Por Verónica Abdala
Jorge Luis Borges imaginó una vez que la posteridad acaso lo recordara como un hombre que se propuso describir el mundo “para descubrir en el paciente laberinto” de su obra “los rasgos de su propio rostro”. La universalidad y grandeza de Jorge Luis Borges están fuera de discusión desde hace ya medio siglo pero los recovecos de sus obras siguen desafiando a lectores de todo el mundo. Canal (á) estrenará los lunes 21 y 28 de agosto a las 13 y 18.30 dos documentales consecutivos, producidos por la televisión inglesa, que intentan explorar al más grande escritor argentino a través de sus propias palabras. Los documentales se completan con representaciones de algunas de sus ficciones –”Funes el memorioso”, “La muerte y la brújula”, “El otro”, “El sur”– a cargo de un grupo de actores argentinos.
La literatura era para Borges un juego. Pero “un juego que debe jugarse como juegan los niños: seriamente”. En la extensa entrevista que se le hizo para el documental, poco antes de su muerte, Borges reconoce que sus poemas, cuentos y ensayos no son ni más ni menos que escenarios por los que deambula una suerte de alter ego literario. “En toda mi vida no he inventado un solo personaje”, explica en inglés. “Diría que me limité a imaginarme a mí mismo en distintas circunstancias.” En ese marco argumenta que cree haber contado con un solo elemento que le permitió cautivar a los lectores: “Una bolsa con unos pocos trucos”. “Laberintos, espejos, algunas máscaras”, repasa con falsa modestia, como quien enumera los ingredientes de una receta de cocina. “No hay mucho más que eso en mi escritura.”
Su niñez, su relación con la lengua y con los libros, el accidente que sufrió a los 38 años y que lo colocó al borde de la muerte (“Estaba tan interesado en mi sufrimiento personal que nunca pensé estar en peligro”), incluso la ceguera (“creo que fue un don”), aparecen en la cronología de su vida como confirmando ese “destino literario” que presintió desde muy niño. Por los mismos años en que concibió la idea de que el paraíso debía parecerse a la biblioteca de su padre, en la que pasaba buena parte de sus días. “Mi destino, literario, es tan valioso como el de cualquier otro”, dice como excusándose. “Para mí siempre fue muy importante leer. Vivir también. Aunque siempre tuve claro que leer puede ser una forma de vivir muy lúcidamente.” El escritor participa de una de las representaciones actorales y relata anécdotas de sus primeros años. “¿Borges, cómo eras de niño?”, le pregunta un chico de unos ocho o nueve años enfundado en un traje de marinerito. “Era tímido, introvertido, pero eso no es grave”, responde él. “Se puede llegar a hacer muchas cosas buenas incluso sin llegar a superar ese estado.”
El documental no se saltea ninguna cuestión trascendente relativa a su vida, y pone en contexto histórico la mayor parte de los hechos que requieren alguna explicación para el espectador extranjero. Así, Borges es interpelado sobre el peronismo, o sobre las causas que lo llevaron a apoyar la dictadura militar en los ‘70. En relación con esta cuestión, Borges ensaya, de frente a cámaras, un mea culpa en el que asume la responsabilidad de “haber sido un desinformado, un absoluto ignorante”. “Algunos no me creen, pero es cierto: yo no leía los diarios y no sabía lo que estaba pasando. Después, hubo gente que se acercó a mi casa y me contó historias muy tristes, y entonces yo recién comprendí. Supe de la miseria y de los crímenes, y desde entonces no pude ignorar esos datos, porque tuve conciencia.” En esos tramos se reconoce, de algún modo, como un hombre ocupado exclusivamente por el oficio literario. “Mi gran objetivo y mi ocupación primordial siempre fue permitir que los sueños pasaran a través de mí, sin interferencias de ningún tipo, para escribirlos.”
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