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DE LA CUMBRE QUE NO FUE A LA QUE PUEDe SER A PARTIR DE HOY EN EGIPTO
Dos pesimistas unidos por el optimista de siempre

En la cumbre de Sharm el Sheij de hoy, palestinos e israelíes reunidos por el mediador norteamericano buscarán el fin de la violencia. Pero los analistas insisten en que un acuerdo más definitivo no estuvo lejos en Camp David.

Por Julian Borger
Desde Washington

t.gif (862 bytes)  A pesar de toda la sangre derramada en las últimas semanas, la peor tragedia sigue siendo que todo podía evitarse. Negociadores en todos los campos, en el norteamericano, y aun en el palestino y el israelí, coinciden en que un acuerdo hubiera sido posible. En la mesa de negociaciones de Camp David en julio se habían alcanzado acuerdos de principio sobre cuestiones fundamentales. El Estado Palestino iba a existir, finalmente, y su territorio iba a comprender más del 90 por ciento de la Franja de Gaza y de Cisjordania. Las colonias judías iban a ser consolidadas en los enclaves preexistentes.
Por supuesto, estaba el problema de Jerusalén. No iba a ser fácil encontrar la solución a esta cuestión en unos días de reclusión en una casaquinta del estado norteamericano de Maryland, que es en definitiva lo que era Camp David. Pero lo sorprendente es que los negociadores estuvieron muy, muy cerca.
Los palestinos quieren establecer la capital de su nuevo estado en Jerusalén. Como la ciudad es el tercer lugar más sagrado del Islam, la cuestión es de suprema importancia para todo el mundo árabe en su conjunto. En los últimos días de Camp David, las negociaciones se acercaron bastante a la posición palestina. Pero Arafat se mostró incapaz de reaccionar con entusiasmo a cualquier cosa que estuviera por debajo de la capitalización de Jerusalén Este, lo que provocó primero la frustración y después la furia de israelíes y norteamericanos.
¿Por qué el líder palestino se abstuvo de cualquier compromiso? Arafat es una figura inescrutable, pero todos los que aseguran conocerlo bien dicen que está obsesionado con cómo será recordado en la historia. Está aterrorizado con que los analistas lo inscriban en la lista de los traidores a la causa árabe, como lo hicieron con Anwar Sadat, que firmó el último tratado de Camp David entre Israel y Egipto en 1978. Otros aseguran que líderes árabes muy absolutistas sobre el tema de Jerusalén, particularmente los de El Cairo y Riad, lo contuvieron. El método de trabajo de Camp David tampoco ayudó, en el que no se sabía si lo que estaba sobre la mesa eran borradores definitivos o simples puntos de partida para nuevas discusiones.
Lo máximo que los israelíes estuvieron preparados a poner (en público) sobre la mesa era la soberanía palestina sobre algunos de los suburbios exteriores de Jerusalén Este, autonomía local en algunos barrios interiores y autonomía religiosa combinada con el derecho a instalar la bandera palestina en Haram al-Sharif, el Monte del Templo para los judíos, pero también santuario musulmán. Estas propuestas de Barak quedaban muy por debajo de las demandas de Arafat, pero marcaron un salto cualitativo con respecto de todas las posiciones israelíes anteriores. Desde la Guerra de los Seis Días en 1967, la soberanía sobre Jerusalén había sido tratada siempre como no negociable por los líderes israelíes.
Otras propuestas fueron formuladas entonces por Estados Unidos en Camp David y en los meses que siguieron. Una de ellas involucraba una soberanía compartida, o partida al nivel del suelo. Los palestinos tendrían el control de la superficie de piedra del Haram al-Sharif, mientras que los israelíes controlarían el arqueológicamente rico Monte del Templo, que está debajo. Otra propuesta colocaba los lugares sagrados de la ciudad bajo alguna forma de control internacional, probablemente de la ONU. Si Arafat no respondió a estas ideas, fue porque temía que fueran dejadas de lado, una vez que él hubiera hecho concesiones sobre otros puntos, en especial el de los refugiados palestinos.
Las dudas de Arafat dieron el pie al líder ultraderechista israelí Ariel Sharon, “halcón” del Likud, para provocar una confrontación directa sobrela soberanía de Jerusalén, antes de que el diálogo pudiera reiniciarse. Y fue precisamente la provocación de Sharon del pasado jueves 28 de setiembre en la explanada de las mezquitas lo que causó la ola de violencia y represión a la que se le intenta poner un freno en la cumbre de hoy en Sharm el Sheij en Egipto.
Pero la mayor barrera que impide el traspaso de Cisjordania al control palestino fue la presencia de 200.000 colonos judíos que habían establecido sus comunidades allí. Incluyen a algunos de los más nacionalistas y radicales de los grupos nacionalistas judíos. Muchos vinieron de Estados Unidos con la misión de repoblar las tierras bíblicas. Cualquier intento por expulsarlos llevaría inevitablemente a la violencia, y significaría un enorme precio político para cualquier gobierno israelí que intentara implementar un tratado de paz.
Una solución parecía consistir en la redistribución de los colonos. Más del 80 por ciento de ellos vive en menos del 8 por ciento de Cisjordania, en los suburbios de alta densidad que rodean Jerusalén. De acuerdo con lo discutido en Camp David, los colonos serían concentrados en ese 8 por ciento, y el 92 por ciento de Cisjordania, junto con la Franja de Gaza, sería el nuevo Estado Palestino.

De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

Las piedras en los zapatos

Jean Daniel *.
La política interior

Los motivos de la crisis y de un eventual fracaso de las negociaciones se encuentran en la conjunción de varias causas. Pero todas pueden resumirse en dos observaciones dominantes. La primera es que el proceso de paz estaba a punto de concluir y que, al mismo tiempo, nunca las fuerzas hostiles al proceso, tanto del lado israelí como palestino, habían recibido tanto aliento de cada campo por razones de política interior. Resulta clarísimo que Ariel Sharon quiso poner término al proceso de paz, tal como el asesino de Rabin había conseguido hacerlo algunos años antes.
Todavía es mucho más claro que palestinos hostiles a los acuerdos de Camp David vieron aumentar sus efectivos, su audiencia y sus medios. Ello a causa de los éxitos del Hezbollah y la creciente impopularidad de Arafat, a causa también de su incapacidad de obtener de los israelíes los gestos simbólicamente fuertes como la disminución de las escandalosas implantaciones de los colonos en el corazón de los territorios liberados, la protección militar de esas colonias o la liberación de cientos de prisioneros. Los extremistas palestinos hicieron circular el rumor en el mundo árabe que Arafat estaba cediendo a propósito de Jerusalén. Bastó para despertar la adormecida solidaridad panárabe.

* Director del semanario francés Le Nouvel Observateur.

Elias Sanbar *.
La dimensión
afectiva

Jerusalén es uno de los temas más explosivos de las negociaciones entre palestinos e israelíes. Pero no el único. Me parece que la cuestión de los refugiados es igualmente importante, incluso si no tiene la misma dimensión mitológica. Dicho esto, miremos las cosas de frente: es sobre todo cuando se opta a ultranza por la confusión que el problema de Jerusalén –obviamente hablo aquí de Jerusalén este– parece inextricable. La dimensión afectiva, emocional, se vuelve menos pesada cuando se intenta un enfoque racional. Me explico: Jerusalén es una ciudad excepcional, pero no es únicamente un problema político. Propongo entonces que se plantee un principio simple: la dimensión afectiva no puede ser objeto de negociaciones. Además, ¿quién es capaz de negociar el apego de una comunidad a su ciudad o a su tierra? ¿A qué medidas es acaso preciso recurrir para medir los afectos y las pasiones? Por esta razón me opongo a la división de Jerusalén y soy favorable a que se comparta. Una ciudad, dos capitales. Una ciudad abierta donde cada cual podrá ir y venir a su antojo. No subestimo la dificultad de la empresa, pero toda solución que pase por el nacimiento de un muro de Berlín está destinada al fracaso.

* Director de la revista Estudios Palestinos.

 

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