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panorama politico
Por J.M. Pasquini Durán

Brechas

De acuerdo con los directivos de la Unión de Organizaciones de Base por los Derechos Sociales (UOBDS), que se fundó hace ocho años en Córdoba y agrupa a ochenta comisiones vecinales de barrios marginales, �todo sistema tiene un espacio, una brecha�. Dicen más: �No hay ningún sistema de círculo completo y es en esa brecha donde nosotros construimos, tratamos de encontrar un camino, una vuelta para convencernos de que somos útiles� (La Masa, oct./2000). Una atinada reflexión que deberían escuchar los políticos y gobernantes que no aciertan a encontrar ninguna salida útil al círculo vicioso de los �mercados�, esa entelequia con la que pretenden explicar sus propias claudicaciones en la lucha contra los infortunios económicos que asuelan a los argentinos. 
Los que aportan justificativos a esa atención reverente de los políticos apoyan sus argumentos en que los mercados votan todos los días mientras que los ciudadanos lo hacen cada dos años. Esa reducción de la democracia al ritual electoral podría tomarse en consideración si fuera cierto que el pueblo se expresa sólo por intermedio de las urnas, pero no es así. Además de las encuestas que a diario recaudan opiniones, entre otras manifestaciones válidas habría que contar a las peticiones, y aun a los conflictos, que expresan los anhelos y reivindicaciones del movimiento social. En las últimas líneas de Miseria de la filosofía, Carlos Marx, viejo pero no inútil, escribió: �No digan que el movimiento social excluye el movimiento político. No existe movimiento político que no sea social al mismo tiempo�. Esta, igual que todas las buenas ideas, permite diversas inferencias, pero en este caso importa anotar que la indiferencia o el rechazo sobre el movimiento social, en contraste con la desmesurada atención sobre los �mercados�, es, ante todo, un acto político, una decisión de la voluntad de quienes pueden hacer esas decisiones.
Están obligados, comentan otros explicadores, porque la sociedad está quieta y desconfía de todos. Lo de quieta es un término cuestionable mediante el simple trámite de compilar las noticias publicadas sobre la demanda social. Es lo que hizo el Observatorio Social de América Latina, editado por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) en una cronología que abarcó diez países de esta región durante el primer cuatrimestre de 2000. De enero a abril en Argentina, cuando las expectativas en el nuevo gobierno estaban flamantes, con datos de tres diarios, el recuento cita conflictos en las siguientes provincias: Buenos Aires, Capital Federal, Catamarca, Córdoba, Corrientes, Chaco, Jujuy, La Pampa, Misiones, Neuquén, Salta, San Luis, Santa Fe, Santa Cruz, Santiago del Estero y Tierra del Fuego, sin contar con los actos, paros y marchas realizados por la CGT disidente y la CTA. En casi todas las provincias mencionadas, en el mismo período, registraron más de una movilización, en la que participaron trabajadores estatales (nacionales, provinciales y municipales), docentes, desocupados, albañiles, camioneros, judiciales, rurales, aeronáuticos, metalúrgicos, mecánicos, ferroviarios, médicos, enfermeras, gastronómicos, periodistas, azucareros, peones de taxi y propietarios de colectivos. Podría agregarse a la nómina la actividad de alrededor de 400 organizaciones de base y aun así la recopilación estaría incompleta. En los meses siguientes, a medida que el gobierno sancionaba medidas antipopulares, esas demandas fueron en aumento.
Quieta, como se ve, la sociedad no está. Hay que reconocer, sin embargo, que la opinión conservadora todavía es más fuerte. Y lo será mientras pueda agregar a su propio peso específico la brecha, cada vez mayor, entre la política y los ciudadanos. Esta desvinculación acorta el trecho de la demanda social porque la �despolitiza�, con lo cual le impide construir un liderazgo que vincule sus reivindicaciones concretas con la lucha por el poder y le otorgue una dirección única y trascendente a la insatisfacciónpopular fragmentada. La derecha opera en el espacio vacío, ahí donde se quiebra el círculo virtuoso de la democracia, que debería cerrarse con la buena relación entre el pueblo y sus representantes. Un emergente típico de esta clase de procesos es el itinerario del ministro José Luis Machinea. Llegó al cargo como candidato promedio, el menos malo para conservadores y progresistas de la Alianza, aunque sin conformar del todo a ninguno. Apenas instalado decidió que el país dependía del crédito externo, o sea del visto bueno del capital financiero, para eludir la cesación de pagos y, a partir de ahí, siguió la ruta trazada por sus antecesores del menemismo, con el visto bueno del binomio presidencial.
Como era de esperar, dados los antecedentes, sus pasos sucesivos ignoraron la angustia social y las esperanzas de sus votantes para enviar señales apaciguadoras a los �mercados�, esa especie de altar pagano que reclama sacrificios humanos con voracidad insaciable. Atemorizado, como la mayoría de los políticos, por los �golpes de mercado� que usaron la hiperinflación para tumbar a la administración de Alfonsín, de la que Machinea formó parte, bajó el programa electoral de la Alianza y levantó las recetas del Fondo Monetario Internacional (FMI), esto es lo contrario de lo que habían votado nueve millones de ciudadanos. La recesión y el desempleo, provocados por el mismo �modelo�, no encontraron respuestas positivas. A medida que se generalizaba el descontento, debido a que los nuevos sacrificios no apuntaban en una dirección esperanzadora, aumentaban las tensiones políticas en la coalición de gobierno hasta que se hicieron insoportables.
La renuncia de Chacho Alvarez sacudió el tablero oficial, pero tanto sus argumentos como sus efectos se quedaron en el umbral de la economía, otra vez para no irritar a los �mercados� ni abrirles más espacio a los conservadores. Así, el presidente De la Rúa tuvo que desprenderse del principal bastonero del pensamiento ortodoxo de los neoliberales, Fernando de Santibañes, pero quedó instalado entre la decepción popular y la recesión continua. En esa condición de debilidad, los �mercados� encontraron la brecha adecuada para instalar una campaña enérgica en procura de los objetivos que De Santibañes no había logrado: quebrar la Alianza con el Frepaso y sustituir al �promedio�, que hace menos de lo mismo, por un conservador sin fisuras que haga más de lo mismo.
Fue entonces que reapareció, en la cresta de esa campaña, el inefable Domingo Cavallo, quien volvió a presentarse en sociedad como el representante imprescindible de los poderes económicos. Ya no era el ex ministro de Menem o el candidato histérico que perdió en la Ciudad de Buenos Aires, sino el prudente tutor de la economía, la única vara posible para juzgar a la dirección de los negocios públicos, ofreciéndose como punto de convergencia para el �mercado� de la concentración económica, el FMI, los conservadores antialiancistas y la resignación popular. No se trata de un economista en busca de trabajo, sino de la encarnación de un proyecto político de la derecha que busca apropiarse de la Casa Rosada por la puerta trasera, ya que no consiguieron los votos para acceder por la puerta principal. Ese proyecto requiere la ruptura de la Alianza para �jibarizar� el Poder Ejecutivo al tamaño de una minoría radical, cuya derrota electoral el próximo año sería equivalente a la de Alfonsín en 1987.
Los opositores a semejante proyecto respondieron hasta ahora con fervorosas adhesiones a Machinea, pero eso no alcanza para contrarrestar las presiones que lo sacuden mientras la ciudadanía siga disconforme con una economía pública que no tiene horizonte, ni siquiera luz al final del túnel. Una respuesta adecuada exige más que un presupuesto retocado o reafirmaciones de autoridad, porque tratándose de un proyecto político hay que replicar desde la decisión política. Por ejemplo, ampliando las bases de la Alianza para cerrar la brecha del círculo virtuoso o viendo en elconflicto social, en lugar de un obstáculo, un incentivo y hasta un argumento para realizar cambios verdaderos, en vez de intercambiar figuritas que no resuelven ninguna crisis, sólo la postergan.
A los gobernadores peronistas una restauración conservadora les abriría más lugar para discursos populistas o demagógicos y les augura triunfos electorales a corto y mediano plazo. De la Rúa, por pertenecer al centroderecha, está siempre expuesto a la tentación, aunque por ahora no tenga vocación suicida. Alfonsín no está en fuerza, como no lo estuvo desde el gobierno, para desbaratar los golpes de mercado. Todo aumenta la responsabilidad de Chacho Alvarez, como jefe del Frepaso y la mayor expresión en la actual administración del progresismo social. En estos momentos, aún tiene el prestigio público que le otorgó el gesto de su renuncia por motivos de asco moral, un sentimiento que comparte la mayoría popular. Pero ése es un capital que no dura para siempre, sobre todo si no interviene con la audacia y la inteligencia con que supo construir su camino hacia el sitio que ocupa. La prudencia crítica para no debilitar al Presidente no impone el ayuno propositivo, porque la crisis es indivisible por etapas, ahora la ética y después la justicia social.
Alvarez reconoce una realidad: la sociedad ya no cabe entera en el tamaño de los partidos y tampoco de una coalición interpartidaria. Es preciso coordinar las múltiples acciones de las organizaciones intermedias y de base, dándoles un sentido común y político, para que la suma de voluntades alcance la presión suficiente sobre el poder para influir en la toma de decisiones. Al mismo tiempo, la responsabilidad que aceptó al formar Alianza y llegar al gobierno, lo obliga a consolidar la propia fuerza partidaria como eje de esa proyección más amplia, entre otras razones porque deberá defender el voto popular de hace un año y competir para colocar candidatos en los comicios del 2001. El tiempo escasea y abundan las urgencias, pero así son las actuales reglas del juego. Tendrá que elegir entre ser profeta o líder y estadista, mientras el pueblo espera con creciente impaciencia.


 

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