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Los fabulosos cadillacs en el estadio obras
Una fiesta de 15 con todos los hits

La banda argentina más famosa en América celebró con su público tocando aquellas canciones que su madurez artística dejó atrás.
LFC llenaron Obras viernes y sábado, tocarán nuevamente esta noche y tienen previstas otras dos funciones

Por Pablo Plotkin

t.gif (862 bytes)  El viejo pleito entre el instinto y la razón se disputó una vez más sobre el escenario de Obras, donde Los Fabulosos Cadillacs estremecieron con un aluvión de hits a las 10 mil personas que llenaron el estadio en las dos primeras fechas de la serie que se completa hoy. El instinto: un oficio implacable para producir melodías pegadizas, que se nota con mayor contundencia en este show que revisita sus quince años de carrera. La razón: una necesidad artística de no quedarse en el talento jinglero, de experimentar con toda clase de ritmos urbanos y licuarlos en sus álbumes. Para revivir su década y media de historia, ellos prefirieron concentrarse en esas que sabemos todos. Y son muchas. Como treinta. Los fans habrán sabido aprovecharlo, porque está claro que pasará mucho tiempo hasta que vuelvan a escuchar en vivo aquello de “se ahogó, se fue, murió” y demás reliquias radiales de los ‘80. El asunto es que puede señalarse el 2000 como el año en que Los Fabulosos Cadillacs, siempre tan obsesionados por transformarse, acabaron en público con los complejos de su juventud.
Después de empezar el segundo lustro de los ‘80 en plena ebullición ska, irrumpiendo en escena con “Yo no me sentaría en tu mesa”, “Quiero morirme acá” y “Silencio hospital” (todos tocados en Obras; faltó “Mi novia se cayó en un pozo ciego”), la banda vivió sus días difíciles cuando el gobierno de Alfonsín se caía a pedazos y la gente saqueaba mercados. Pero lo que parecía una pérdida de rumbo terminó convirtiéndose en el vuelco conceptual más inteligente (y redituable) de su historia. Empezaron los ‘90 internándose con mayor seriedad en ritmos africanos y centroamericanos, y El León fue el mejor documento de aquella búsqueda.
La conciliación entre el éxito comercial y el prestigio devino en la conquista de Latinoamérica. A mediados de los noventa, con el compilado Vasos Vacíos y “Matador” como single infalible, Los Cadillacs pasaron a ser uno de los modelos más populares del llamado rock latino. Mientras tanto, Gabriel Fernández Capello (a) Vicentico se perfeccionaba como intérprete y autor, y Flavio Cianciarulo (el otro compositor de la banda) devoraba discos de free jazz. Fue cuando grabaron Fabulosos Calavera (algo así como una respuesta al estrellato) que el sello promovió como (vaya delirio de grandeza) el álbum que cambiaría la historia del rock nacional. En Obras sólo tocaron “Calaveras y diablitos”: no había lugar para el jazz o el tango en medio de la fiesta de 15. La Marcha del Golazo Solitario apareció en cambio con “Roble”, “La Vida” y “Los Condenaditos”.
Al frente de la orquesta, Vicentico fue figura, con modales de predicador sedado, vestuario de mendigo, garganta melancólica y el humo de cigarrillo flotando entre sus dedos. Al lado de él Ariel Minimal, una pequeña multiprocesadora de la cultura rock, brilla también como guitarrista todoterreno. En el otro costado, Flavio se planta en postura de robusto bajista de jazz. La primera línea de Los Cadillacs recordando públicamente los viejos tiempos y luchando por no oxidarse. Lo bueno es que todos –músicos y seguidores– tienen claro que el revival empezó y terminó con este pretexto de los 15 años. Ahora, otra vez para adelante.

 

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