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Por Mario Wainfeld

Más de lo mismo

Los diputados de la Alianza funcionaron como un bloque. Dieron quórum, negociaron con los partidos provinciales, consiguieron que se votaran dos leyes (Antievasión y Emergencia económica) y media sanción a una (Infraestructura), esenciales para el oficialismo.
La discusión acerca del Presupuesto está más encarrilada de lo que parece. Economía tiene disposición para negociar �en términos más razonables� la eliminación del subsidio a los combustibles patagónicos (acaso diferenciando el gasoil de las naftas y reduciendo en menor medida el subsidio al consumo doméstico). Los diputados oficialistas, tanto radicales como frepasistas, parecen ser el grupo político más interesado en poner en acto la defensa de la gobernabilidad.
La Corte Suprema, demostrando que su esencia no es el menemismo sino el oficialismo, convalidó el recorte salarial a los estatales, una medida de muy dudosa legalidad y nula legitimidad.
Esos tres triunfos de José Luis Machinea se acompasan con el crecimiento político y mediático de la figura en la que el Presidente y su entorno más íntimo cifran más esperanzas a futuro. Se trata del jefe de Gabinete Chrystian Colombo, quien ha tomado un rol que había quedado vacante por el alejamiento, primero espiritual y luego institucional, de Carlos �Chacho� Alvarez: el de adalid público de las posiciones del Gobierno. Colombo está convencido de que la debilidad política oficial es hija de sus internas, que le restan tiempo para ocuparse de atender cuestiones concretas de gestión, �temas�, como le gusta decir. Rumia bronca contra el ex presidente Raúl Alfonsín, a quien salió a cruzar públicamente hace diez días y a quien culpa de tener una visión arcaica de la economía. Lo asocia en su pensamiento con Eduardo Duhalde, quien �según argumentó en público� dejó una provincia en quiebra y se permite ser fiscal de los otros. �Los peronistas nos cantan falta envido con un siete�, más grita que comenta ante sus íntimos y prodiga su convicción de que el oficialismo tiene en sus manos la llave para salir de su encierro que es gestionar más y discutir menos política. En el despacho de Colombo (y en el del Presidente) se computan como éxitos las reuniones del sucesor �y en muchísimos aspectos la contracara� de Rodolfo Terragno con gobernadores y diputados. Y el propio jefe de Gabinete juzga como un logro �y un símbolo de su estilo� su intercambio de propuestas con el diputado frepasista y �rebelde� Enrique �Quique� Martínez. 
El valor de esos porotos puede discutirse, pero es indisputable que son tantos a favor del Gobierno. Y no pocos. Eso da la medida de lo grave que es su situación, pues esta semana, como viene siendo rutina desde hace al menos dos meses, el score final volvió a ser fatal para el oficialismo, que no consigue reactivar la economía, yerra en la política, licua la imagen presidencial y consigue el extraño milagro de estar cada vez peor, se lo mida como se lo mida.

Machinea, firme como el peso

En el gabinete no consideran serios los rumores que surcaron la City y los pasillos del Ejecutivo y el Congreso. Machinea está firme, nadie en el Gobierno le serrucha el piso, nadie quiere cambiarlo.
En tiendas cercanas al ministro de Economía se piensa parecido. Ricardo López Murphy siempre está precalentando en el banco de suplentes pero �aunque los Machi boys no lo digan textualmente así por razones obvias� sería más de lo mismo. La receta aplicada, discurren muchos en el Gobierno y en sus suburbios, es única.
Lo que parece increíble, a la luz de sus cometidos. Tres objetivos básicos se proponía �según suelen exponer sus integrantes� la gestión Machinea: buscar el equilibrio fiscal, mejorar la competitividad de la economía y restaurar no la justicia social (vade retro), pero sí cierta equidad para las víctimas más flagrantes del �modelo� (la tercera parte de los argentinos, pobre más, indigente menos).
El camino que eligió el converso Machinea fue bien ortodoxo, es decir, etapista; jugar todas sus fichas al equilibrio fiscal, en la creencia de que ésa sería la llave de un círculo virtuoso que desembocaría en el crecimiento de la competitividad y en un Estado más poderoso y más idóneo para reparar injusticias flagrantes. Se equivocó de medio a medio. Como dijo inmejorablemente ayer en este diario Julio Nudler, �cuando en los primeros tramos de su gestión subió impuestos no pensó que ese incremento se autoanularía al provocar una caída en la actividad económica, dando como resultado, por lo tanto, una menor recaudación y el hundimiento en un pantano deflacionario. Aunque luego debió reconocer su error, ese traspié no cambió su patrón de pensamiento. (...) El Presupuesto 2001 demuestra que a Economía le gusta que los números cierren en el papel en lugar de apostar a un mayor desequilibrio teórico como estímulo para la reactivación�. 
Los errores de la política económica no son sólo económicos. De los tres mentados objetivos, el primero, prioritario para Hacienda, es el que menos votos trae, el que menos voluntades erotiza, el que no suscita apoyos traducibles en la lógica electoral y de consensos propia de la democracia. El mecanicismo etapista propio del pensamiento liberal naufraga en la economía y es piantovotos en política.
Su producto más ostensible no es el círculo virtuoso de equilibrio, crecimiento y distribución (que, contra los pronósticos de los émulos de Adam Smith, algún hado nefasto niega a la Argentina desde hace diez años) sino una sensación colectiva de bronca y tristeza. El equipo Machinea la registra y se sabe colocado a plazo fijo, acaso hasta que comience el otoño, sujeto a que el fueguito de la economía se avive un poco. Pero no se siente jaqueado en lo inmediato por falta de alternativas. Quizás esa lectura sea tan ilusoria y estática como el diagnóstico que sostiene contra viento y marea.

Un mercado en expansión

Dos ofertas alternativas florecen, cada vez menos silenciosamente, en el reducido pero vivaracho mercado de ministeriables de Economía. La primera, la que está más a mano, es dividir la cartera. Tras cartón, rescatar a López Murphy de su exilio castrense, convocarlo como ministro de Hacienda y crear un Ministerio de la Producción �o algo así� a cargo de Colombo. Este proyecto es aún impreciso pero surge cada vez que se habla con alguien del entorno más cercano al Presidente. Los dos supuestos beneficiarios niegan enérgicamente haber sido interesados al efecto. Y añaden �con razón que les reconocen los propios ocupantes actuales de Economía� que acompañan y apoyan la gestión de Machinea. Pero la idea esta ahí, flotando en el aire.
La otra alternativa alude a un cambio mayor, dentro de un menguado menú de opciones. Es jugarse a un neodesarrollismo que vuelva a poner el crecimiento como primer paso hacia el equilibrio. Una apuesta a cierta heterodoxia fiscal, que tendría como puntapié inicial la reducción de impuestos. Esa jugada tiene una ventaja ostensible y un riesgo temible. La ventaja ostensible es que se conjuga con cierto estado de ánimo general y con la imprecisa ideología económica de la mayoría de los políticos argentinos, incluidos muchos aliancistas y el propio Presidente.
El riesgo letal es que, por lo que se dice, ese producto tiene un solo vendedor posible: Domingo Felipe Cavallo. Y su eventual presencia dispararía dos problemas, al menos. El primero sería una fenomenal resistencia política dentro de las huestes de la Alianza, con buena parte del radicalismo y Alfonsín a la cabeza.
El otro, aún más potente, es que llamado a dar un giro de timón Cavallo no sería un ministro más, sino un coprotagonista de primer nivel, ávido de robar cámara y de exigir algo bastante similar a la suma del poder público.Convocar a Cavallo sería, entonces, poner en riesgo la Alianza y resignar buena parte del poder.
El párrafo anterior fue explicado por varios protagonistas del Gobierno minimizando la entidad de los rumores que atravesaron la City en esta semana. Es razonable y sensato. Pero tal vez no registra que, en buena medida, el infierno no es el futuro sino el presente. La Alianza está en terapia intensiva y el poder del gobierno es una vela en consunción. Lo que convierte �la solución Cavallo� �que antes del invierno hubiera sido una quimera� en un escenario sumamente riesgoso pero posible. Algo parecido a un manotazo de ahogado se dirá con razón..., pero cabe reconocer que tal cosa puede acontecer en medio de un naufragio.

Cuadro de situación

Es que es difícil exagerar la anemia política del Gobierno. La Alianza pende de un hilo, por demás finito. Ni radicales ni frepasistas quieren darle el tiro del final, por razones ostensibles de gobernabilidad y de imagen. Pero se han activado sus fuerzas centrífugas, los odios internos se excitan, el alejamiento a paso firme de Alvarez algún rebote producirá en su tropa.
La Alianza puede desbaratarse por el aleteo de un colibrí. Así y todo, es la única posibilidad tangible de gobernabilidad que conserva De la Rúa. Las teorías que imaginan pactos futuros (o aun ya existentes) con el menemismo parecen contradecir dos datos de la realidad. El primero es que no es sencillo conseguir intercambios equitativos si se negocia con el menemismo. El segundo es que �puesto a alinear gobernadores, senadores, diputados, es decir, los poderes institucionales con los que se articula la gobernabilidad democrática� Carlos Menem es pobre de solemnidad. El peronismo realmente existente no es un partido nacional con un liderazgo claro, sino una confederación de gobernadores muy difícil de aunar.
El Gobierno no debe atribuirle al azar ni a los dioses haberse precipitado a una situación tan endeble en un puñado de meses, sino a errores propios: un pésimo manejo del equilibrio interno de la coalición, una sucesión asombrosa de torpezas presidenciales, una intransigencia acaso demasiado veloz del vice. 
La comedia de enredos vinculada al jefe de la SIDE se ha prolongado en estos días con una renuncia de Fernando de Santibañes que el Presidente, tal cual como hace con la realidad, no termina de aceptar. Prolonga así la vigencia de una situación que lo debilita a él, complica día a día la situación de su amigo y genera enconos y desconciertos en el interior de la Alianza. En suma, una nueva cuenta en el collar de los desaciertos en que viene incurriendo De la Rúa. Con un patrón común: dila-
tar las decisiones, negar la gravedad de los problemas y confundir autoridad con 
tozudez.
Las conducciones económica y política del Gobierno coinciden en algo: han dilapidado buena parte de su capital simbólico inicial, han cometido errores visibles y sólo parecen dispuestos a ensayar más de lo mismo.


 

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