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Una madre ¿es más o es menos que una mujer? En ese altar enigmático en el que se las sigue poniendo a las madres, ellas están ahí como la última reserva del amor incondicional y la abnegación. Las mujeres han cambiado y las madres también. Trabajan, estudian o compran comida hecha. Lo que permanece intacta es la idea de que la madre todo lo da (y todo lo cobra).

Regalo: �El regalo por excelencia para mamá es el electrodoméstico, acaso por la electricidad domesticada o por la domesticidad eléctrica de la que habla la leyenda�.


Por Sandra Russo

t.gif (862 bytes) Pasa en todos los Días de..., pero éste, el de la Madre, concentra en sí la máxima expresión de las dos coordenadas que lo recorren: la expectativa de ventas del decaído comercio minorista y la exaltación del amor maternal. Porque a la madre se la quiere, siguiendo las consignas de nuestro benemérito imaginario social, porque ella nos ha querido más que nadie. La misma leyenda indica que una madre comme il faut ama por sobre todas las cosas a sus hijos, a punto tal que el amor por la madre es un amor reflejo, una devolución siempre incompleta de lo que se ha recibido. Aunque, a juzgar por los regalos que se insta a hacerle a mamá para esta fecha, no se sabe si ella nos ha dado más caricias que ensaladas de zanahorias ralladas, más mimos que camisas planchadas o más confianza en nosotros mismos que jugos exprimidos de cítricos de estación. Es que el regalo por excelencia para mamá es el electrodoméstico, acaso por la electricidad domesticada �o por la domesticidad eléctrica� de la que habla la misma leyenda: ¿qué es una madre? Una mujer capaz de perdonar, incluso, que hoy le regalen una licuadora.
�Hoy vuelves del recuerdo, madre mía/envuelta en la penumbra del pasado,/ trayendo la nostalgia de los días/ que en horas de placer hube olvidado./ Y al ver que fue tu amor, tu amor perdido/ el único cariño sin engaño/ te llora más el corazón vencido/ y busca en el olvido tu palabra de perdón.� ¿Qué le habrá regalado Homero Manzi a su madre en su día? A juzgar por las páginas y páginas de diarios, y de los innumerables minutos de publicidad televisiva que nos han atronado este año, como otros, con el �para mamá en su día�, no estamos tan lejos de aquella idea de madre que el poeta desgranó en �A su memoria�: es decir, una mujer todo terreno, queredora full time y dueña del derecho intelectual del �amor sin condiciones�. 

Amasa la masa

El centrimetraje �para mamá en su día� se abultó como siempre en las modernas opciones para hacer más llevaderas las tareas del hogar. ¿No suena tierno aparecerse en casa con una heladera con freezer con capacidad para 450 litros, tropical, compartimiento extrafrío, estantes antiderrames y condensador con ventilación? ¿No es dulce regalarle una picadora con potencia de 260 watts, tres funciones (bate, licua, pica), mando con interruptor, accesorio emulsionador (¡huevos a punto nieve!, ¡mayonesa!) y ventosa guardacable? 
Es curioso: para el Día de la Madre, en materia de electrodomésticos, todas las estrategias de marketing para abordar a las nuevas amas de casa se borran. Durante el resto del año, cuando son las propias amas de casa -o sea, las propias madres� las potenciales compradoras, las estrategias apelan al ahorro de tiempo y a la necesidad de autogratificación. Un lavarropas que es tan fácil de usar que nos permite llegar a la clase de yoga, o un lavavajillas que trabaja sólo mientras vamos al curso de inglés. Es decir: va de suyo que las amas de casa de hoy (replay: ¡las madres!) ya no amasan ravioles ni fríen buñuelos, que tienen las puertas de las heladeras atestadas de imanes con los teléfonos de los deliverys del barrio, que ingresaron al mercado laboral y cuando llegan a casa gerencian como pueden las tareas, delegan unas, se olvidan otras y que incluso las que no trabajan afuera de sus casas militan en la sagrada causa del derecho a la media hora tranquilas para darse un baño de inmersión.
Sin embargo, para el Día de la Madre, todos estos saberes se diluyen y en el imaginario social reaparece esa figura mítica que sigue abnegada en la cocina, amasando ravioles o friendo buñuelos. ¿Y por qué? Porque los potenciales compradores no son las madres sino los hijos, y los hijos tienen una particular inclinación a seguir alimentado en mamá el gusto por alimentarlos a ellos. Siguiendo la lógica del amor reflejo, los hijos regalan tostadoras para comer ellos mismos tostadas más crocantes. Ni siquiera es la excepción a la regla la idea que plasmó Casa Rodó: allí está Osvaldo Laport in person para escribirle a mamá una carta que acompañe nuestro electrodoméstico de regalo. En ese gesto, quedaría por ver si con él se admite que mamá es una mujer deseante que cada noche se pasma con los músculos del actor de �Campeones�, o simplemente una televidente. Ver tele siempre ha sido el único vicio permitido para las madres. 

Santas y blancas

Las madres reales, en realidad, seguramente optarían por otro tipo de regalos, los que a veces se asoman iconoclastamente y todavía suenan atrevidos: un día en un spa, se anuncia por ahí, o un weekend completamente sola, o vamos, un perfume. Sin embargo, nuestro célebre imaginario colectivo se resiste a admitir que las mujeres que son madres siguen siendo mujeres. En su libro Madre hay una sola (¡Y justo me tocó serlo!), la periodista Ana von Rebeur relata asombrada cómo apenas el Evatest da positivo y se enteran los compañeros de trabajo, comienza un lento pero inexorable camino de desexualización. �Los más correctísimos caballeros con los que no pasábamos de decir �buenos días� empiezan de pronto a hablarnos de intimidades que jamás de los jamases hubieran considerado antes como tema de conversación sin ponerse colorados. Y una se sorprende descubriendo que desde su jefe hasta el portero del edificio le hablan sin dramas de desgarros en la vulva, episiotomías, cesáreas, análisis de líquido amniótico, roturas de bolsas, pezones irritados, donación de semen, etc.�. Desde que el Evatest sentencia con sus dos rayas que hay una madre en camino, parecen borrarse de una mujer todos sus apetitos y sus bajos instintos. Claro que esto no es cierto y que el mundo materno está lleno de contradicciones. Para empezar, tal vez sería más correcto que hubiera un Día de la Madre del Varón y un Día de la Madre de la Mujer. Los varones suelen hablar de sus madres con la misma devoción que Homero Manzi, mientras que la relación entre madres e hijas, por la famosa causa del Edipo invertido, está plagada de tempestades. En su libro Mujer (una geografía íntima), la brillante bióloga norteamericana Natalie Angier va al grano: �He pasado largas temporadas odiando obsesiva y ciegamente a mi madre, llorando amargamente cuando pensaba en ella, escribiendo pequeñas fábulas en las que ella era el ogro, la gran devoradora de corazones sin corazón propio. Pero también hubo otros momentos en los que me detuve en medio de un ataque de madre y me dije: esto no es racional, no es justo, es un mal precedente. Piensa en distanciarte de la cloaca del odio hacia la madre, no sea que tu hija crezca y arremeta contra ti con su propio odio y su propio reproche�. Angier tiene la teoría de que las mujeres, por llevarnos mal con nuestras madres (y viceversa), nos perdemos la oportunidad preciosa de aprovechar el camino recorrido por otra mujer. Desde muy joven, Angier eligió una frase del Ulises de Joyce para dar cuenta de esa complicidad ignorada y tan deseada: �La juventud guiada por la experiencia conducen a la mala fama�. Y tiene un ideal, un ideal conmovedor, el de ser ella misma algún día la vieja zorra capaz de sobreponerse a sus pudores y sus prejuicios para adiestrar a su hija en las cosas más importantes de la vida. �Tengo una gran esperanza de encontrarme con mi hija cuando sea adulta, cuando nominalmente deje de necesitarme, cuando haya pasado las crisis y los reproches que supongo llegarán con la adolescencia, ya que a mí me llegaron brutalmente. (...) Espero que mi hija sienta una gran necesidad de mí, una necesidad más perdurable y más apasionada que la que siente un niño por la comida, la ropa, el refugio o el aplauso. (...) Espero que le guste hacer trueques: juventud y experiencia por mala fama. Puede que ella escupa fuego y me abandone alegremente, pero que sienta en su propia hemoglobina que puede encontrarme, descansar conmigo y respirar, respirar segura, aunque sólo sea durante el breve intervalo entre los ciclos de ira y decepción. Porque mientras perduren, mis huesos, mi cerebro y mi fuerza son suyos por derecho de nacimiento y puede que no sean gran cosa, pero son tenaces por decreto y acatarán felices las costumbres de la dinastía. Cuando la juventud llama, la experiencia saca su pala, y cava�.

 

 

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Por María Moreno

Vigencia de la idishe mame

Deseoso es el que huye de su madre� escribió el poeta José Lezama Lima. De ese modo atrapaba en un verso un mito fecundo: para hacerse un hombre de verdad, y vivir como tal en el mundo, hay que salir del amor primero si no huyendo, tratando de reencontrar su forma de nido, de tarántula o de Yocasta en otras mujeres; para hacerse una mujer de verdad habrá que pasar por el peaje del Complejo de Edipo, a lo sumo encontrar un hombre que sea como una madre. A un hombre y una mujer de verdad, el mito los representa en movimiento, a la madre, en cambio, sedentaria, un punto fijo al que se puede retornar, pero que nunca se escabulle de su sitio. En el tango pedalea en una máquina Singer, se desloma ante un piletón de ropa o estruja un delantal humedecido por sus lágrimas mientras el hijo la va matando a disgustos con la puntualidad de una canilla que gotea. Quien mejor encarnó el mito fue doña Berta Gardés, la madre de Carlitos Gardel. La idishe mame �ya lo han demostrado los humoristas� puede ser irlandesa, italoamericana, luxemburguesa o esquimal, pero siempre se parecerá al personaje del chiste: un hijo se pone una de las dos corbatas que la madre le regaló. Ella lo ve y le dice �Qué, ¿la otra no te gustó?�.
Doña Berta y la idishe mame son longsellers.
Alguien pensará que estos arquetipos han caducado, pero no es así. Simplemente la idishe mame y las doñas Bertas antiguas usaban como coacción el chantaje afectivo, el sacrificio como factura a pagar por tiempo indeterminado mientras que las de hoy utilizan formas más sutiles de coacción. Por ejemplo pueden proponerse como agentes y cómplices de la libertad del hijo. La idishe mame no comentará nada sobre la corbata que el hijo no eligió: se la colocará en el cuello a la nuera, luego de irrumpir en el cuarto donde su hijo hace el amor con aquélla. Hoy es probable que un militante gay siga usando máscara en el Día del Orgullo, no para que no lo reconozca su madre sino porque su madre está detrás de él con una pancarta. Esa misma madre conservará algo de la idishe mame anterior: querrá que su hijo sea el mejor militante gay, por lo menos que se saque el premio anual de la revista NX. Doña Berta utilizará los servicios de un laverrap y levantará sus autoestima en un grupo de autoayuda. Si el hijo es el equivalente del penado 14, formará parte de una organización de familiares en defensa de los derechos de los presos y, si insiste en quedarse todo el día en la catrera, le administrará Prozac. 
A pesar de los avisos que homologan madre a ama de casa y recomiendan como regalo para hoy todas las variables de electrodomésticos en lugar de, por ejemplo, un perfume sexy o un pasaje �uno solo� a Río de Janeiro, la verdadera novedad del 2000 es la legitimización de la madre deseosa. El verso de Lezama necesitaría un correctivo: �deseoso es el que huye de su madre/deseosa es la madre que huye con él pero en dirección contraria�.

 

 

opinion
Por Ana María Shua *

La Abnegada

Durante siglos se ha elogiado, es decir, se ha exigido, la abnegación como característica de las Madres. La abnegación implica una negación de la propia personalidad, una renuncia a las propias apetencias y deseos, para entregarse a satisfacer las necesidades de otros: los hijos y por extensión, el hogar. La Madre aparece como columna sustentadora de ese recinto, refugio, nido en la que los hijos (en particular los hijos varones) y el marido encuentran protección contra los males y dolores de este mundo. La Madre Abnegada, en un correcto olvido de sí misma, renuncia a su sexualidad, a sus ambiciones personales, a sus posibles talentos para el mundo externo y se dedica enteramente a su familia. Eso sí: se le permite probar lo que cocina, de modo que con los años termina por ser una señora gordita, un poco desaliñada, con las manos ásperas, pero capaces de las más suaves caricias y un vago olor a lavandina. 
La Madre Abnegada es poderosa: la deuda que se contrae con ella es impagable y de por vida. Su amplio pecho abnegado da cobijo y consuelo, pero los hijos son culpables de cada una de las arrugas que ningún cirujano plástico ha de borrar. A la Madre Abnegada los hijos no le pueden dar más que disgustos, porque no hay compensación posible para tanta autonegación. Si en algún momento a lo largo de la vida han llegado a brindarle alguna alegría, esa sensación ha sido inmediatamente olvidada y relegada. Lo importante son los disgustos y una vasta literatura no sólo en el tango sino también en la poesía y el cuento popular de todos los tiempos se dedica a señalarlos y describirlos.
Frente a la Madre Abnegada, la de nuestros libros de lectura, ese modelo que durante tanto tiempo ha imperado en la sociedad, las madres de hoy nos sentimos un poco angustiadas, vagamente culpables, le envidiamos su poder sobre los hijos, a los que no comparte con el padre, esa absoluta perfección que la pone por encima de toda crítica posible. Falibles, mundanas, maquilladas, a dieta, capaces de ganar dinero, pero no de cuidar a nuestros enfermos, a nuestros ancianos, las madres de hoy nos sentimos siempre a punto de perder el título. Por eso en esta celebración tan solemne, quisiera desearles felicidades a todas las madres que se las rebuscan, en suma, a todas las madres como yo. ¡Muy feliz día para la Madre que hace lo que puede! 

* Escritora.

 

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