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el Kiosco de Página/12

Tironeos
Por Rafael A. Bielsa *

Julio Elichiribehety es un trabajador social de la provincia de Buenos Aires �profunda�: Tandil, Benito Juárez, Pigüé. Tiene el aspecto de un poeta inglés del grupo de Bloomsbury, alguien que podría haber alternado con la pintora Dora Carrington y el biógrafo Lytton Strachey. Me comenta que en María Ignacia (estación Vela), un poblado de aproximadamente 1800 habitantes, celebran el triunfo obtenido: tendrán �su� cárcel, allí nomás, a la vuelta de la esquina. Julio tiene un saco de tweed que huele a humedad de sotobosque y a fuego de palo. Sonríe, con el optimismo testamentario indispensable que exige el ejercicio de su profesión.
�Estación Vela tiene una población agropecuaria�, dice Julio. �Hay mucho boliviano que hace trabajo rural golondrina, mucho paraguayo. Como las cárceles se iban a instalar en los lugares donde hubiera más consenso, el delegado municipal organizó un plebiscito. El 95 por ciento votó por erigir allí el edificio y el 5 por ciento restante se evaporó en una reyerta interna del Partido Justicialista. En Barker, a 18 kilómetros de allí, cruzando la Ruta 74, donde Amalita tiene la cementera, se va a hacer otra cárcel. Tandil va a tener a 70 kilómetros dos cárceles. En Saavedra, que es un pueblo de menos de 1000 habitantes que queda a 20 kilómetros de Pigüé, el 98 por ciento votó a favor de la cárcel. Imaginate, ¡las comunidades discutiendo sobre quién quiere más una cárcel!�
Le miré la barba a Julio, los ojos condenados a la solidaridad. No sé bien por qué, me vinieron a la cabeza las discusiones que en el �94 mantuvieron Santa Fe y Paraná sobre cuál iba a ser la sede de la Convención Constituyente. Estaba resuelto que iba a ser Paraná, pero un diputado santafesino lo fue a ver a Menem. �Carlos �me contó que le dijo-, la Constituyente tiene que reunirse en Santa Fe. No te olvides del famoso cuadro de Alfredo Alice, pintado en 1922, que ilustra la sesión nocturna del 20 de abril de 1853, en Santa Fe de la Vera Cruz, cuando el convencional Seguí le expresó a su colega Zuviría que ya era tiempo de sancionar la Constitución Nacional tan ambicionada.� Menem, me detalló más tarde el diputado, lo miró con aquellos ojos condenados a la avidez, y le dijo: �Mirá, por mí podés hacerla en Uruguayana, pero no armes lío y sacame rápido la reelección�.
Julio dice que lo de la gente es comprensible. �Un hotelito, un restaurante, un quiosco. Lo que es incomprensible es lo de la dirigencia política�, acota, como si fuera John Maynard Keynes, otro de los integrantes del grupo de Bloomsbury. �Y no me refiero a algo de naturaleza iluminista, como el valor de la libertad, ni tampoco me refiero al tema de la industria del delito, cuya materia prima son los chicos excluidos, a los que aunque les pongas la salida existencial de una escuela al lado de su casa no van a ir, porque ya han dejado de buscar puertas. Me refiero a que no se trabaja en una evolución de contexto, porque la presencia de la cárcel supone las viviendas de los agentes penitenciarios, la visita de aquellos relacionados con los presos más humildes, porque los abogados y los relativamente pudientes se van a alojar más confortablemente en Tandil, todo lo cual va a alterar el ecosistema social del pueblo. Me refiero a que los políticos no adviertan lo trágico de la fórmula: �Si no tenés la cárcel, no comés�. Y es una cuestión de oportunidades, no de tipo de personas, porque en Balcarce la gente rechazó la cárcel. Claro, se acababa de instalar McCain, la de las papas, que le dio trabajo a 300 personas. Aquí ha habido un cambio�, se menea Julio, �de la espiral social ascendente de la que hablaba Alfonsín a la transferencia intergeneracional de la pobreza. Abuelo pobre, padre más pobre, hijo indígena, nació en la miseria. Es como la enfermedad de la vinchuca, una enfermedad de lapobreza que genera más pobreza, porque los infectados lo primero que padecen es la falta de trabajo.
Yo me acordé de Tulumba, el bello pueblo que, como consecuencia de su pobreza, conserva las casas tales como eran hace centurias. Cuando en 1767 expulsaron a los jesuitas, el fabuloso tabernáculo de madera con chanflones dorados fue saqueado de la iglesia de la Compañía de Jesús, que estaba recién terminada. Reapareció en el arzobispado de Córdoba, que cuando tuvo que construir su catedral, en los primeros años del siglo XIX, convocó a una licitación a todos los pueblos interesados en quedarse con la reliquia jesuita. El pueblo que más ofertó, Tulumba, estaba situado en la parte rica del país, opulencia debida al comercio por mulas con Potosí. Ese pueblo, el que ganó el retablo, es Tulumba.
Julio, entre entusiasmado y afligido, me cuenta que una compañera del área social de la Municipalidad de Pigüé le está por enviar la letra de un rap. En una escuela secundaria se hizo un concurso de canciones para dar la bienvenida a la cárcel; un grupo de alumnos hizo una canción apologética respecto de los institutos penitenciarios. Julio me dice que sólo recuerda su estribillo: por más que florezca la ciencia / que nunca acabe la delincuencia.
Se hace un silencio, mientras me mira fijo. Me hace acordar a Edward Morgan Forster, el novelista del grupo de Bloomsbury. El Forster de Pasaje a la India.

* Síndico general de la Nación


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