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HECTOR TIZON, ESCRITOR
“Si no tengo ilusiones, no tengo nada que decir”

Es uno de los escritores fundamentales del país. Enraizado en Yala, a pocos kilómetros de Jujuy, ejerce la novela, el cuento y la ley, como juez. Ex diplomático, dos veces constituyente elegido como independiente, detesta la militancia tanto como ama la política. En esta charla a 1400 metros de altura, Tizón explica su fascinación con el clima y con el patriotismo, y cuenta cómo se despidió hace veinte años de la literatura.

Por Andrew Graham-Yooll

t.gif (862 bytes)  –Decía que le preocupaba la situación de la juventud.
–Porque no hay un encuadre para contenerlos. En primer lugar, las diferencias han dejado de ser tales, las naciones han dejado de ser tales, aparentemente. Y los ideales están, prácticamente todos, descafeinados. Algunos están francamente pasados de moda, hasta en lo semántico, hasta en la palabra. Por ejemplo, nadie se anima ahora a hablar de patriotismo, porque parece una palabra muy estúpida. De esa palabra se han apropiado los sectores más canallescos... A estos se refería el doctor Johnson tan certeramente, en el siglo dieciocho, ¿no?, que el patriotismo es el último recurso de los canallas. Esa frase adquiere una vigencia asombrosa. A poco que uno conversa con la gente joven, y con toda frecuencia vienen jóvenes aquí para preguntar y hablar de cómo fueron esos tiempos de la dictadura. Primero, empiezan con algunas chanzas acerca de la edad, de cómo los tiempos pasan, y qué sé yo. Pero a poco uno observa que están particularmente interesados en aquella otra forma de vida que tuvimos. Porque sienten un gran vacío, en este momento.
–¿Nosotros teníamos utopías? Varias personas jóvenes, gente que tiene 25, 27, 29 años, atacan fuerte. En una cena una muchacha me dijo: “La diferencia entre ustedes, jovatos, y nosotras, es que ustedes creían en utopías y nosotros nos adecuamos a la realidad”.
–Es más grave: es un manejo de la palabra bastante autopiadosa. Nosotros lo que teníamos eran ilusiones, que es mucho mejor que utopías. Hay utopías que son creaciones puramente intelectuales. Nosotros teníamos algo más que eso. Teníamos pasión. Ahora la pasión ¿en qué se pone? En cosas menores, por ejemplo, en emputecer al idioma, hacer tabla rasa con toda axiología, da lo mismo el valor de un caballo de carreras y de un genio de la biotecnología. La música en buena parte son ruidos. Falta eso por lo cual muchos de nosotros, los mejores de nosotros, perdieron la vida. Ahora se dice que eran ilusos, que estaban fuera de la realidad... Puede ser, pero nadie puede quitar que esa generación es la última generación del país que tuvo ilusiones. Eso es lo que está buscando la gente que en este momento tiene veinticinco, treinta años. La respuesta no la van a encontrar en sus contemporáneos ni en sus padres, que no quieren hablar. La respuesta pretenden encontrarla en boca de nosotros, los que ya estamos para abuelos. Eso es lo que yo quería decir antes, cuando te decía que uno se legitima salteando una generación, a veces salteando dos generaciones. En el fondo uno tiene horror al vacío de origen. Uno tiene que entroncarse con alguien, no por un afán de abolengo, sino por un afán de autojustificación vital. Para qué estoy y porqué estoy yo en este punto, o hubiera dado lo mismo que no esté. Eso en todos los órdenes, en la política, el arte, la literatura. Si no tengo ilusiones, no tengo nada que decir. Y si yo no tengo nada que decir, voy a practicar el onanismo literario, o me voy a quedar callado si soy honesto. Pero como la gente cree que ha nacido para contar, a poco que descubra o se convenza que no tiene nada que decir, se va a dar con eso que llamaban los latinos el horror al vacío.
–El problema de eso es decir que esta generación, de la que estamos hablando, no tiene nada que contar, está buscando sus referentes en otra parte...
–En otro tiempo...
–En otro tiempo.
–En otro tiempo. En otra parte es muy difícil porque casi todas las partes están pintadas con la misma pintura monocromática. Se está buscando un sentimiento que la cambie. Una vez, andando por no sé dónde, una anciana, una campesina de la montaña, me dijo, “Cuando yo escuché la música de violín por primera vez, me pasó algo muy... muy hondo, aquí...” (se agarró el estómago). Y yo le dije: “¿Y entonces qué pasó?” “Entoncesdejé de comer carne durante seis meses”. Parece un disparate visto desde la razón. Pero a poco que se analiza, quería decir, le ha pasado algo muy intenso. Esa anciana está viva. En cambio, la gente que dice que “todo es igual”, que hace “zapping” aquí en Yala, o zapping en Bombay, y en Bristol o Catamarca, ve que todo es igual, pues en definitiva son las mismas series, los mismos canales, hasta los mismos dueños. ¿qué es lo que puedo hacer en un mundo como éste? Tengo que buscar la forma de dar testimonio de mi propia canción.
–La última vez que nos vimos fue durante la reforma constitucional, en el ‘94 en Santa Fe. Y ahora es juez. ¿Volvió a la política o nunca la dejó?
–Nunca dejé la política, es decir el pensamiento político, la preocupación. Nunca me gustó la militancia. Empezando porque no me gusta la etimología de la palabra. Milite, militare... Porque además la militancia te exige ciertas “lealtades”, entre comillas, que yo no estoy dispuesto a admitir. Es decir que todos los que no están en el comité son hijos de puta. Y todos los que están son buena gente, lo cual me parece una síntesis totalmente arbitraria. Una reducción absolutamente estúpida. Pero tanto esa vez en Santa Fe, como la anterior cuando fui constituyente para la Constitución de Jujuy en el año ‘86, fui como extrapartidario. Yo en política tengo amigos que no tienen nada que ver con el ideario de un determinado partido político, tengo amigos personales. Por ejemplo Raúl Alfonsín. Es un hombre a quien respeto y quiero mucho.
–Recuerdo su comentario, en una cena en el patio de una casa en La Lucila, en setiembre de 1976. Ahí dijo “nos vamos”, y yo respondí “nosotros también”. Esa noche dijo que los amigos, la amistad, están por encima de la...
–...de la mitología y de la militancia, claro que sí. Fue un momento terrible. La política la había puesto en segundo, o décimo plano a la amistad. Nadie se arriesgaba por los amigos. Se desconfiaban los hijos de los padres, los padres de los hijos, los hermanos de los hermanos, y llegamos a la carnicería que llegamos...
–A una guerra civil... Los argentinos no queremos usar esa puta frasecita porque es como pertenecía de los españoles. Pero también nos describe a lo que sucedió en la Argentina.
–¿Sabés por qué no la quieren usar, me parece a mí? Porque pretenden, con ese reduccionismo del cual somos tan amigos los argentinos, que solamente de un lado hubo gente con fusil que tiraba, y del otro lado hubieron víctimas. Tiraron de los dos lados y hubo una guerra. Una guerra sucia. De verdad.
–Una guerra civil es sucia.
–Todas las guerras son sucias. Y la guerra civil es sólo una especie de quintaesencia de la mugre. De la porquería de la sociedad, de lo despiadado... ¿sabés por qué? Se pelea apasionadamente, poniendo el acento en el odio. El amor también puede ser apasionado, pero el odio es fundamentalmente irracional.
–Ahora es juez...
–Ahora como juez... a mí me ha hecho mucho bien convencerme de una vez por todas que ya no estaba en condiciones de jugar ni de centroforward ni de nada. Y tampoco me conformaba con quedarme sentado en el banco viendo como jugaban los otros.
–Entonces, ¿qué...?
–Con la experiencia que había recogido para bien y para mal, yo podía ser una especie de árbitro. Y no porque haya sido yo jamás un eximio jurista, ni un tratadista del derecho. Estoy seguro de que para ser un buen juez no se necesita ser un sabio, jurídicamente. Se necesita ser un hombre decente. Que empezando por tener los ojos bien abiertos, y por encima de la contienda, hay que tratar en primer lugar de avenir, y ensegundo lugar hacer razonar a las partes, que nada es tan importante como para que merezca la pena de matar al contrincante. Desde ese punto de vista creo que me siento cómodo en la función que ocupo, que me permite ser imparcial, pero tampoco deja de lado la compasión, la piedad. El sentimiento en pro de aquella parte que es más débil. Siempre. Y después, en cuanto a la administración de justicia, en cuanto al discurso jurídico, al cabo de muchos años he aprendido lo obvio: que de ninguna manera se diferencia del discurso literario. Porque ¿qué hace un novelista?
–El finado Juan Filloy escribía sus sentencias en rima.
–Yo las sentencias las escribo como sentencias. Pero en el fondo el discurso... una sentencia, es analizar una tesis... dos propuestas, que son las que llevan cada parte para que el juez haga justicia. Entonces el juez tiene que hacer un análisis histórico de la posición de las partes. Resumirla de la manera más objetiva que sea posible, y después dar su opinión. Que se llama sentencia, y que va a primar por sobre la opinión de las partes que intervengan. ¿Qué otra cosa hace el novelista? El novelista en vez de trabajar con personas trabaja con personajes que a veces son mucho más reales que las personas y entonces compone... compone una suerte de historia de vida, que tiene que ser por sobre todas las cosas verosímil. Uno no puede dar soluciones disparatadas, como novelista. Uno tiene que tener la certeza de que estátrabajando con personajes pero tiene también la obligación de asegurar que esos personajes se mueven en un mundo de lo verosímil. Si no, el lector inmediatamente va a abandonar lo que está leyendo. Los mejores libros son los que a nosotros nos tienen atrapados porque eso que estamos leyendo nos hace decir: “Pero... me está pasando a mí o me pudo haber pasado a mí, a ver cómo se desarrolla esta historia. Yo le creo”. Es decir, el mejor acto que uno puede hacer como lector respecto de un escritor es darle credibilidad. Lo que este autor me está contando, yo lo creo.
–Algo me viene preocupando. En su novela La mujer de Strasser (1997) hay una diferencia frente a todos tus escritos anteriores. En Fuego en Casabindo (1969), El cantar del profeta y el bandido (1972) y otros, se usa el tiempo meteorológico. El clima es casi un personaje. Usted contaba que si se comete un crimen en el norte cuando sopla el viento Norte el juzgado tiene que admitirlo como paliativo al considerar la sentencia. En La mujer de Strasser es como si el tiempo no parece estar.
–No lo creo así. El clima estáde alguna manera presente detrás de todo. Por ejemplo está en el estiaje de los ríos, es decir cuando aumentan el grosor de sus aguas, en el verano, en las lluvias que son muy características de aquí; no te olvides que aquí llueve durante cuatro meses todos los días, continuamente, a partir de noviembre hasta marzo. Lo que pasa es que a partir de El hombre que llegó a un pueblo (1983), yo he cambiado mis puntos de referencia. Como si estuviera usando eso que utilizan los agrimensores, el teodolito. Mueven el teodolito y cambian el punto de referencia respecto de la geografía que están por parcelar. Sucedió hasta en un libro que en realidad se iba a llamar El largo adiós, pero me dijeron que eso ya me lo habían robado. Y se llama La casa y el viento, que era como una despedida mía no solamente a los temas que habían sido objeto de mi curiosidad y de lo que había escrito hasta entonces, sino incluso a la literatura misma. Yo creía que no iba a escribir nunca más.
–¿En qué momento fue eso?
–Fue el último año de Madrid, cuando pensaba que no iba a volver nunca más. Yo diría que 1980, ‘81. Bueno, entonces ese libro es como una recorrida por... por ese mundo que era mi mundo, para decirle adiós. No bien termino el libro se produjo lo de las Malvinas y se produjo el hundimiento no solamente del acorazado Belgrano sino el hundimiento de la jaula de esos hijos de puta que fueron los que dirigieron este país desdeel año ‘76. Entonces me volví de Madrid aquí a Jujuy, y ahí se produjo como una especie de cambio bisagra. El próximo libro fue El hombre que llegó a un pueblo, donde ya no hay localizaciones, no hay nombres propios, no hay prácticamente nada. Está el hombre, que en realidad son dos hombres, es decir él es él y la imagen que los demás tienen de él. Aparentemente son dos, pero es uno solo. Es la historia de un hombre en busca de sí mismo. Es decir la aventura respecto a lo que todos padecemos. Y a partir de ahí no hay localizaciones. En La mujer de Strasser tampoco hay localizaciones. Hay señales. Las señales que yo dejo son fotográficas, no son de palabras. Al final de la novela están las fotografías que el editor me sugirió que le ponga nombres. No quise. No es lo mismo sacar la foto de un pan y abajo escribir “pan”. No es necesario. Que el lector le dé la encarnadura que quiera. Ahí está. Solamente un crítico averiguó quién era el niño que estácon el fusil y lo publicó en una nota que sacó en el Uruguay.(La foto a que se refiere es de Tizón cuando niño.)
–Volviendo al tema de patriotismo... Yo me considero un patriota angloargentino. Pertenezco a dos culturas tengo dos naciones. ¿Por qué nos resulta tan difícil reconocer que estamos en un lugar donde tenemos más de una identidad?
–Es parte de nuestro patrimonio nacional ser de alguna manera otra cosa, en especial de alguna manera inglés. Por supuesto que me van a recontra putear los tradicionalistas patriotas. Pero ¡hombre! ¿A vos no te parece un autor absolutamente íntimo y de aquí un Robert Cunninghame Graham, o un Hudson? Bueno, yo soy más argentino que ellos ¿por qué? Si mi abuelo fue cubano español. ¡Hmmm! Los ferrocarriles nos ligan a los ingleses, la arquitectura. Yo me acuerdo cuando yo era chico, te digo un chico a quien llevaban de la mano, tendría seis años... Yo decía, por ejemplo, ¿a qué hora van a comprar un helado? Me contestaban, “Después que pase el tren a La Quiaca.” Cosa de ingleses en la Argentina, si no no me dirían una cosa tan surrealista. Hablando de chicos de la mano, me acuerdo de una anécdota. Si en algo me defino políticamente es como un viejo yrigoyenista. Mirá vos, iba yo de la mano de mi padre por la Avenida de Mayo. De pronto me dice mi padre: “Ves aquel señor que estáahí, ese señor flaquito de barba negra...” Había un hombre con una mesa de cosas para vender, pomada para zapatos, trenzas de botines, calzador, cepillos. “Ese señor fue vicepresidente de la República.” Era Elpidio González. No me voy a olvidar nunca en mi vida.

Por que Hector Tizon

Por A. G. Y.

Un hombre sabio y talentoso

Su último libro, Tierras de Frontera, es una colección de artículos escritos desde 1969. Una de esas piezas comienza diciendo, “En este país sólo un hombre que va para viejo puede recordar el tiempo aquel cuando pertenecíamos al Primer Mundo”.
Ese pasaje lo leí después de ocurrida esta larga conversación en la casa de Héctor Tizón en Yala, a unos doce kilómetros de la capital jujeña, a 1700 kilómetros de Buenos Aires y 1400 metros sobre el nivel del mar, en un clima mustio, entre frío y lloviznando. La oración resume una búsqueda, como también la expresó la entrevista.
Héctor Tizón, que anda por los setenta años, es escritor, abogado, dos veces constituyente (provincial y nacional), alguna vez diplomático durante el gobierno de Arturo Frondizi y actualmente miembro del superior Tribunal de Justicia de su provincia. Es un hombre sabio y tiene talento. Es uno de los grandes escritores argentinos, premio Consagración, premioAcademia Nacional de las Letras, Gran Premio de Honor de la SADE, y otras más, que ha sabido desarrollar sus contactos con Buenos Aires y el mundo sin dejar de ser jamás jujeño, de Yala.
Tengo el honor de conocerlo desde hace más de treinta años, cuando recién aparecía su segundo libro, Fuego en Casabindo. Su primera colección de cuentos, A un costado de los rieles (1960), se publicó en México. Hacía seis años que no nos habíamos disfrutado del placer de la conversación sin límites. Para mí esa charla de reunión fue un privilegio. Su nuevo libro, su trayectoria y su opinión reclamaban esta entrevista. Su preocupación pasaba por la gente del país, en especial los jóvenes.

 

 

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