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EL PUBLICO DE LOS PROGRAMAS DE TV, UNA ESPECIE CON NUEVAS REGLAS
Ese eterno oficio de sonreír a la cámara

Hace tiempo, la tribuna era el complemento ideal del programa ómnibus. Hoy sobrevive concentrando extrañas historias de fanatismo.


Por Julián Gorodischer
t.gif (862 bytes)  Las tribunas de la TV conocieron tiempos mejores. Quizá las expulsó el ocaso de los programas ómnibus, o tal vez ya no quede lugar para los gritos de la gente en la pequeñez de los nuevos estudios. Pero en las que sobreviven hay un sorprendente manejo de los silencios y la euforia. Se desbordan y apagan sistemáticamente a la orden de un asistente, con intuición para entender a los focos que los convierten en protagonistas o las excluyen de la escena. La tribuna calla o grita, se entusiasma cuando el ídolo llega, se resigna a horas de hacinamiento y disfruta, en masa, del privilegio de estar del otro lado de la pantalla.
Jueves, 14 horas, en la cola para “Si lo sabe, cante”. En su esplendor, el programa jamás hubiera quebrado las reglas del vivo y en directo. Hoy es reino de los desempleados y las amas de casa. Allí hay conciencia de estar “haciendo historia” en las huestes del programa más añejo, y todos tienen algo para recordar: un familiar que se ganó el canario amarillo, una foto autografiada de una secretaria en los ‘70... En la tribuna, una consigna empieza a correr: “No maten a José”, repite el rumor. En escena, José, con cierta debilidad mental, propone un amague de chacarera, y Galán se ensaña. Lo hace con todo el que se preste para clown: lo interrumpe, le pide que repita un estribillo, prolonga su actuación. La tribuna se vuelve solidaria: “Aplaudan fuerte”, piden, y José pasa a la final. Los que exalten la argentinidad y quienes traigan una ofrenda para el conductor tendrán altas chances. Es un patrón que impuso el conductor, y a Galán hay que obedecerlo como a un mito vivo. Es la sumisión que sostienen los recuerdos. “Mi vieja murió mirando este programa”, se emociona Rosa, de 54, una mendocina sin trabajo que le regaló una virgencita al conductor.
Darío y Silvia están a punto de pasar a cantar su chacarera. Se conocieron en la puerta hace dos jueves: vuelven por los mil pesos que los salvarían por un mes o más. Sus casas en Merlo se están viniendo abajo, y hacen lobby repartiendo caramelos, desplegando cortesía. Saben que de su simpatía depende el éxito o fracaso. Lo que llega es el fracaso, porque compiten con un desaforado que se hace el Elvis y se refriega por el piso y tira besos a las chicas de la primera fila, un VIP que congrega a mujeres en minifalda. “Será otra vez”, dice Silvia, la desplazada que nunca cuestionaría su derrota porque el dictamen es inapelable.
Sábado, 18 horas, cuando los programas de bailanta se reproducen en la pantalla. El estudio de “Siempre sábado” no tiene nada que envidiar a la masividad del recital o la bailanta. El anuncio de un nombre desata una avalancha. Muchas chicas querrían estar junto al líder de Ternura cuando canta “Que baile el pobre y el ricachón”, pero no se puede. El cantante es gordo, tiene el pelo teñido de amarillo furioso y no sonríe. No tiene carisma ni belleza, pero le dedican aullidos. Sin embargo, ese furor es apenas un asomo de lo que llega después, con Javito. El líder del grupo Red tiene varios clubes de fans que cantan sus letras con la fidelidad de un religioso. Lo miran y gritan muy fuerte una sola frase: “Javito te amo”. Según parece, hay un solo móvil para estar allí durante ocho horas, sin tomar una gota o comer un bocado para no descuidar el centímetro cuadrado conseguido: todos se declaran enamorados de alguien.
“Muero por la Gaby”, cuenta Leandro, de 24, su amor por una de las bailarinas. El chico la espera a la salida para sacarse fotos junto a ella. En una, dice en rouge todavía fresco: “Para Leandro, con amor”. Las chicas deliran por los cantantes y sus músicos .-que practican el play back y un movimiento torpe como coreografía– o por Hernán Caire, el conductor que nunca ahorra vehemencia: “Bienvenida mi Argentina”, grita cuando el programa comienza. Griselda y “la Machi” lo vieron 25 veces en su rol de Macho Bus, en el programa de Nicolás Repetto: lo grabaron y se lo muestran a todas sus amigas. “Es perfecto”, coinciden.
Domingo, 18 horas: la cola para entrar a “Versus” empieza a armarse. En Martínez son mayoría las adolescentes que se preparan como para ir a bailar: se maquillan, se peinan, se piden opinión unas a otras. Están allí por sus ídolos, que son muy distintos a los bailanteros. Les gustan los adolescentes pasteurizados al estilo A- Teens que el programa ofrece cada sábado. Esta vez cantarán sólo mujeres, y ellas están decepcionadas. “Pensamos que venía Emmanuel Ortega”, se queja Cinthia, de Palermo, en el grupo de quince compañeras de colegio que esperan desde temprano. Hasta las diez hay poco para hacer, pero una fan sabe bien de sacrificio. “Repetí el año para ver a los Backstreet Boys”, se enorgullece Mariana, que durmió en una carpa junto al estadio de Boca. La fan está dispuesta a dejarlo todo, pero ahora les avisan que sólo estará en el piso Gizelle D’Cole. “Con esta mina no nos copamos”, explica Cinthia. En los cortes se pasan teléfonos y prometen armar un boicot, una cadena que transmita el desencanto: “Hasta que no lo inviten no volvemos”. El manejo que hace “Versus” de su tribuna es una apuesta al “estar arriba”, la euforia permanente que Marcelo Tinelli impuso como marca de Telefé. El domingo a la noche, dice su manual, hay que reír y gritar, nunca detenerse: lanzarse a un raid de pop latino que incluya porras de colores y caras bonitas en las gradas. “Más fuerte” es la muletilla para que nunca decaiga.
Lunes, 14.30 horas: lo de “1,2,3, out” es otra cosa. “El regreso de la gran tribuna, la kermesse de los barrios”, exagera su slogan. Lo cierto es que estar allí es esperar una reivindicación. En las gradas todos creen tener un talento no reconocido. Lucía, de seis años, sabe “hacerse la Thalía”, dice su madre. Y mueve la cadera como la mexicana. Se confunde y le dan ganas de llorar. Si “las melli” la eligen para ir al frente puede ganar plata o un electrodoméstico. A su lado hay quienes hacen lo suyo con Michael Jackson, Madonna, Axl Rose... Dos horas después, a Lucía no la eligieron, y llora. “No vuelvo más”, promete la madre. “Tenía todo para ganar”, insiste mientras sus vecinas extienden el rumor de que “está todo arreglado”. La masa empieza a desconcentrarse, viejos conocidos que volverán a verse. Al menos hasta que les toque pasar al frente y presentar el numerito. Para un grupo de vecinos de Lugano ese tiempo no llegó. Querían imitar a los Beatles, y ahora suben a la camioneta el vestuario que no llegaron a usar. Pese a la odisea siguen optimistas: “Es cuestión de paciencia”, explica Carlos. “Hay que volver. Si uno se lo propone, lo logra.”

Sospechas en la platea
Desde que comenzó “1, 2, 3 Out”, su tribuna se convirtió en blanco de críticas. Primero se acusó a la producción de ubicar extras disfrazados entre el público, con habilidades para cantar, bailar o imitar, y así hacer más atractivo el espectáculo. Lo cierto es que también los extras se habrían llevado los premios. Y el episodio -.denunciado por “Televisión registrada”– quedó flotando como puesta en duda de la legitimidad de sus concursos. El último incidente surgió a partir del testimonio de un participante que, tras ganar un auto imitando a Axl Rose, reveló en “PAF!” que todo estaba arreglado con la producción. La producción, en tanto, prefirió nunca referirse al tema, manteniéndose al margen de la polémica.

 

 

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