Por Martin
Kettle
Desde Washington
Al Gore le robó una bandera a George W. Bush ayer, al optar
por la seriedad en lugar del encanto en su elección de compañero
de fórmula demócrata para la vicepresidencia. A pesar de
todos los comentarios acerca de poner a una mujer o a un negro algún
día en la boleta presidencial, ambos al final siguieron el camino
de todos sus predecesores: eligieron a un hombre blanco y mayor para tranquilizar
a los votantes. La elección del senador de Connecticut Joseph Lieberman
como candidato demócrata a vicepresidente no sólo pone a
las dos fórmulas presidenciales en sorprendente igualdad, sino
que le da a Gore un alivio moral. Entre los demócratas, Lieberman
fue el más acérrimo crítico del presidente Bill Clinton
en los tiempos del Sexgate con Monica Lewinsky. Así, se convirtió
en el primer judío que integra una fórmula presidencial
norteamericana.
Lieberman tiene mucha menos experiencia de la vida política que
Gore. En cambio, Dick Cheney, candidato a vicepresidente de Bush, fue
electo en parte para compensar la notoria pobreza de antecedentes políticos
de Bush. Las historias políticas de los dos hombres son también
muy diferentes. Cheney fue un joven republicano de alto vuelo, reclutado
para trabajar en la Casa Blanca de Nixon cuando todavía andaba
en los veintitantos, jefe de asesores de la Casa Blanca de Gerald Ford
y secretario de Defensa bajo el presidente Bush, después de ser
congresista por Wyoming durante 10 años. Lieberman construyó
su carrera política íntegramente en su estado natal, Connecticut.
Nacido en Stanford, donde su padre era dueño de una tienda de licores,
fue a Yale (como hizo Cheney, que abandonó), estuvo en el Senado
estatal durante 1970-1980, se presentó sin éxito para el
Congreso, y trabajó como fiscal general de Connecticut antes de
ganar una banca en el Senado de Estados Unidos en 1988.
A primera vista ambos parecen haber sido elegidos por motivos esencialmente
defensivos. Cheney le aporta a Bush experiencia de la Casa Blanca, Lieberman
le da integridad a la boleta demócrata. Su estatura moral le ayuda
a Gore a sacudirse la sombra del affaire Clinton-Lewinsky. Lieberman fue
uno de los siete demócratas que los asesores de imagen de Gore
dijeron la semana pasada que estaba siendo considerado para la candidatura
a la vicepresidencia. Pero la verdadera elección estaba entre tres
senadores: John Edwards de North Carolina, John Kerry de Massachusetts,
y Lieberman. Los tres tienen características que Gore tuvo que
sopesar cuidadosamente al hacer su elección: Edwards es inexperto,
Kerry está casado con una heredera de los alimentos Heinz y Lieberman
es ahora el primer judío en una boleta para la Casa Blanca.
El contraste entre Cheney y Lieberman fue muy claro ayer. Mientras Cheney
pasaba sus últimas horas antes de unirse a la campaña Bush
arreglando sus impuestos en la multinacional gigante petrolera Halliburton
Corporation en Dallas, Lieberman comenzó con un discurso en una
conferencia de sindicatos en Hartford. No se me ocurre un lugar
donde me gustaría estar más esta mañana, en este
momento de mi vida, que con ustedes, los trabajadores del estado de Connecticut,
les dijo. Tales palabras serían improbables, por no decir imposibles,
de la boca de Cheney.
Los dos pasarán la mayor parte de los próximos tres meses
en sendas separadas. Es probable que Cheney pase gran parte de la campaña
en el sur y en el oeste, donde explotará sus antecedentes y opiniones
conservadores para movilizar al votante de base republicano. Por su parte,
Lieberman jugará un gran rol en el Medio Oeste. Se enfrentarán
una sola vez durante la campaña, en un debate vicepresidencial
que será televisado el 5 de octubre desde Danville, Kentucky.
Traducción: Celita Doyhambéhère
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