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IMPUTARON POR LA FUGA A GALVARINO, JEFE DE LAS COMISARIAS PORTEÑAS
El escándalo ya subió hasta la cúpula

Según declararon varios policías, tras la fuga el comisario inspector Roberto Galvarino instruyó a los uniformados para que hicieran desaparecer pruebas y les explicó qué decir y qué ocultar. El juez lo indagará hoy. El hasta ayer Superintendente de Seguridad Metropolitana renunció y pidió el retiro.

Por Laura Vales

t.gif (862 bytes) El comisario general Roberto Galvarino, quien hasta ayer fue el máximo responsable de la seguridad de toda la Capital Federal, terminó siendo el principal sospechoso de haber montado una trama de mentiras y ocultamientos sobre el papel que tuvo la policía en el escape de Tractorcito Cabrera y los dos paraguayos acusados del asesinato de Luis María Argaña. De los indicios reunidos por el juez federal Gabriel Cavallo surge que, apenas ocurrida la fuga, Galvarino se presentó en la Alcaidía del Departamento Central de la Policía y en pocos minutos tomó las riendas de la situación. Dio instrucciones precisas por las que desaparecieron pruebas de cómo había sido armado el escape. Se sentó frente a los presos de la AMIA y les habló largamente. Les indicó qué tenían que decir y qué tenían que callar. Así lo declararon los efectivos que el sábado fueron interrogados por la Justicia y Diego Barreda, uno de los tres detenidos de AMIA. Hoy el comisario general deberá explicar por qué hizo lo que hizo. No se trata de un policía cualquiera: Galvarino tiene la misma jerarquía que el jefe de la Federal, Rubén Santos, y era una de las figuras más importantes de la fuerza. Desde su puesto de superintendente de Seguridad Metropolitana tenía a su cargo las 53 comisarías de la Capital Federal. Renunció ayer, cuando ya no le quedaba otra salida, tras enterarse de que iba a ser llamado a indagatoria.
Gustavo Carca, titular de la comisaría sexta, está detenido.Dicen los que lo conocen que Galvarino es un hombre pragmático y con ascendencia sobre su tropa. Algo de eso debe haber funcionado dentro de la Alcaidía en las horas que siguieron a la fuga, cuando los hombres de la Federal armaron una versión oficial y edulcorada de lo sucedido: esa que habló de tres presos feroces y “dispuestos a todo” –aunque armados apenas con un cuchillo de cocina–, frente a los cuales los uniformados actuaron de la manera más “sensata” y “razonable” posible, privilegiando por sobre todas las cosas la vida de los rehenes.
Esto fue lo que repitieron, apenas fueron llevados ante la Justicia, los tres policías que hoy están presos ante la sospecha de que facilitaron la fuga. También los tres detenidos por la causa AMIA –Diego Barreda, Bautista Huici y Mario Bareiro–, que se presentaron igualmente como víctimas de toda la situación y aprovecharon para decir a los cuatro vientos que habían tenido la oportunidad de fugarse y no lo habían hecho. Pero el montaje terminó por caerse a pedazos. Los indicios reunidos por el juez Cavallo señalan que:
Galvarino instigó a Diego Barreda –uno de los detenidos por la causa AMIA– a mentir en su primera declaración. Los investigadores creen que en realidad todos los que estaban dentro de la Alcaidía, incluidos los presos de la AMIA, sabían que se estaba preparando la fuga. El viernes el ex policía bonaerense volvió a ser interrogado, pero ya en calidad de sospechoso. Admitió entonces que había mentido siguiendo indicaciones de Galvarino. “Hay que darle forma a lo sucedido y no complicar más la situación”, recordó Barreda que le dijo el comisario general. Barreda agregó que recibió la sugerencia específica para “que diga que (los prófugos) me iban a matar y así justificar por qué entró a la celda (Sofío) Godoy”, el único guardia armado de la alcaidía.
En las celdas, poco después de la fuga, se encontró un plano del Departamento Central hecho a mano, en el que se indicaba claramente cuál era el camino a seguir para llegar desde la Alcaidía hasta la puerta de salida. La policía nunca entregó ese plano al juez.
También había dos celulares y el handy particular de un federal. Uno de los celulares –de Barreda– fue utilizado por los paraguayos y Tractorcito en los días previos a la fuga. El handy fue programado por uno de los presos de AMIA para interceptar la frecuencia policial y los prófugos lo usaron para mejor escapar. Pero al igual que el plano, los celulares se desintegraron en el aire. El handy apareció varios días después fuera de la Alcaidía. Quien dio la orden de sacarlo de allí en lugar de secuestrarlo y entregarlo a la Justicia habría sido Galvarino.
El aviso al Comando Radioeléctrico sobre la fuga se hizo a la 1.06. Es decir, que los prófugos tuvieron 20 minutos para alejarse del lugar sin que nadie los buscara.
La Federal esperó tres horas para comunicar a la Justicia que había ocurrido la fuga. El juez ordenó de inmediato separar a los policías de la comisaría sexta del caso, dar intervención a Asuntos Internos y llevar a cabo distintas diligencias de rigor. Pero nada de eso se cumplió. Los efectivos de la sexta son quienes están ahora detenidos por destruir y ocultar pruebas.
La Federal comenzó a escribir el acta de secuestro de evidencias a las 5.40, cinco horas después de la evasión.
Al declarar ante la Justicia, la auxiliar Violeta Locatelli contó -entre desmayos y vahídos y con lágrimas en los ojos– que había sido tomada de sorpresa como rehén. Pero resulta ser que la celadora no entró, como había dicho, al lugar donde estaban los presos, sino que ellos mismos fueron quienes la pasaron a buscar por el casino de oficiales. Recién después la llevaron a una celda y la ataron un poco con una sábana.
Es decir que los rehenes no eran tan rehenes como dijeron, los policías golpeados gozaban de buena salud y parece ser que dentro de la Alcaidía todos sabían lo que estaba por pasar y es posible que hayan colaborado para que todo saliera bien. “Además las celdas nunca estaban cerradas, los presos circulaban libremente por todo el sector y algunos incluso salían a comprar algo al kiosco”, relató uno de los investigadores. Anoche, al escribir su renuncia, Galvarino señaló que dio un paso al costado para “coadyuvar a lograr transparencia en la faz investigativa”. Y que se va de la fuerza seguro de que esta decisión preserva su “honor y dignidad, valores que siempre fueron guías a lo largo de mi trayectoria profesional”.

Claves
El juez federal Gabriel Cavallo le tomará hoy declaración indagatoria al comisario general Roberto Galvarino, hasta ayer miembro de la plana mayor de la Policía Federal.
Galvarino está sospechado de armar las declaraciones de los policías implicados en el facilitamiento de la triple fuga del Departamento Central, para ocultar la responsabilidad policial en el hecho.
Ayer Galvarino renunció a su cargo de jefe de la Superintendencia de Seguridad Metropolitana, en cuya órbita funcionan las 53 comisarías porteñas. Además, pidió el pase a retiro.
Varios testigos coincidieron en que se presentó en la Alcaidía el domingo a la madrugada para dar instrucciones a los custodios y a los presos de la AMIA. También habría hecho desaparecer pruebas que implicaban a los policías.
asta ayer, en la causa que investiga Cavallo había 12 imputados, de los cuales 10 están presos. Galvarino es el número 13 y podría ser el undécimo detenido.
En tanto, la purga en la Federal ya le costó el puesto a 25 efectivos, a los que se suma la renuncia de Galvarino.

 

¿El detenido número 11?

Por C.R.
Con la citación a indagatoria del comisario general Roberto Galvarino, se derrumbó el último bastión que aspiraba defender el jefe de la Federal, Rubén Santos, compañero de promoción del hasta ayer superintendente de Seguridad Metropolitana. Hoy, después de prestar declaración indagatoria ante el juez federal Gabriel Cavallo, el comisario Galvarino podría convertirse en el detenido número 11 por la extraña fuga del Departamento Central. A ese total deben sumarse otros dos imputados en libertad y una nómina de al menos 13 efectivos pasados a disponibilidad preventiva pero que, eventualmente, podrían incorporarse a la lista de acusados. La de ayer, en la Jefatura de la Federal, fue una noche de perros.
Los primeros en caer en la volteada fueron los dos policías que estaban en la guardia de la Alcaidía el domingo de la fuga. Junto con el oficial Sofío Godoy y la suboficial Violeta Locatelli, trastabilló el inmediato superior jerárquico de ambos, el comisario Hugo López, titular de la Alcaidía. La lista de presos se agrandó con el ayudante Roberto Jesús Barbosa Stegman y el agente Agustín Cristian Garballo, encargados de custodiar la amplia entrada de la calle Moreno 1550, que fue salida para los tres detenidos que se fugaron.
Luego le llegó el turno al cabo Víctor Parodi, guardia de la Alcaidía que pidió franco la noche de la fuga pero que igual está imputado, y a seis miembros del personal estable de la comisaría sexta, que tiene bajo su jurisdicción al Departamento Central y que habría “liberado la zona” para facilitar el escape. Los detenidos fueron el titular de la 6ª, comisario Gustavo Carca, los subcomisarios José Mur y Ricardo Orsi, el inspector Darío Montaña y los principales Adalberto Rosa y Pedro De Rui. El número de detenciones llegó a 12, pero luego dos fueron dejados en libertad, dijeron fuentes judiciales sin precisar nombres.
Entre los que pasaron a disponibilidad, sin estar imputados, figuran el jefe del Departamento de Orden Público, el comisario Néstor Mola, y el director general de Operaciones, comisario inspector Julio Díaz, colaborador inmediato de Galvarino. Pero también hay entre 13 y 16 miembros de la guardia de la Alcaidía que fueron removidos por las dudas.

 

FUERTE PRESION PARA ENCONTRAR A LOS EVADIDOS
Clima sofocante en la Federal

Por Raúl Kollmann

El ambiente espeso en la Policía Federal se corta con cuchillo. La plana mayor y la segunda línea no sólo están desequilibradas por el papelón de la fuga del Departamento Central, sino que además necesitan desesperadamente encontrar, aunque sea, a los dos paraguayos que huyeron hace nueve días. Ambos están sin dinero y sin documentos y anoche se suponía que era inminente su detención. El otro fugado, integrante de la banda del Gordo Valor, Daniel “Tractorcito” Cabrera, parece un objetivo más difícil, pero la cacería de los prófugos es una carrera contra el tiempo. Se trata de evitar que la crisis se convierta en incendio. Pero eso no es todo: en la fuerza hay malestar por los casi 30 pases a disponibilidad de oficiales y suboficiales. En las dependencias se dice que ha sido una forma de “limpiarse” ante un escándalo, que según buena parte de los uniformados tiene que ver con la falta de controles y las maniobras que intentaron los jefes para tapar todo.
En semejante estado de crisis, la interna contra el titular de la Federal, Rubén Santos, parece estar al rojo vivo. “Si a mí me pasa, renuncio”, repiten los que se oponen a un hombre considerado como un “científico” (viene de la Policía Científica) y por lo tanto un “teórico sin calle” y no un “operativo”. “Si a mí me pasa, renuncio”, agregan otros oficiales que creen que en la segunda línea, sobre todo la más relacionada con el caso, también debía haber dimisiones. Recién anoche se concretó la del comisario general Roberto Galvarino, acosado ya por las pruebas en su contra (ver nota central).
Desde ayer, en la Federal reconocen dos cosas:
Que no había ningún tipo de seguridad en la Alcaidía del Departamento Central. “Es inexplicable que para custodiar a siete presos haya un policía y una mujer, que por otra parte era civil. Es una desventaja numérica absoluta. Ya se sabe que nunca actuamos en minoría y en este caso la desigualdad a favor de los detenidos era sideral”, admitía un cuadro medio de la fuerza. También se acepta que la convivencia entre detenidos y guardianes era total y relajó completamente las medidas de seguridad.
Que después de la fuga, hubo jefes que arreglaron pruebas y declaraciones para ocultar la falta de seguridad de la Alcaidía.
Los comisarios que tenían que hacer toda la instrucción inicial después de la fuga fueron desbordados por superiores que llegaron al lugar y dieron instrucciones: “usted declare esto, usted declare lo otro, esto se encontró acá, hacemos desaparecer tal cosa”, dicen que dijeron los jefes, principalmente Galvarino. Lo peor es que todo el encubrimiento fue desprolijo y el juez Gabriel Cavallo lo desmanteló en horas.
Lo que en la Federal no aceptan –aunque tampoco lo niegan– es la cuestión de los sobornos. La mayoría de los oficiales ve que los pasos del suboficial Sofío Godoy, de guardia en la Alcaidía, son extraños y totalmente contraindicados por las normas y los procedimientos habituales. Supuestamente entró al lugar de los presos, en desventaja, y cuando ya se había armado la pelea, sin avisar del peligro y sin pedir refuerzos. Por eso hasta en la propia fuerza hay sospechas de que la fuga se pagó.
El punto más urticante para los uniformados es el deterioro entre los cuadros medios y los jefes. Aquéllos acusan a éstos de querer escabullir el bulto y por ello reclaman –por lo bajo– más renuncias. “Esto es la Policía Federal, no una banda. Los jefes ordenan y los subalternos obedecen. Y si ocurre un hecho de tanta irresponsabilidad, falta de organización y control, alguien tiene que pagar: son los que dieron las órdenes, los que supervisaron, los que no advirtieron la inferioridad numérica y los que la advirtieron y no hicieron nada. No pueden pagar los suboficiales”, alegan.

 

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