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panorama economico
Por Julio Nudler

El Senado de dar y cobrar

El ingeniero aeronáutico y contador Daniel Peralta es hombre de Roberto Romero, padre del gobernador actual, y de Eduardo Bauzá. Estuvo en varios cargos, pero particularmente en Proesa (Promotora de Exportaciones Salta Sociedad del Estado), de la que fue presidente entre 1985 y 1990, y liquidador entre 1990 y 1991. Había sido creada en el marco de una ley de empresas públicas que las ponía al margen de todo control. �Entre las proezas de Proesa no se cuenta exportación alguna �escribió Guzmán en su libro Saqueo asegurado�, pero sí la contratación directa de 300 taxis Volkswagen, observada por el Tribunal de Cuentas como extraña al objeto de esa sociedad, y el gasto de 10.000 dólares mensuales en servicio de teléfono.� También intervino activamente Peralta en la operación del célebre Teleférico. Ese escándalo fue denunciado ante la Procuración provincial, pero el caso quedó parado. Esas dos aventuras del romerismo tuvieron un tremendo costo para el fisco provincial.
Un día de 1994, Roque Maccarone, entonces secretario de Finanzas, Bancos y Seguros, le preguntó al salteño Guzmán, en ese momento liquidador del INdeR, por los antecedentes de Peralta, ya que estaba propuesto para el directorio del BCRA. Cuando oyó el relato de Guzmán, que confirmaba otras malas referencias, Maccarone le transmitió su inquietud a Domingo Cavallo, a la sazón ministro de Economía. Este, a su vez, le anunció a Guzmán que lo llamaría a Roque Fernández, todavía presidente del Central, para hablar del asunto. Pero la llamada no se produjo. 
Un par de semanas más tarde, durante un almuerzo de Fundación Mediterránea en el Club Americano, Cavallo le preguntó a Guzmán si había conversado con Roque. Precisamente cuando escuchaba la negativa del liquidador entró al salón Fernández, a quien el Mingo le reprochó no haberse interesado en recibir el informe sobre Peralta. Como por obra del azar los ubicaron en sillas contiguas, durante la comida Guzmán fue comentándole la trayectoria del candidato a director. Roque, tras oírlo, lo impuso de las circunstancias: 
�Roberto, tenés que entender. (El senador) Juan Carlos Romero (hoy gobernador salteño) lo puso como condición, porque si no lo aceptamos no aprueban los otros pliegos. (Romero tenía peso decisivo en la Comisión de Acuerdos del Senado.) 
�¿Y con el pliego de Peralta qué has hecho? �inquirió Guzmán.
�Ya lo mandamos. Pero quedate tranquilo, que a Peralta lo vigilaremos de cerca.
�Me costó seguir conversando con él y hasta digerir la comida: había conocido lo que era la cintura política de Roque Fernández�, concluye Guzmán. De hecho, Peralta asumió como director del BCRA el 4 de noviembre de 1994, en una demostración de cómo pensaba utilizar el Senado el poder que le confería la nueva Carta Orgánica del Central. Este había logrado mediante ella la autonomía, incluyendo la estabilidad de su cúpula, pero se exigía el acuerdo del Senado para los nombres que propusiera el Poder Ejecutivo. Envuelto en una causa penal, Peralta debió renunciar el 4 de junio de 1998, y el 30 de ese mes, como revelaría Página/12, el directorio en pleno, con Pou al frente, le ofrecieron una despedida, odaliscas incluidas, en un restaurante árabe de Palermo. Todo fue pagado con fondos públicos. 
A partir del momento en que fuera designado Peralta rigió el trueque como forma de intercambio y modus vivendi, aunque según la ley los senadores podían conceder o rehusar su acuerdo a los propuestos, pero no estaban facultados para impulsar y mucho menos imponer candidatos propios. Pero, en la realidad, descubrieron una manera simple de hacer valer su voluntad: demorar indefinidamente la aprobación de los pliegos (el de Guillermo Lesniewer, por ejemplo, lo cajonearon más de un año). Un director de aquella época cuenta el procedimiento: �Nos hacían una guerra de desgaste, dejándonos hasta sin quórum. Como éramos pocos, estábamos sobrecargados de trabajo y ni nos podíamos tomar vacaciones�. Aseguran que el azaroso trámite senatorial volvió cada vez más difícil conseguir que un profesional aceptara ser postulado para director, porque nadie quería terminar escrachado por un bochazo parlamentario. 
Un caso típico de transa sobrevino cuando, al renunciar Roque Fernández como presidente para asumir como ministro en 1996, se marcharon con él a Economía Pablo Guidotti y Eugenio Pendás. Para que Pedro Pou consiguiera colocar a Javier Alberto Bolzico fue preciso enviar también el pliego del contador entrerriano Aldo Rubén Pignanelli, quien asumió el 26 de junio de 1997. Como a su vez Pou ascendía a la presidencia, logró instalar en el directorio a Martín Lagos, financista también vinculado al CEMA. Lo notable es que, en teoría, los candidatos deberían ser escogidos por el Poder Ejecutivo, y el Central ni siquiera saber de quiénes se trata, con lo que el método para cubrir los cargos se parece a todo menos al correcto.
�Cuando se fue Peralta �relata otra fuente� pusieron a (Roberto Antonio) Reyna, justicialista pampeano, porque ésa era una silla de ellos.� Es decir, una plaza que el Senado consideraba propia. Reyna fue dado de alta el 2 de septiembre de 1998, aunque en los papeles del BCRA figura como reemplazante de Juan Martín Echegoyen, un director proveniente �del mercado�, lo que significa del circuito financiero. 
Quienes siempre han estado al margen de cualquier sobresalto y pasaron del BCRA dependiente al autónomo sin traumas fueron los dos directores inmortales, Manuel Rubén Domper y Marcos Rafael Saúl, colocados por Carlos Menem en 1989. Mientras gobernó el riojano, siempre tuvieron teléfono directo con Olivos y la Rosada. Además, y como último recuerdo de su paso por el poder, Carlos Saúl colocó a su sobrino Raúl Armando Menem como síndico adjunto del BCRA (el cargo de titular no figura como cubierto), función que desempeña desde el 23 de diciembre de 1998. Un detalle significativo es que este puesto también requiere acuerdo del Senado, cuerpo al que la ley encomienda apreciar si el postulado tiene la necesaria idoneidad para el cargo. No parece haber sido ése el cedazo con que la alta Cámara tamizó a los aspirantes.
Contra lo que sugeriría la lógica, la pelea política por las poltronas en el directorio no amainó, a pesar del muy recortado instrumental con que desde 1991 cuenta el Banco Central. Ha perdido, por ejemplo, la posibilidad de manejar alevosamente los redescuentos, aunque la crisis del Tequila abrió una interesante chance. Tampoco puede olvidarse el margen de discreción en decidir la suerte de bancos en problemas. Desde el BCRA aseguran que cuando el Senado acosó a la cúspide del organismo fue básicamente para �esmerilarla� y obtener alguna contrapartida. 


 

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