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| Por Julián Gorodischer “Parece que abrí una puerta al pasado”, dice Mónica (Courteney Cox Arquette) cuando descubre que Ross (David Schwimmer) y Rachel (Jennifer Aniston) se están besando a escondidas. Ellos tuvieron un romance hace tiempo y quieren revivirlo en una noche. “No me van a robar mi fiesta”, se queja la prometida, siempre perturbada por ser el centro. La proximidad de una boda dirige la mirada de todos hacia atrás: mejor es buscar refugio en el pasado. De allí que Rachel intente de nuevo con una vieja relación, o que Joey se disfrace de un chico de 19 para conseguir trabajo, o que Phoebe (Lisa Kudrow) sea tan inoportuna con su guitarra –con la cual llega a cantarle a la impotencia de Chandler– como lo sería una nena. Es mejor hacer de cuenta que el tiempo no pasó: el futuro no promete nada interesante. Con la llegada de nuevas parejas podría desunirse aún más el grupo, tal vez, o declararse el adiós a las tardes en el “Central Perk”. Pero un friend nunca caería en algo tan trivial como los “planteos profundos”. En su reemplazo están siempre a mano las bromas y las peleas. Mejor discutir sobre quién falló a quién en la fiesta de los 16 que pensar en el matrimonio que se está gestando. Mejor volver atrás y reincidir en una pareja imposible (como se proponen Ross y Rachel) que tomar conciencia de que a nadie le ha salido nada demasiado bien hasta ahora. El gran riesgo del nuevo “Friends” es apartarse del sello “la amistad como regla” (con defraudaciones incluidas) para contar la vida conyugal de una pareja. Es evidente que Chandler y Mónica se destacarán del resto por la novedad que representa verlos convivir. Pero el aplomo del “marido” no se lleva bien con un Chandler demasiado solemne y la histeria de la “mujer casada” le queda chica a la compleja neurosis que siempre se hizo carne en Mónica. Una crónica de pareja no es lo que un friendsaholic quiere ver, porque si algo convirtió a esta serie en el éxito más resonante de la TV estadounidense es su calce perfecto para la identificación. “Todos somos ‘Friends’”, podrían repetir los antihéroes del mundo y pensarían en los eventos esperados que fallan (como la fiesta de compromiso de Mónica), o en esas amistades que viven haciéndose planteos sobre lo que pasó desde los 10 años. “Tengo 31 y no estoy ni un poquito cerca del matrimonio”, dramatiza Rachel sobre el final. “¿Ven estas manos?”, señala Ross, a quien se las elogiaron por sensuales. “Ahora van a ser para mí solo”. Allí está la esencia del ciclo, en esa inacabable vocación de fracasados. En ese futuro marido (Chandler) que a la hora de los hechos no logra inspirarse. Y en la charla que todos mantienen unos minutos después (en el bar o en el departamento de Mónica) donde no hay consejos ni lamentaciones. Solamente un pacto: pase lo que pase, hay que seguir jugando.
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