaje de votos entre Labastida y Fox, o viceversa, las eventuales adulteraciones dejarían de ser tenidas en cuenta y no se pondría en duda la fidelidad del veredicto oficial. “Es cierto que la legitimidad del ganador es total incluso si ganó por una pequeña diferencia, pero para esto se requiere una limpieza impecable”, concluyó Crespo.
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