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�MUMFORD�, OTRA NOTABLE OBRA DEL DIRECTOR ESTADOUNIDENSE
Las muchas máscaras del Dr. Kasdan

Estrenada casi en secreto, la película más reciente de Lawrence Kasdan, el realizador de �Cuerpos ardientes� y �Reencuentro�, se convierte en la grata sorpresa de una semana que completan el dibujo animado �Titan A.E.� y el melodrama francés �Pasión de amor�, protagonizado por Emir Kusturica.

Hope Davis y Loren Dean (foto superior), arreglando sus problemas diván de por medio. El film trata sobre las relaciones entre una pequeña comunidad y un extraño forastero.

Por Horacio Bernades

t.gif (862 bytes) �Sus sueños son muy intensos�, dice alguien en Mumford, hablando de un tercero. �Tienen atmósfera y personajes, son como los sueños de antes�, completa, y allí el comentario al paso, aparentemente sin importancia, se vuelve doblemente autorreferente. Tal como se materializan en la pantalla, esos sueños tienen la forma exacta �el blanco y negro, la música arrastrada, el cínico relato en off� de un film noir de los �40, al estilo El cartero llama dos veces. A la vez, si algo tiene Mumford, el film más reciente de Lawrence Kasdan �que en la Argentina se estrena casi en secreto, como librada a su suerte� es también eso: atmósfera y personajes. Como las buenas películas (o los sueños) de antes. 
Mumford es el título de la película, y el nombre del pueblito imaginario en el que transcurre. Pero Mumford es, también, aunque parezca raro, el apellido de su protagonista. O eso, al menos, es lo que dice él. Film coral sobre las apariencias y las máscaras, hay ciertos datos claves del argumento de Mumford que no deben develarse, a riesgo de derrumbar todo el andamiaje cuidadosamente construido. La nueva película de Kasdan (guionista de Los cazadores del arca perdida y realizador de Cuerpos ardientes, Reencuentro y Un tropiezo llamado amor) trata sobre las relaciones entre una pequeña comunidad �tan cordial como en un dibujo de Norman Rockwell o una comedia de Frank Capra� y un �forastero�. Nada más lejos de un western (género que Kasdan supo cultivar, en la lograda Silverado y la marmórea Wyatt Earp), porque aquí el forastero es psicólogo. Eso dice. 
Hace apenas unos meses que Doc Mumford se instaló en Mumford, pero con tanto éxito que los otros dos psicólogos del pueblito están empezando a preocuparse. Doc Mumford es el menos ortodoxo de los psicoanalistas. Así como puede decirle a un paciente que se vaya y no vuelva porque no le gusta su cara, es capaz de violar lo más campante el juramento de secreto, o de salir a pasear o jugar al béisbol con cualquier otro paciente. Es que él esconde un secreto... Todos esconden secretos, en Mumford. En Mumford, el pueblo y Mumford, la película. Que además se parecen en otra cosa: su amabilidad. En algún sentido, Mumford podría ser la anti-Belleza americana: mientras que la multioscarizada producción de Spielberg y Cía. se sustenta sobre la idea de que la felicidad es sólo aparente, y detrás se agita un mundo monstruoso que debe ser desenmascarado, la película de Kasdan �cuyo deliberado medio tono es como un certificado para no llegar jamás al Oscar� no cree que detrás haya nada tan terrible. 
Infelicidad, soledad y neurosis, sí. Pero hasta las propias adicciones son en Mumford menos graves que en la realidad: hay una consumidora compulsiva de teleshopping, una adolescente que no puede dejar de �comprar� el mundo que venden las revistas, un adicto a la felicidad que da el dinero, un wonder boy millonario a pesar suyo, un farmacéutico dado a los sueños eróticos. Según el Dr. Kasdan, la cura para todas estas formas de infelicidad es tan sencilla como la película misma: sólo se trata de oír al prójimo. Si se puede, ayudarlo. En el mejor de los casos,amarlo. Demiurgo generoso, Kasdan les permite a sus personajes lo mejor. Sin embargo, a años luz está Mumford de toda previsibilidad, de cualquier fórmula dramática. Como nunca termina de saberse del todo bien cuál es la máscara y si no hay acaso otras debajo, el espectador nunca llega a conocer del todo a los personajes. Y esto es muy bueno, porque es signo de que tienen vida propia. 
Está claro que, para funcionar, una película así necesitaba dos cosas: un guión afinadísimo, sutil y con diálogos inteligentes (el diálogo es aquí tema e instrumento) y unos actores a su altura. Tiene todo ello, con especial mención para una encantadora Hope Davis (la chica con fatiga crónica), la siniestra Dana Ivey (su hitchcockiana mamá), la siempre formidable Alfre Woodard (Lily, la mesera) y el eterno adolescente Jason Lee (millonario conflictuado). Como Doc Mumford, Loren Dean parecería una elección extraña, por su máscara impasible y poco carismática, siempre como guardándose algo. Pensándolo bien, la elección perfecta para esta película. 

 


 

�PASION DE AMOR�, DE PATRICE LECONTE, CON EMIR KUSTURICA
Por esa cruel guillotina del destino

Por Luciano Monteagudo

La vida no es fácil hacia 1849 en Saint-Pierre, una isla bajo dominio francés, olvidada cerca de la costa de Terranova. Los pescadores que llegan allí, exhaustos después de trabajar como esclavos del mar, no tienen otra diversión que emborracharse hasta la madrugada en la taberna. En una de esas noches, uno de ellos acuchilla a un poblador y es condenado a muerte. La suerte de Neel August (interpretado por el cineasta yugoslavo Emir Kusturica, en su primera incursión como actor) está sellada. Pero resulta que en Saint-Pierre no hay guillotina, ni verdugo. La ley encontró su propia trampa. Y el condenado descubre en la isla al que es confinado dos insólitos aliados, el capitán de la guarnición (Daniel Auteuil) y su esposa (Juliette Binoche), una pareja cuya conducta independiente y hasta extravagante ya les había ganado la aprensión de las autoridades locales. 
Todo lo que Pasión de amor tiene de interesante para contar está en la primera media hora de relato. Allí ya se establecen las reglas del drama y las conductas de los personajes. Madame La �como llaman en la isla a la mujer del militar, por considerar impropio llamarla Capitana� sabe que el condenado es culpable, pero confía en su buena naturaleza y en su capacidad para redimirlo, si es necesario iniciándolo en el discreto arte de la jardinería. Claro que allí late también un deseo tácito, una pulsión por el reo que, sin embargo, no aparta a Madame La del amor carnal hacia su marido, que acepta callado, casi complacido, esta extraña relación, nunca consumada, pero latente. 
A partir de este comienzo, concebido como tanto melodrama de época (incluida la recordada película de Ettore Scola del mismo título con que fue rebautizada esta producción) todo en Pasión de amor se torna reiterativo, obvio pero sobre todo pedestre, a la manera que puede serlo el director Patrice Leconte, con esa voluntad tan suya de hacer films d�art dirigidos al gran público, público al que él mismo, por otra parte, subestima. Esta subestimación del espectador se advierte no sólo en el trazo grueso con que pinta a las fuerzas vivas de la comunidad �intrigantes, pérfidos y, por supuesto, un poco ridículos� sino también en la manera torpe, insistente con que utiliza el montaje paralelo, para mostrar por un lado las nobles acciones con que el convicto se gana el respeto de la comunidad y, por otro, el viaje de la goleta que trae a bordo la guillotina oxidada con que se pretende hacer justicia. 
De un elenco como el que integran Binoche, Auteuil y la imponente presencia de Kusturica se podía esperar más, pero Leconte no les pide otra cosa que lugares comunes, incluso al director de Tiempo de gitanos y Underground, que no está mal en su primera experiencia frente a las cámaras, pero que dada su personalidad tampoco produce el efecto de shock que se supone debería causar su buen salvaje. 

 


 

Cine de animación, para la generación pos-Disney

Por Martín Pérez

El día que los Drej bajaron del cielo fue el último en que Cale vio a su padre. Cuando lo separaron de él entre lágrimas, el padre de Cale le dio un anillo a su hijo, al tiempo que le advirtió: �Mientras lo luzcas, habrá esperanza�. Acto seguido, Cale subió en una nave de salvataje, mientras su padre iba hacia su proyecto secreto, la esperanza de la humanidad, que estaba siendo atacada por los Drej, unos extraterrestres decididos a exterminar a la raza humana. Al final de su accidentada huida, Cale miraba la Tierra desde el espacio cuando alcanzó a ver dos cosas: cómo la nave de su padre alcanzaba a despegar, y cómo su planeta estallaba. Así es como comienza Titan A.E. (siglas que significan After Earth, Después de la Tierra): con un niño separado de su padre, una catástrofe concluyente y una tenue esperanza perdiéndose en el espacio. 
Después de Anastasia �el dibujo animado seudo-Disney con el que Bluth y Goldman inauguraron el departamento animado de Warner�, con Titan A.E. los intereses de los grandes clones del estudio de Walt por primera vez apuntan decididamente fuera de la galaxia del que fuese su mentor. Más cerca de los animé de ciencia ficción que de La Bella Durmiente, el flamante opus de la dupla Bluth-Goldman no hace más que ocuparse de los niños que crecieron a fuerza de Sirenitas y Bellas y Bestias durante la pasada década. Después de criar a sus futuros adolescentes a fuerza de dibujos animados, Hollywood siempre pareció olvidar demasiado rápido semejante fanatismo. Titan A.E. viene a reparar esa omisión, proveyendo de ciencia ficción animada a un público adolescente que aprendió a consumir semejantes dibujos.
Con un anfetamínico comienzo, respetuoso de los códigos del género y prometedor, el correr del metraje de Titan A.E. por un lado confirma el acierto de trocar pasado por futuro �elegir contar la historia de Cale después de la de Anastasia� pero al mismo tiempo recuerda demasiado un viejo proyecto de Bluth y Goldman, puestos a hacer videojuegos animados allá a comienzos de los ochenta. Como una especie de �Dragon�s Lair� (así se llamaba aquel juego) en pantalla grande, Titan A.E. termina pareciendo un videojuego que maneja a su espectador. De aventura en aventura, la épica de Cale �en busca de la última esperanza terrestre junto a sus coequipers y amenazado por extraterrestres� termina desarmándose en escenarios donde el video juega solo, claro que reservándose la opción de invitar al espectador a jugar al salir del cine. 
Pero, más allá de estas sospechas de marketing, lo cierto es que Titan A.E. es un film en éxtasis, que entrega menos de lo que promete. Yendo detrás del videojuego antes que el atrevimiento de similares animados del nivel de Heavy Metal o los animé, el film de Bluth y Goldman termina situándose más cerca de la última e insípida Guerra de las Galaxias que de Akira, por hablar de otro dibujo puesto a terminar con un mundo. El pecado que comete Titan A.E. es aceptar, a pesar de un comienzo en el que parece creer en sus propios méritos, que lo suyo es un género menor. El film poderoso del prólogo terminará así mostrando un poco ambicioso rostro de adaptación televisiva. A diferencia de Cale, Titan A.E. entrega el anillo demasiado rápido. Y de esa manera pierde el rumbo a la hora de creer en que es posible construir un mundo propio. 

 

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