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A partir de hoy la SIDE tendrá un secreto menos

El presidente Fernando de la Rúa firmará el decreto que le permitirá a la Justicia investigar los fondos reservados de la Secretaría de Inteligencia.

Por Eduardo Tagliaferro

t.gif (862 bytes)  Los dos se llaman Darío, son las respectivas manos derechas de sus jefes políticos, que a su vez son los principales “enemigos íntimos” que conviven dentro del Gobierno. En medio de la más grave crisis política que enfrenta la Alianza desde su llegada al poder, se reunieron ayer Darío Alessandro y Darío Richarte, para intercambiar puntos de vista sobre el proyecto legislativo que propone reformular la Secretaría de Inteligencia. El momento más alto del enfrentamiento entre el jefe de los espías, Fernando de Santibañes, y el vicepresidente, Carlos “Chacho” Alvarez, fue precisamente el momento en el que la iniciativa parlamentaria ocupó el centro de la escena. De Santibañes y Richarte anunciaron que hoy el presidente Fernando de la Rúa firmará el decreto que permitirá abrir los fondos reservados de la SIDE.
A última hora de ayer, el Señor 5, como se conoce al jefe de los espías, se presentó acompañado por Richarte en la sala de periodistas de la Casa de Gobierno, para informar que el proyecto de abrir las fondos reservados de la SIDE cuenta con el dictamen favorable del procurador general del Tesoro, Ernesto Marcer. Los fondos reservados de la Secretaría de Inteligencia son una de las hipótesis investigadas por el juez Carlos Liporaci en el escándalo de los presuntos sobornos del Senado.
El joven abogado, número dos de la SIDE, analizó durante media hora con Alessandro, jefe de la bancada aliancista en Diputados, la iniciativa parlamentaria que, entre otros puntos, propone controlar las actividades de los espías a través de una comisión bicameral.
La propuesta de Alessandro cuenta con el apoyo de sectores del radicalismo y hasta de la cuestionada oficina estatal de espionaje, que ubicada en el centro de la tormenta política decidió no dejarse sorprender por las reformas e impulsar una propuesta de cambio similar a la esgrimida por Alessandro y a otra que tiene en estudio el diputado radical Horacio Jaunarena.
Lejos de convertirse en “la moderna oficina dedicada a analizar estrategias comerciales, económicas, y políticas que le permitieran al gobierno aliancista integrarse en un complejo escenario internacional”, como propuso Fernando de Santibañes al comienzo de su gestión, la SIDE no dejó de aparecer en las páginas policiales y en escándalos de diversa índole.
A pesar de estar en los antípodas políticas e ideológicas de su pensamiento no fueron sus constantes declaraciones públicas las que enemistaron a Chacho con De Santibañes, sino un caso de espionaje. Alvarez denunció que la SIDE piloteó publicaciones de prensa en su contra. En esa ocasión Alvarez señaló a Román Albornoz, tercer hombre de los espías, como uno de los responsables.
Las denuncias de Alvarez, que en esa ocasión no tuvieron mucho eco entre los miembros del gabinete, volvieron a escena cuando el ministro del Interior, Federico Storani, desbarató una maniobra en su contra ideada desde las oficinas de Albornoz. El Presidente nunca creyó que su amigo, el criador de aves de corral Fernando de Santibañes, pudiera haber participado de una movida de este tipo. Sin embargo se mostró dispuesto a dar un lugar a la gente del Frepaso en la conducción de la SIDE. Alvarez no se contentó con el gesto presidencial y supeditó la incorporación de cualquier asesor frepasista a que previamente se apruebe una nueva estructura y una nueva legislación para los espías.

OPINION

Por León Rozitchner

La política como mercancia

Van apareciendo, ante una cantidad de políticos y jueces que hacen como que recién se avivaran, las evidencias antes escondidas pero necesarias para comprender el mecanismo que produjo el abismo abierto entre la ciudadanía y la política en nuestra democracia: de qué modo el poder político ha pasado a manos del poder económico. La respuesta es sólo una: por la compra y la venta. Porque sus representantes y funcionarios han vendido la representación política que el pueblo les ha conferido. Muchos de ellos llevan, como corresponde al sistema, la etiqueta de una mercancía: tienen precio y apellido.
El Estado ya no es el que equilibra los intereses encontrados que se enfrentan en la oposición de clases: está decididamente en manos del poder de todos los poderes: el dinero. El poder económico del capital financiero y sus aliados nacionales disponen del dinero que posibilita al capitalismo convertir a todas las cualidades humanas en mercancías. Como todo puede ser vendido, hasta los mandatos de la mayoría, entonces pueden ponerle precio. ¿Por qué no comprar a los jueces, a los diputados, y hasta a presidentes con tal de encontrar cuál es el costo –en especies o en dinero– para adueñarse de sus voluntades e inclinarlos siempre en el propio provecho? De otro modo no se podría comprender cómo este país ha sido destruido en su base material y moral.
¿Qué creen, acaso, que pasó con las privatizaciones y con todas las acciones que movieron la voluntad política siempre a favor de lo que contrariaba los intereses nacionales y populares? Un simple cálculo de probabilidades llevaría a pensar que alguna vez, por lo menos una sola, el voto de la mayoría de sus senadores y diputados, de muchos de sus jueces y de los decretos de necesidad y urgencia, hubieran tenido que coincidir con los intereses del país: al menos una vez. La ley del azar hubiera tenido otras consecuencias.
La inversión de la prueba para el sospechoso de corrupción cobra otro sesgo. Que siempre haya ido contra los intereses nacionales lleva necesariamente a afirmar, simple silogismo, que el poder político sólo puede hacerlo porque la mayoría de sus representantes habían vendido su voto y su alma al diablo. Sólo así pueden implacablemente favorecer siempre a los intereses financieros y los negocios de sus amigos, contra los del país, es decir de los nuestros.

 

 

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