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Por Mario Wainfeld

Las huellas del Gatopardo

La economía del país está estancada desde hace años. El desempleo aumenta. La recaudación impositiva cae a pico, lo que es parcialmente producto de la incompetencia sazonada de corrupción de los organismos respectivos, pero mucho más de la falta de actividad. Pese a todos estos datos, el ministro de Economía porfía en seguir aplicando el programa que sostiene desde que asumió. El oficialismo está dividido por una fuerte interna y acusa a la oposición de manifestarse en forma salvaje. Lo cierto es que los opositores no son mancos ni carentes de ambición, pero que las internas y la falta de resultados son �de lejos� las principales causas de la entropía oficialista. La oposición �pese a cargar en su mochila con el descrédito de su anterior gestión en el gobierno� va generando dos o tres referentes políticos cuya credibilidad �como en un sube y baja� crece raudamente en proporción inversa a la del oficialismo, en especial la del Presidente, que atesoró una ponderación social altísima y ahora es pararrayos de malas ondas y desprestigio.
Adivine el lector a qué nos venimos refiriendo. Tiene treinta segundos.
¿Dijo el gobierno de Fernando de la Rúa? Adivinó la mitad. La descripción también alude a la segunda presidencia de Carlos Menem.
Sería exagerado decir que nada ha cambiado, aparte de la coalición que ocupa la Rosada. Pero sí puede afirmarse que existe una situación estructural que la transición del peronismo a la Alianza no cambió, casi no despeinó: un patético desempeño gubernamental que deprime y crispa a la sociedad y no le mueve el amperímetro a una economía inerte. Eso no quiere decir que Menem sea exactamente lo mismo que De la Rúa y José Luis Machinea, un calco de Roque Fernández. Pero sus trayectorias se dejan contar como un continuo.
Un dato adicional redondea el análisis y a veces hasta distrae de ver las vigas maestras de lo que ocurre: en medio de la parálisis económica el sistema político argentino tiene un nivel de creatividad, cambio, trueques, movidas altísimo. Se arman y se desarman coaliciones más rápido de lo que se cierran maxikioscos y pymes (y ya es mucho decir). Los libros de pases de los dirigentes (a otras fuerzas, a otros territorios, ahora del partido al movimiento) están abiertos aún más que los de los torneos de AFA. La mayoría de los competidores se lanza a la arena mediática a producir cambios de bando, renuncias, �confesiones sinceras� (el llanto, aun el viril no está para nada excluido), escenas familiares aderezadas con pronunciamientos de fondo. Y cien etcéteras. La frenética búsqueda del titular explosivo hace que el lenguaje tenga un tono entre exagerado, descortés y trágico francamente desproporcionado a las diferencias programáticas y propositivas que, por lo común, son imperceptibles para quien carece de lupa.
Los relatos de época parecen telenovelas con primeros personajes que se enojan, riñen, se reconcilian, se ofenden siempre de cara a los que los miran zappeando por TV. Parecen hacerlo distraídos de �o resignados a� la inerte realidad cotidiana de la mayoría de los argentinos, sumidos en un pantano de malaria, falta de laburo y de autoestima. Un mundo gris como la teoría, comparado con el multicolor juego político. 
Si se cede a la tentación de hacer abstracción de lo principal, si se olvida lo estructural, la anécdota pasa, de ser una ilustración de la historia, a parecer su motor. Cada reunión deviene un cosmos, un aleph que todo lo contiene, una génesis que alumbra una creación, o un apocalipsis. La historia argentina se tomó añares para explicar qué arguyeron en Yatasto Belgrano y San Martín. Y sigue debatiéndose en ensayos y estudios (y hasta en algún cuento de Jorge Luis Borges) qué trama urdieron en Guayaquil nuestro Libertador y Simón Bolívar. Pero en una dinámica hiperkinética e hiperinterpretada (en parte por los analistas y el público, pero principalmente por los propios protagonistas) cualquier cafétomado entre dos políticos pasa a ser algo fundacional. Y, a fuer de profecía sobrevalorada y autocumplida, funciona así. 
Esta semana, ya se sabe, �el mundo cambió�, porque Raúl Alfonsín intercambió un cafecito y cortesías musitadas sin ninguna convicción con Domingo �Ave Fénix� Cavallo.

De causas y efectos

La susodicha reunión engruesa la nómina de aquellas cuya mise en scène excluye la foto, un modo novedoso de llamar la atención y connotar el significado en un mundo plagado de encuentros �para la foto�. No se trata de ocultar un diálogo, cometido facilísimo si las dos partes están dispuestas e imposible si uno defecciona. Por el contrario �como ocurrió en la cena De la Rúa-Carlos �Chacho� Alvarez, posrenuncia�, la ausencia de testimonio gráfico es un modo novedoso de inducir lecturas.
La más desventurada de ellas sería inferir que el blanqueo vertiginoso de Cavallo es consecuencia de ese encuentro cuando ocurre prolijamente al revés. La decadencia del Gobierno, la división de la Alianza y el fracaso de Machinea reavivan las cenizas del Ave Fénix. Alfonsín no crea la realidad. Apenas, a su modo �que incluye, por qué negarlo, una tendencia a sobrevalorar y por ende sobreproducir los gestos democráticos� la reconoce.
El crecimiento de Cavallo es función de que la gestión Machinea juega tiempo de descuento (negarlo es tan poco serio como determinar su medida exacta) y la coalición gobernante está coqueteando con la disolución. Será la evolución de esas variables las que sellen el futuro cercano de Cavallo cuyas chances de llegar al gobierno son directamente proporcionales a que todo �esto es, la consunción del Gobierno y el empantanamiento de su gestión económica� se prolongue más o menos como ahora por un puñado de meses. Si se mantiene el declive iniciado hace cosa de un trimestre, magra o nula barrera serán bolillas negras a Cavallo como la que intentó (a costa de recibir un severo sosegate presidencial) el ministro del Interior, Federico Storani. 
El oficialismo niega su actual división con igual entusiasmo con el que intentó velar la pelea entre el Presidente y su ex vice. Todo indica que será con igual éxito. Está claro que radicales y frepasistas han visto el abismo demasiado cerca y que tratan de evitar caer en él. A eso apuntan las incorporaciones de Nilda Garré, Marcos Makón y Enrique Martínez al gabinete. Y la más que sistémica y convencida actuación de los diputados Darío Alessandro y Rafael Pascual haciendo funcionar como tal al bloque oficialista de diputados. Pero la fuerza centrífuga del conflicto es mucha y es bien posible que todos estos gestos �que derivan de voluntades reales� no alcancen. 
El alejamiento de Carlos �Chacho� Alvarez a un poco precisado movimiento social, nombre que parece designar a un espacio de campaña electoral permanente, no sólo despierta suspicacias y ansiedad en los radicales, aun aquellos que le prodigan buenas ondas. Quienes lo conocen desde naranjo manejan un cuadro de situación que un frepasista de la primera hora definió así: �Chacho se fue del Gobierno y aunque lo diga a medias se está yendo de la Alianza y del Frepaso�. Lo que augura un creciente abismo entre las obligaciones de un partido de gobierno y un movimiento de opinión de base crítica y juvenil. Integrar un partido de gobierno, Alvarez lo sabe y encarnó, implica defender políticas poco seductoras. Un mix de responsabilidad y sapofagia del que Chacho abdicó y que irá marcando una distancia difícil de zanjar entre él y quienes son sus compañeros de partido. De facto, el liderazgo del Frepaso viene quedando en manos de Alessandro, pero será necesaria una reorganización mayor para poder resolver el enigma (¿el oxímoron?) de un partido oficialista integrante de un movimiento de tono opositor. Por ahora, lo que hanbrotado son algunos debates internos y ciertos conflictos entre los frepasistas que quedaron haciendo gestión en el Ejecutivo, muchos de los cuales se sienten patrullas perdidas en la selva. Los recelos y temores que insinúa hoy Aníbal Ibarra de cara a la decisión de Alvarez (ver páginas 2 y 3) son una �calificada� punta de un iceberg que se avecina al barco del Gobierno.
Un gobierno que no pudo enderezar su rumbo con las módicas propuestas de principio de semana de Machinea que fueron fagocitadas en horas por los mercados, la marea de la economía mundial y la rentrée de Cavallo. Un gobierno que �volvamos al principio� recuerda a su modo al Gatopardo. La política sigue produciendo fuegos de artificio, pero sucumbe a la hora de mitigar en algo la creciente carga que es, para la inmensa mayoría de los argentinos, el duro oficio de vivir.

 
La camiseta liberal

Las discusiones ideológicas locales suelen adolecer de cierta pereza conceptual, a menudo encubridora de intereses. Sólo la ignorancia o la mala fe pueden describir el retorno de Domingo Cavallo a las ligas mayores de la economía como el triunfo de una ortodoxia liberal que el ex superministro menemista jamás practicó. Vaya un párrafo de dos economistas de primer nivel para describir su máxima gesta, el Plan de Convertibilidad: 
�(...) Fue una estrategia maximalista. En una apuesta arriesgada que recordaba a la del desarrollismo de Frondizi de 30 años atrás, no menos que a las ya centenarias audacias del gobierno de Juárez Celman, Cavallo había especulado con que el salto de la inversión se financiaría a sí mismo. Más importante que preocuparse por el déficit comercial relacionado a la inversión era garantizar que el producto creciera rápido, porque pari passu aumentaría la productividad, que era todo lo que necesitaba para que en el futuro pudieran pagarse, con mayores exportaciones, las deudas así contraídas. El aumento del gasto público podía justificarse, entonces, como un instrumento para apresurar ese crecimiento. Las políticas de incentivos fiscales a las exportaciones también tenían un efecto estimulante, aunque con el reaseguro de fomentar una �expansión hacia afuera� que tenía un impacto directo sobre la balanza comercial�.
El texto, claro por donde se lo mire, pertenece al libro El ciclo de la ilusión al desencanto de Pablo Gerchunoff (jefe de asesores y usual vocero de José Luis Machinea) y Lucas Llach, recientemente reeditado por Ariel.
Bien leído describe un dato esencial. Cavallo fue �puesto en función de gobierno� un heterodoxo que, en pos de sus objetivos, se ne fregó de la vulgata liberal. Y como tal, vuelve a posicionarse proponiendo reactivar el consumo como paso previo (y no final) del equilibrio fiscal. Una audacia conceptual que los miembros del equipo Machinea conocen y �como se ve� han descripto bien y hasta con cierto tufillo de entusiasmo. Sin embargo, puestos en función, no han osado ninguna hetederoxia (ésa u otras). Y van desagiando su capital simbólico apegados a una lógica de libro que a esta altura parece �si se quiere exagerar� un suicidio en cuenta gotas. O, si se prefiere ser futbolero y psicologista, una vocación extraña de perder el partido sin ni siquiera ponerse la propia camiseta. 


 

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