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Otra larga y temible travesía al mundo virtual de David Cronenberg

�eXistenZ�, que aunque parezca mentira no se estrenará en cines argentinos pese a su repercusión internacional, despliega el arsenal de tics bizarros que caracteriza al director canadiense.

Por Horacio Bernades
t.gif (862 bytes)  Las cosas no andan bien: no puede ser que la película más reciente de un cineasta como David Cronenberg, sin duda uno de los más arriesgados y originales del cine contemporáneo, no se estrene en cines en Argentina, luego de haberse presentado a lo largo del año pasado en varios de los festivales más importantes del mundo. Y luego de que aquí se estrenaran, con muy buena repercusión, todas las películas que el cineasta canadiense realizó en los últimos tres lustros, desde La mosca (1986) hasta Crash (1996), pasando por Pacto de amor (1988), Festín desnudo (1992) y M. Butterfly (1993). Pero eso es lo que ocurrirá, lamentablemente. Premio consuelo: el nuevo Cronenberg sale en video. Algo que, dicho sea de paso, ocurriera ya con alguno de sus films anteriores, notoriamente Videodrome/Cuerpos invadidos (1982). En días más, el sello Gativideo estará haciendo llegar a todos los videoclubes eXistenZ, mundo virtual, título con el que eXistenZ se edita en Argentina.
“eXistenZ se escribe así”, dice de entrada uno de los actores de la película, mirando al espectador a la cara e incluyéndolo así, metafóricamente, como miembro de su audiencia. Luego escribe la palabra en un pizarrón, explicando a sus oyentes que ése es el nombre de un nuevo juego. El actor es el escocés Christopher Eccleston, conocido por su papel de Tumba al ras de la tierra, y a partir de allí comienza a desenvolverse la trama de eXistenZ. Que, como todas las de Cronenberg (que aquí vuelve a escribir un guión original, luego de haber adaptado entre otros a William Burroughs, David H. Hwang y J. G. Ballard) despliega un exuberante y bizarro mundo paralelo, que cuenta con sus propias, muy particulares reglas. Ubicada en un tiempo y lugar que Cronenberg mantiene deliberadamente en la ambigüedad, eXistenZ introduce al espectador en medio de una sociedad más o menos secreta, la de los practicantes de juegos de realidad virtual. El llamado “eXistenZ” es el más nuevo y más perfecto de esos juegos, inventado por quien parece ser poco menos que una gurú para sus seguidores. Se trata de Allegra Geller, personaje que incorpora la rubia Jennifer Jason Leigh, aquí de aspecto tan pálido y enfermizo como corresponde a toda heroína cronenberguiana.
Como los propios films del canadiense, el juego tiene características y efectos sumamente peculiares. “eXistenz” funciona, en principio, a partir de una especie de “toma”, consistente en una incisión practicada en la espalda de los jugadores y llamada “biopuerto”. En él se enchufa un cable o “umbycord”, que es de materia orgánica y, como su nombre lo indica, se parece enormemente a un cordón umbilical. En el otro extremo del umbycord hay una especie de placenta o vaina, el “teletransportador” (siempre taxonómico, Cronenberg se ocupa de ponerle nombre a cada dispositivo orgánico de su invención). El teletransportador se activa pulsando una tetilla. De allí en más, los jugadores serán transportados a una realidad virtual, cuyas relaciones con la “realidad” misma son semejantes a las que pueda haber entre el sueño y la vigilia. Como todo sueño, esa realidad alterna en la que los ceremoniantes se introducen resulta tan tentadora como peligrosa. Sobre todo, por el hecho de que, a partir de determinado momento, los allí introducidos dejan de saber con precisión qué es real y qué artificial.
De modo característico en Cronenberg, abundan en eXistenZ toda serie de símiles orgánicos, sobre todo sexuales. En una de las escenas más divertidas (Cronenberg vuelve a hacer gala de un sentido del humor irónico-mórbido) se asiste a la iniciación del personaje que encarna Jude Law (visto recientemente en El talentoso Sr. Ripley). El es Ted Pinkul, muchachito virgen en materia lúdica, sumamente asustado. En un taller mecánico muy poco romántico, el grasoso tallerista (a quien Willem Dafoe dota de una risa lunática que recuerda a su Bobby Perú de Corazónsalvaje), abrirá un hueco en la baja espalda del pobre muchacho, dejándolo despatarrado de dolor pero “preparado” ya para su próxima transportación. De allí en más, él y el espectador se meterán en un mundo temible y fascinante, lleno de sectarios y conspiradores. “Muerte al realismo”, exclaman los eXistenZialistas, para quienes los límites de lo diurno y cotidiano son como una cárcel de la que desean liberarse. “La película es pura propaganda existencialista”, aseguró durante el festival de Berlín 1999 Cronenberg a Página/12, con semisonrisa tan enigmática como sus películas.

 

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