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OPINION

Lógica del aventurero

Por Claudio Uriarte

 De las tres coronaciones de Alberto Fujimori a la fecha ninguna fue tan violenta, escandalosa y desprestigiante como la de ayer. Invasión de las calles por manifestantes prodemocracia, abandono de sus bancas por los parlamentarios opositores cuando el presidente recontraelecto empezó a pronunciar su discurso de investidura y las imágenes de represión y de lucha de calles más violentas desde la dictadura: todo esto apuntó a subrayar, desde la estrategia del opositor moderado Alejandro Toledo, la ilegitimidad del régimen que se sucedía a sí mismo. Ilegitimidad que pasaría por el salto cualitativo que el fujimorismo ha dado desde el mero fraude para reforzar y asegurar unos resultados generalmente favorables –como en elecciones y referéndums anteriores– a falsificar resultados directamente desfavorables para atribuirse un triunfo que no se habría registrado en ninguna parte –como sería el caso ahora–. En otras palabras, el mismo salto al vacío que dio el PRI mexicano –hoy en vías de abandono del poder– cuando en 1986 inventó un apócrifo colapso del sistema informático de conteo de votos de modo de forzar el triunfo de Carlos Salinas de Gortari.
Si esto es efectivamente así, Fujimori habría empezado a descender la cuesta del poder, pero estaría lejos de haberlo perdido. El fraude se impuso sin que se produjera el estallido social que casi todos temían. Toledo, el “cholo de Harvard” presuntamente triunfante, desplegó todos sus encantos de político responsable, “garantista” de impunidades para el elenco saliente y buena carta de presentación ante Washington sin que el férreo esquema de unidad del ejército y los servicios de inteligencia se fisurara o temblara en la adhesión a su debilitada jefatura política civil fujimorista –única posibilidad seria de triunfo para los enemigos del régimen–. Ayer mismo, el presidente asumió en una ciudad caotizada, pero la manifestación no impidió su juramentación –ni, en rigor, se propuso impedirla nunca–. Por el momento, el único alcance de los hechos de ayer es la repercusión en la imagen internacional de Fujimori –nunca muy brillante–. Pero aun allí todo estaba saldado ya a favor del jefe del partido del Estado: la OEA y las democracias regionales emitieron diferentes temperaturas de condena pero finalmente esquivaron el cuerpo ante posibles instrumentos sancionadores que en un futuro pudieran volvérseles en contra.
Sin legitimidad, Fujimori puede ahora ir en picada. Pero –razona– también puede recuperarse. Es la lógica política del aventurero.
  

 

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