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el Kiosco de Página/12

Ventarrón
Por Antonio Dal Masetto

Me hago una escapada a G., una pequeña localidad al norte de la provincia, donde viven mis jóvenes amigos Florita y Roberto. Tienen cuatro hijos y van para más (la abuela de Florita tuvo 21, así que a esta altura son como 200 los familiares desparramados por ahí). Roberto montó un tallercito de soldaduras y reparaciones en general. El taller se llama Ventarrón, nombre que mi amigo se ganó en su corta pero gloriosa carrera como boxeador amateur. Roberto �Ventarrón� Peralta, 24 peleas, todas ganadas por knock-out. Después del tercer hijo, a pedido de Florita y además porque no le quedaban contrincantes en la zona, Roberto colgó los guantes.
Me recibe Florita. Linda y alegre como siempre y con una gran panza.
�Llegaste justo para acompañarme �me dice�, estaba por ir a la comisaría a llevarle la vianda y un par de frazadas a Roberto que está preso de nuevo.
�¿A quién le pegó esta vez?
�Al rematador de hacienda. El idiota no se dio cuenta de que Roberto andaba cerca y le dio un patadón a un perro.
Hace dos años que Roberto se retiró del ring pero de tanto en tanto su izquierda entra en acción. Es un muchacho grande y grueso como un ropero, bueno como el pan, más manso que agua de pozo, con un corazón enorme. Cada vez que presencia una injusticia, un abuso, el maltrato a una persona o a un animal, automáticamente se le dispara la izquierda. Así que dos por tres se pasa una temporadita en la comisaría. La más larga fue cuando el médico que atendía a Florita, un irresponsable total, se mandó un macanazo durante uno de los embarazos y Roberto le fracturó la mandíbula por mala praxis. El matasanos se mudó de localidad y su reemplazante está resultando ser una persona muy cuidadosa y prolija.
En la comisaría nos encontramos con tres policías sentados alrededor de una estufa que se sorprenden mucho al verla a Florita.
�¿Qué hace acá, señora? Usted está por comprar ya mismo, debería estar internada.
�¿De qué están hablando? Estuve ayer con el médico, me faltan como diez días �dice Florita.
�Señora, su marido se está retorciendo desde la madrugada, no lo podemos calmar con nada, no para de gritar: �Ya viene, ya viene�. Su marido no falla, acuérdese de las últimas dos veces, que usted estaba en trabajo de parto y él tenía los dolores.
Desde una de las habitaciones que sirven de calabozo nos llegan los quejidos de Roberto.
�Oia �dice Florita agarrándose la panza�, me parece que se rompió la bolsa.
Se sienta en un sillón, luego se recuesta.
�Tiene razón, me parece que viene.
Los policías entran en pánico. La camioneta de la comisaría está en el taller, no hay cómo trasladar a Florita. Intentan llamar por teléfono y nadie contesta. Uno sale disparando a buscar ayuda. Los otros dos no saben qué hacer.
�Viene no más �dice Florita desde el sillón.
�Acá no, señora, aguante un poco, sea valiente, espere un poquito.
�Resista, por favor, se lo pido por lo que más quiera, puede traer mala suerte parir en la comisaría, piense en la criatura.
Tampoco yo sé qué hacer. En la otra pieza los quejidos de Roberto son cada vez más fuertes.
�¿Qué hago? �le pregunto a Florita.
�Andá a atenderlo a tu amigo que está sufriendo como una madre. Yo me arreglo sola �me dice.
Corro junto a Roberto, que está acostado boca arriba en el catre, le pongo una mano en la frente, suda frío, se retuerce, lo tapo con la frazada. �Relajate �le digo�, respirá hondo, jadeá, ahora, así, así, así, muy bien, todo va a salir bien.
Oigo que del otro lado Florita también grita:
�Ya viene, está saliendo, está sacando la cabeza.
Me asomo a la puerta y veo que uno de los policías se desmaya y después se desmaya el otro. En ese momento llega la partera. Vuelvo junto a Roberto.
�Aguantá, que falta poco. Jadeá, jadeá, un esfuercito más.
Oímos un llanto de bebé.
�Otro machito �grita la partera.
Le seco la frente a Ventarrón y le pego una trompadita amistosa en la mandíbula.
�Felicitaciones, campeón.


REP

 

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