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PAGINA/12 PRESENTA DESDE MAÑANA LA COLECCION �BUENA VISTA SOCIAL CLUB� 
La música que barrió con todos los bloqueos

Se trata de cuatro CD�s con deliciosas canciones de Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Omara Portuondo y Rubén González, entre otros. Desde �Chan Chan� hasta �El cuarto de Tula�, la colección pasa revista por hits y piezas de culto, que acercan el oído a un fenómeno que llegó al mundo entero.

La colección abre mañana con un disco de canciones de Compay Segundo, cuya compra opcional es de 6 pesos.

Por Fernando D�Addario

t.gif (862 bytes) Un disco, una película, un puñado de viejitos entrañables (el orden puede, perfectamente, invertirse), bastaron para que el mundo descubriera qué pasaba musicalmente en Cuba antes de que las canciones se convirtieran en un producto de exportación revolucionaria. A partir de Buena Vista Social Club, Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Elíades Ochoa, Rubén González, Omara Portuondo, Pío Leyva y Manuel �Puntillita� Licea, entre otros, se transformaron en la imagen pública de esa Cuba que parece �renovarse� en la inmortalidad de sus sones, sus guarachas, sus guaguancós. Página/12 ofrecerá a partir de mañana, y en los próximos tres domingos, una serie de cuatro cd�s que incluirán lo más representativo de esta camada de artistas, bajo el nombre �Buena Vista Social Club (Son de Cuba)�. Cada disco, que acompañará la edición habitual del diario, tendrá un valor de compra opcional de 6 pesos.
El primer cd está dedicado exclusivamente a Compay Segundo, en tanto los restantes constituyen un popurrí de clásicos, interpretados por un auténtico seleccionado del Buena Vista. De Compay se ofrecen 20 deliciosas versiones de viejas canciones, propias y ajenas: algunas devenidas famosas, otras rescatadas como perlitas en un trabajo de arqueología artística que se ahoga en la naturalidad de esa voz cargada de sabiduría popular. Está el hit �Chan Chan�, uno de los temas que ayudó a disparar el éxito del disco Buena Vista..., y están también otros clásicos, como �El cuarto de Tula� y canciones menos conocidas, y no por ello menos interesantes, como �La ternera� y �Será cuando tu digas�. Se trata de un repaso de una hora para una carrera de setenta años, que hasta hace poco, permanecía confinada al recuerdo y al disfrute de unos pocos amigos y vecinos de Compay. Francisco Repilado Muñoz (ése es su verdadero nombre) aparece también en los otros discos, recuperado de archivos que permanecieron inconsultos durante años. La vieja trova, la melancolía festiva de los guajiros que inundaban musicalmente a Santiago de Cuba, están representadas aquí, con un Compay que hace uso de sus recursos expresivos, del tres, del armónico, cantando solo, con �Sus muchachos� o como �Segundo� (de ahí su apodo, nacido en tiempos del dúo Los Compadres). Puede asegurarse, sin que esto vaya en menoscabo de la anterior �embajada� de artistas que recorrieron el mundo (léase Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, etc.), que la resurrección comercial de Compay y Cía. permite al oyente toparse con una música �puramente� cubana, si es que se puede hablar de purismos en un país que históricamente ha funcionado como una esponja cultural, y que se transformó en una zona de tráfico de influencias, africanas (por la llegada de esclavos y por los encuentros cercanos con el jazz) e hispanas (desde España y desde México). De hecho, lo mejor de Silvio Rodríguez le debe más a la juglaresca mediterránea y al folk de Bob Dylan que a las raíces afro de la isla, mientras que la irrupción de estos músicos tan queribles como talentosos, recupera, hacia afuera, una imagen �tardía, es cierto� más cercana a la tradición popular cubana. 
El segundo cd de esta colección que edita Página/12 se abre como un mosaico de ritmos, sonidos y colores cubanos, un abanico que es subsidiario de la versatilidad que imponen los músicos de la isla. Más de uno se sorprenderá al escuchar el son �Chan Chan� cantado a dúo por Compay y Pablo Milanés (que en el cuarto volumen interpretan juntos �Huellas del pasado�), en una grabación de 1990, es decir, previa al boom; o con la frescura de Ferrer interpretando �Todavía me queda voz� (con el grupo Los Bocucos, en donde estuvo desde 1958 hasta 1990), o ese complemento de virtuosismo romántico que componen, cuando se juntan, Omara Portuondo y Rubén González (en la excelente �La última noche�). También ofrece la fuerza de Puntillita Licea en �A toda Cuba le gusta� y la pícara simpatía de Elíades Ochoa en �Al vaivén de mi carreta�, entre otros hallazgos. Los discos continúan el plan de rastreo por los sonidos regionales que le dan cédula de identidad a Cuba, mucho antes de que la salsa se patentaracomercialmente en Nueva York a través del sello Fania. Así, aparecen sucesivamente gemas de costumbrismo guajiro (�Pare cochero�, por Pío Leyva con Gloria Matancera), la acentuación bolerística de Portuondo en el clásico �Quizás, quizás�, la riqueza rítmica que muestran los Afro-Cuban All Stars con Félix Baloy, la exhibición del piano de González en �Feliz chachachá� y otras generosidades musicales con acento cubano: Raúl Planas haciendo el bolero-son �A mi manera� (no el clásico inmortalizado por Presley y Sinatra), o hallazgos de inéditos en cd en la Argentina, como la �Nueva Guajira�, con González acompañado por la orquesta Egrem (el sello oficial cubano) en 1969. Del brillante pianista también se puede apreciar su participación en �descargas� (un equivalente a las jam session de los jazzeros) ejecutadas libremente sobre un tumbao.
La legitimación de estas músicas, a partir de los Grammy para el disco original, de innumerables distinciones para el film Buena Vista Social Club de Wim Wenders (aunque su enfoque ideológico sea discutible y su visión �americanizada� del fenómeno haya sido criticada) y de la avalancha de contratos y ofertas que tentaron a la diáspora del �equipo�, admite también otras miradas. El contexto político, y la intención oficial, en La Habana, de mostrar una postal más �amable� de la revolución, podrían sugerir que esta movida exportadora de sones y guarachas responde a una estrategia. Y lo más probable es que responda más a las circunstancias de esta época que a una planificación burocrática. El éxito de los Ibrahim Ferrer, Rubén González y demás (por otra parte, muy bien vendidos por la multinacional Warner) sintetiza a una Cuba que se despega sigilosamente de su épica revolucionaria, sin renegar de ella. Más bien, retrata a una revolución envejecida pero digna, que se abre al mundo mostrando una faceta legendaria desde lo cotidiano y, en consecuencia, aceptable tanto para los neoyorquinos más exquisitos que concurren al Carnegie Hall como para los europeos ávidos de agite caribeño y los latinoamericanos que siguen apostando al progresismo. 
En definitiva, la clave de todo esto parece estar en la frase de González, todavía sorprendido por las giras y las alabanzas: �No sé lo que ha pasado: yo he tocado así toda la vida�.

 

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