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Por Eduardo Febbro Desde Millau José Bové no es un intelectual, ni siquiera un sindicalista, sino un campesino, un hombre de la tierra. Eso explica la curiosa atracción que ejerce en el seno de una sociedad donde los McDonalds han ido modificando las costumbres alimentarias. Antes de ser el emblema del terruño contra los Big Mac y los Cheesseburger, Bové salió en defensa de los intereses y los productos de su país. La destrucción del McDonalds se originó en una acción de 300 campesinos franceses que asaltaron el local en signo de protesta tras la decisión de EE.UU. de imponer un gravamen del ciento por ciento sobre las importaciones de roquefort, medida que, a su vez, era una respuesta de la administración estadounidense contra la prohibición de importar carne con hormonas made in USA adoptada por la UE. Bové asumió la responsabilidad del ataque y lo reivindicó como un acto simbólico contra la globalización y sus efectos perversos. Los acusados hablan de desmantelamiento simbólico del McDonalds, pero los propietarios del local insisten en los cargos de actos de delincuencia. Para desgracia de la cadena de alimentación norteamericana, Bové y la Confederación campesina se convirtieron en arquetipos de la cruzada antimundializadora. Ese es precisamente el argumento que esgrime la defensa: para ellos, el sabotaje del McDonalds es parte de la justa lucha contra la mundialización liberal. Presente en
la cumbre de la OMC en Seattle, en el foro económico de Davos y en
cuanta cumbre o reunión asoman los liberales del mundo, José
Bové aglutinó una abrumadora tribuna de seguidores que pasan
por alto las contradicciones de un movimiento que el matutino Libération
define como franco-francés y nacionalista. Pero para
el inicio del proceso, la modesta Millau se ha mundializado. La gente duerme
en carpas, a cielo abierto, allí donde puede acampar. Vinieron de
El Salvador, Brasil, la India, Argentina, Tailandia y del resto de Europa
como testigos y apoyo ético. Una inmensa banderola del
Comité Revolucionario Occitano con la inscripción El
capital no se administra, se combate, recibe a los viajeros que luego
son provistos de la camiseta oficial del evento, donde, de un lado, sobre
el dibujo de una pestilente y voraz hamburguesa, puede leerse: Millau
2000, el mundo no es una mercadería, y, del otro: Yo
tampoco. A la cita ni siquiera faltó el sociólogo Pierre
Bourdieu. Vestido con el típico traje Mao, Bourdieu vio a José
Bové atravesar Millau rumbo al Palacio de Justicia, sentado sobre
un carro lleno de paja. Parael argentino Georges Barrero, miembro de la
ONG Attac, con el juicio a José Bové, que se opone a
las subvenciones agrícolas, se busca defender los derechos de los
agricultores a través del mundo. Pero lo que más resalta
del juicio no es tanto las posiciones de Bové sino el hecho de que,
a través del espectáculo, se asiste a un tímido
despertar de la sociedad civil. Ya condenado hace dos años
por haber destruido un campo de maíz transgénico, Bové
corre el riesgo de pasar cinco años en la cárcel.
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