| Por Pablo Plotkin
Es mejor olvidarse de toda la historia previa, de Ry Cooder (el guitarrista estadounidense que los exportó de Cuba) y de Wim Wenders (que dirigió el film Buena Vista Social Club) e intentar volver a un estado de inocencia para ver en vivo a Compay Segundo. Es difícil en un teatro Gran Rex repleto y vestido de gala, con un espectáculo adaptado a los cánones de exportación. Mejor sería estar en un club de danzón de La Habana, es cierto, pero vale la pena desconectarse del entorno y concentrarse en las canciones del trovador, al borde de cumplir 93 años. Al principio, el número habitual en sus apariciones escénicas: se abre el telón, la banda toca una melodía triunfal, y Compay se corporiza desde un costado, bailando, sonriendo y saludando al público en su traje impecable y su sombrero blanco. Es una rutina, al igual que lo que viene después: “Estoy muy contento de estar aquí”, dice, “porque de chico yo era fanático de tres cantantes argentinos: Carlos Gardel, Libertad Lamarque y el trío Irusta–Fugazot–Demare. Con ellos aprendí a cantar”.
En su segunda visita a Buenos Aires, Compay tocó durante una hora y media sin ánimos de pedir la toalla, a pesar de que sus intervenciones vocales empiezan a flaquear más allá de la hora (en ese sentido, su relación sobre el escenario con el resto de la banda remite al modo en que los compañeros de equipo trataban a Menem cuando jugaba al fútbol). En vivo, sus mejores momentos son como guitarrista: el primer tema de la noche, “La bella cubana de Guay”, un clásico instrumental del siglo XIX, es una manera perfecta de empezar un concierto de música tradicional cubana. La atmósfera está creada, y aunque por momentos se desdibuje con las coreográficas monerías for export del excelente dúo de clarinetistas (Rafael Inciarte y Haskell Armenteros), lo que prevalece son los sones.
“Vamos a cantarle a mi primera novia”, avisó Compay antes de “Macusa”, que le dio lugar a un punteo de guitarra de pura belleza tropical. Luego “Mi linda guajira”, “Beso discreto” y “Sarandanga”, tres clásicos del repertorio del anciano. Hugo Garzón Barbagallo funciona como primera voz. Con un registro mucho más alto, les da un fondo sólido a las intervenciones de la garganta profunda y seca de Compay. Aprovecharon la ocasión para adelantar un tema del próximo disco, que se terminó de grabar recientemente en un estudio de Málaga. La canción se llama “Las flores de la vida” y, según contó el autor sobre el escenario, compuso la letra en Alemania, la melodía en La Habana y la introducción en el avión que lo llevaba al Vaticano. Un retrato de la vida en el 2000 de un hombre que hasta los 90 años pasó los días y las noches como un trovador apenas conocido en los sótanos de la isla.
“Como para que vean que en Argentina nos sentimos como ustedes los argentinos...”, empezó a decir Compay antes de los compases de vals y la versión caribeña de “El día que me quieras”. Después, un “changüí” de Guantánamo, el hit “Chan Chan”, la presentación de la orquesta completa (Salvador Repilado en contrabajo, Benito Suárez en guitarra, Rosendo Nardo en clarinete bajo y Rafael Fournier y Basilio Repilado en percusión) y el amague de abandonar el escenario. El público se puso de pie para aplaudir, Compay sonrió con una leve mueca de cansancio, y dio marcha atrás cuando estaba por pasar a bambalinas. “¡De Cuba, del mundo... Compay Segundo!”, vociferó Hugo Garzón antes de iniciar “Guantanamera”. Como para que el público cantara y el espectáculo terminase bien arriba: compromisos inevitables del show bizz. Que son poco, en verdad, comparados con la posibilidad de ver a Compay de pie sobre el escenario. Próximamente, en ese mismo teatro, estarán actuando otros pesos pesados del género: Ibrahim Ferrer, Rubén González y Omara Portuondo.
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