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MARTIN GARCIA A UN MES DEL ACCIDENTE EN QUE MURIERON LOS MAESTROS
La isla del silencio

Un mes atrás caía una avioneta y morían los maestros de Martín García. Página/12 visitó el lugar cuando se cumple un mes del accidente, junto a los docentes que ahora cruzan en lancha hacia una isla silenciosa, un poco más aislada, único lugar del país sin desocupación ni delito.


Por Cristian Alarcón
Desde Martín García

t.gif (862 bytes) La lancha bordea lo profundo del Delta. Salió a las siete de la mañana del embarcadero del Tigre y se demora recorriendo un laberinto de agua que la lleva a la boca más cercana a la isla, quitándoles a las tempestades oportunidades de azotarla al cruzar el Río de la Plata. Una luz promiscua, hecha de humedad, de una bruma que parece humo, y del reflejo gris del invierno le da en la cara a las tres mujeres que viajan a dar clases a Martín García. Vuelven de las vacaciones a un lugar en el que el silencio ahonda la ausencia de Roberto Cadiboni, Virginia Van Kooten y Pablo Levickas, los docentes que murieron al caer un avión que los llevaba a la isla, el 7 de julio. El peso de ese regreso es evidente, tan evidente que una de las mujeres muestra su reloj a los demás como si exhibiera una herida y dice: �Son las 7.57. Fue a esta misma hora, pasó un mes�. Hay un silencio, miran hacia la costa como buscando un sitio, y luego siguen contando las marcas de la vida insular, de los que viven en un lugar encerrado por el agua y acostumbrado al olvido. Así comienza el viaje a una extraña isla, llena de un silencio terriblemente aparente. 
Ellas se frotan las manos para atemperar el frío. Llegaron a Martín García por un breve espacio de dos horas cátedra, por una suplencia, por un intento de acercar al sueldo un plus por zona desfavorable, y de paso .como ellas mismas lo dicen� hacer patria, invertir en aquello que no tiene cómo ser valuado. Como otros veinte se acostumbraron a la distancia, la carencia, la naturaleza, el límite que ofrece y que se cobra esta elección. Ana Fenoglio, de 40, va llena de bolsos en los que trae libros y comida, incluyendo los ajíes y las berenjenas que aquí no se siembran. Isabel Ruiz es una abogada que dejó los juzgados y enseña en escuelas del Delta. Gladys Camacho, de 31, tiene un bebé en casa, cuidado por su padre y su abuela. Por el cambio azaroso en su día franco la mañana del accidente Gladys no subió al avión. Conversan por sobre el ruido del motor de la lancha que reemplaza hoy por primera vez al avión caído que trasladaba a los docentes a la isla y los iba a buscar por las tardes, todos los días. Son cuatro horas de viaje.

Más aislados

A la isla se entra por un muelle de tablas traicioneras que saltan como subibajas si no se las sabe pisar. Al dejarlo tomando la calle central se deja atrás el río para no volverlo a ver. El entorno es el de un pueblo colonial lleno de prados y árboles que forman pasillos románticos sobre caminos de tierra y pasto. En el centro hay una plaza y una construcción centenaria que parece haber sido la cárcel, pero fue un cuartel. Algunas paredes se derrumbaron y quedaron los escombros. Ahora una rajada de punta a punta amenaza con caer. Dos mujeres jóvenes barren la poca mugre que hay en las veredas. Son dos de las 46 personas incluidas en el plan Barrios, con el que el gobierno provincial, de quien depende el territorio de 168 hectáreas, lleva la desocupación de la isla a cero. Martín García es el único lugar del país sin desempleados y sin delito. Los lugareños ni siquiera recuerdan una pelea a trompadas por unos tragos de más o una mirada de menos. Lo más violento que ocurrió desde 1985, cuando la marina se retiró de la isla y llegaron nuevos habitantes, es ese maldito y absurdo accidente.
El avión Cessna bimotor de Columbus Airways, contratado por la Dirección General de Escuelas, significaba el contacto diario con el continente. Excepto, claro, que una sudestada impidiera cualquier cruce a la isla. Así fue, apenas el Cessna cayó sobre una zona de juntos en el río San Antonio. Murieron todos los pasajeros: además de los tres docentes de Martín García, el piloto Horacio Barragán y la hija del dueño de Columbus, Carolina Roth. Una versión isleña es que el piloto sufrió un shock o unataque cardíaco derrumbándose inconsciente sobre la cabina, acelerando en un segundo y medio hacia abajo, hasta estrellarse. Desde esa mañana se desató una sudestada que duró seis días. Desde entonces, como una marca grosera de la tragedia, el aislamiento creció sobre la isla. El vuelo diario quedó interrumpido; una lancha sale del Tigre los martes y los jueves, además del fin de semana turístico. La que lleva a las tres mujeres es demasiado endeble para soportar el viento en pleno río. Si lloviera, se cancelaría el viaje, como sucede comúnmente. Hasta la tragedia, las dificultades de vivir en Martín García eran las que impone la geografía y un Estado ausente, justo allí donde los 180 ciudadanos son empleados estatales, casi sin excepción. El imponderable sacó a relucir una indefensión en que los deja el aislamiento. �Todavía no lloramos la muerte -.explica José Maciel�, sino que estamos conviviendo con la ausencia, de la que aquí es imposible escapar�. 

Fantasmas isleños

Hasta llegar a la escuela secundaria no se ve más gente fuera de sus casas. Cruzando una puerta escondida, Claudia Fernández comienza este lunes en su tarea como nueva directora. Es una mujer elegante, de pelo rojizo y un hablar templado que rehúye el melodrama. Es la esposa de Roberto Cadiboni, el creador y director de la escuela desde el �95. Ellos tuvieron dos hijos. Malena, de nueve años, ahora mira dibujitos en su casa. Stefano, el de cuatro, nacido aquí, llega a ver a su madre con Franco, su hermano de 19. 
A sus espaldas se ven las entradas de dos aulas: fueron armadas con mamparas que convierten una sala hospitalaria en un colegio. Las profesoras dicen que es difícil sostener la clase haciendo abstracción de la lección que al lado da un alumno sobre las mariposas de colores argentinos, que llenan la isla en noviembre. �Esto es una escuela -.dice-, porque nosotros la hacemos una escuela. Hace tres años que un equipo del gobierno provincial se llevó los planos que habíamos hecho, pero nunca regresaron ni ellos ni los planos�. Seis años atrás la escuela secundaria no existía y los chicos debían estudiar en el continente. La mayoría fracasaba. El desarraigo es insoportable cuando el lugar que se deja es tan ajeno a la violencia cotidiana de las ciudades. En el �99 se recibió la primera camada de bachilleres. Para el miércoles esperaban a Octavio Bordón, el titular de Educación Bonaerense, pero suspendió el viaje. 
Franco y Stefano acompañan a los visitantes a caminar por la isla. Nada queda lejos. El sector de casas tiene no más de ocho cuadras por ocho. A cada paso hay algo historia: la celda en la que estuvo Yrigoyen, la del preso Perón, la casa donde encerraron a Frondizi. Por esos tres reos famosos a la isla le dicen, en chiste, YPF. Hacia el fondo de la calle central está el cementerio, una de las grandes rarezas insulares: en él casi todas las tumbas tienen las cruces inclinadas, algo que ningún experto ha podido explicar razonablemente. Franco va revisando la continuidad de las muertes. En dos meses del 1903 murieron siete. Y en otro lapso de 1913, varios más. Algunos son conscriptos a los que se inoculó con una vacuna vencida; otros cayeron con alguna de las viejas pestes. Aquí también estuvo el lazareto en el que eran recluidos los enfermos del siglo XIX y el lugar de la cuarentena por la que debieron pasar miles de inmigrantes antes de entrar a Buenos Aires. Stefano, ajeno a los símbolos, juega montado como en un caballo de calesita, a la cruz más grande del cementerio. 
Martín García está plagada de historias de fantasmas alimentadas por esa inclinación de las cruces, fantasmas viejos que hasta intentó cazar Favio Zerpa. Sin embargo no hay especulaciones con los muertos del accidente. Lo que quedó entre los isleros son imágenes fuertes. El martes por la mañana llega la lancha, cargada de gente. Hace frío en el muelle donde unos esperan desde cartas hasta envíos de comida, y otros llegan, varios de ellos docentes. Una de las caras es nueva: Mariana es la reemplazante deVirginia en las clases de literatura. El gentío es el mayor que se pueda ver en la isla. Caminan hacia adentro, hasta dejar el muelle desierto. En menos de media hora la quietud vuelve. Frente al teatro juegan tres chicos, César, Lautaro y Lucas. Llevan toda la vida en la isla. Los tres sueñan con irse a grandes metrópolis: Arroyo Santa Rosa, Mar del Plata, San Fernando. �Acá es aburrido para los que están muchos años, pero es mejor que Buenos Aires�, dice Lucas. Aunque tan mal no parece irles. Puestos a decir qué es lo que más les gusta hacer en Martín García, César dice que lo más es ir a la pista a ver cómo bajan los aviones. Lucas prefiere los carritos a rulemanes. Discurren los tres sobre la falta de autos, y así, de la nada preguntan al cornista si sabe que hubo un accidente. Dicen que lo extrañan a Roberto, que estaba loco y era chistoso, que les enseñó teatro. 
Al Solís, el único bodegón de la isla, entre colonial y campero, rodeado de prado y árboles, llega Claudia a comer con sus hijos. Malena no deja de meterse con lo que esté haciendo Stefano, y Stefano está intolerante. 
Quiere Coca Cola, no quiere milanesa, pide la ensalada, quiere upa, se hamaca en la pierna de su madre, que sigue conversando con el enredado en ella, dejándolo que vaya y venga, llamándole la atención de a ratos. �Estás pesado hoy Stefano�, le dice y él insiste con el bicho bolita que ha capturado. �Tiene ojos, pero no tiene boca porque no come�, se enoja, y se pone furioso porque su hermana quiere tocarle la mascota. Claudia interviene entre los llantos falsos de los niños: �Malena -.le dice�. Quiero que entiendas que él no tiene un buen día, éste no es un día fácil�. Malena sale al patio a jugar con los gatos. Claudia retoma el hilo de la charla, vuelve a Roberto. �A pesar del accidente decidimos quedarnos, aunque en un primer momento teníamos miedo de la isla donde la ausencia es tan fuerte. Pero nos quedamos para no escapar de este duelo, no abrumarnos con otros ruidos. Acá no hay distracciones. La isla no te lo permite, estás con vos mismo sin más remedio, y creo que es mejor, dejar pasar el tiempo aquí, el tiempo necesario�. 

 


 

MARTIN GARCIA LLEGO A TENER 4500 HABITANTES
Historia de llegadas y partidas

Por C.A.

Domingo Faustino Sarmiento fue más allá del Delta del Paraná con su delirio de progreso: imaginó un destino brillante para la isla Martín García. La eligió futura capital de los Estados Unidos de Sudamérica y la bautizó Argilópolis, la ciudad de Plata. Pero otro fue el destino. Cruzada por combates navales desde 1516 cuando la descubrió Juan Díaz de Solís, fue, desde 1886, tierra de la marina. En 1939, cuando la Armada desalojó a los civiles, llegó a tener 4500 habitantes: había una escuela de grumetes, cientos de conscriptos y una cárcel. 
Hacia 1968, cuando se dio el primer gran vaciamiento, había dos mil uniformados en ella. Cuando se fueron ese año quedaron apenas siete habitantes. Uno de ellos fue Alcides Galarza, un correntino que se fue quedando y hoy es el jefe de Departamento, el cargo más alto de la administración provincial, bajo el director de Islas, del Ministerio de Gobierno bonaerense.
Alcides es un morocho de panza y barba candado que anda en una bicicleta vestido de camisa y pulóver rojo. Atiende en un banco de plaza en el jardín del centro cívico, bajo el sol más amable del día, y repasa desde la última dictadura en adelante. En 1977 volvió la Marina. Con ello los habitantes. Durante esos años la isla fue destino para los conscriptos testigos de Jehová, castigados por renegar de la patria y las insignias. En la fantasía de muchos isleños, también para los desaparecidos. �Hubo comentarios de que se quemaba gente en el incinerador de Martín García y eso es mentira�, dice Galarza. Con la democracia, recién en 1985 la Marina se retiró nuevamente. Otra vez Galarza se quedó con un grupo de cincuenta persistentes. �Vinieron algunos de parentesco con la familia y otros nombrados por ser reconocidos nuestros�, admite. Pronto comenzaron a llegar inmigrantes y turistas. A los unos se les desconfió, aunque también eran empleados estatales. A los otros, por quebrar el silencio y por eso de andar preguntando. �No estábamos acostumbrados a contestarles�, reconoce el eterno jefe de Departamento.

 

 

Reivindicar lo distinto

�Teníamos el romanticismo de reivindicar algo distino a lo material en un lugar tan sencillo y precario�, dice Claudia Fernández, la mujer de Roberto Cadiboni, el ex director de la Escuela Media Nº 7. El trabajaba en la isla desde 1987. En el �95 consiguió abrir un secundario. Claudia tomó las materias de artes y pronto vino Franco, uno de los dos hijos del primer matrimonio de Roberto. �La vida en la isla es hermosa. Nadie te vende que vas a tener cerca el shopping, librerías, cine, o peloteros para los chicos. Justamente acá está todo por hacer. Creo que el ser humano tiene esa cuota paradójica de solidaridad y omnipotencia que hace posible que alguien se atreva a emprender un proyecto en un lugar como éste�. La apuesta se tradujo en un continuo parto de proyectos que iban abriendo expedientes en el Estado. Presentaron once, desde el mejoramiento de la escuela, a una huerta orgánica �perdida en una batalla llena de boicots locales�, o la biblioteca que consiguieron. Quedó pendiente el reciclaje de basura que sería coherente con la condición de �reserva natural de la isla�. También consiguieron profesores de tango, salsa y merengue, llenaron el teatro de baile. Derribaron de a poco la resistencia de los isleños a los raros y los nuevos.

El refugio de un porteño

Por C.A.
José Maciel, un porteño de canas entrado en los cuarenta, es uno de los mejores amigos de Roberto Cadiboni y de Pablo Levickas, otro de los profesores que iban en el Cessna accidentado. En la isla es el hombre que inauguró el Solís, un bodegón montado en una casa de medidas coloniales, rodeada de verde, a la que él le dice �mi propio country�. Maciel vino expulsado por la urbe. Quebró como comerciante porteño y pronto supo lo que era vivir aislado en Buenos Aires, con cuatro hijas a su cargo. �Empezás a encerrarte porque no tenés un mango. A comer con tus amigos no podés ir, al cine tampoco, al cumpleaños de la bruja de tu cuñada menos porque no tenés para el regalo. Después la misma gente deja de visitarte, nadie quiere cruzarse con un desesperado. La isla es un refugio�, dice. 
Un verano hubo un retiro espiritual de Testigos de Jehová. A él le tocó hacerles la comida, un regalo del cielo. Había estado con su mujer en la casa que ahora tiene llena de mesas con manteles y en una más allá, también abandonada, donde se protegieron de la lluvia una tarde. Al tiempo le cedieron los dos lugares medio derruidos. Se convirtió así en uno de los pocos �independientes� de la isla, no es empleado del Estado. El Solís es el centro social de los isleños: allí se juntan para jugar al truco, festejar los cumpleaños, hacer guitarreadas los sábados a la noche. �Este no es un lugar para hacer plata, pero me parece justo -.aclara Maciel mientras prepara una boga asada, el plato de la casa�. Si fuese así, estaría lleno�. En efecto, en la isla la propiedad privada no existe.

Los sueños de sexto grado

En la escuela primaria, en la misma pieza donde en 1945 fue encerrado Juan Domingo Perón, los de sexto grado tienen la tarea de formar sus propios partidos: las propuestas de plataforma no bajan del tenor �que no haya cortes de luz y agua�. Que todos tengan trabajo. Que la mercadería sea más barata en el único almacén, que hagan un muelle nuevo, que traigan un médico que se quede toda la semana, que al médico le paguen, que hagan una escuela, que pongan un teléfono para usar Internet en las compus que mandaron. �Se cortó�, dice uno cuando se apaga el único foco del aula. Como si nada, los demás siguen contando sus proclamas revolucionarias. En los asientos de adelante hay dos que se las traen, son un grupo minoritario y separatista. Le han puesto a su partido: �Nada�. Uno de ellos tiene un brazo enyesado. En el otro banco hay otro lesionado. �Cuando hice la chilena me salió el hueso para afuera y había tierra en la sangre�, y muestra la muñeca quebrándose. �Me llevaron la hospital, pero no tenían nada y entonces hubo que esperar a que viniera un avión de La Plata�. Esperó una hora y cuarenta, dice. �Más tarde y le cortaban el brazo�, larga un separatista. Los demás se ríen.

 

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