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ESTRENOS DE LA SEMANA

�EL ASADITO�, INUSUAL EXPERIENCIA DE GUSTAVO POSTIGLIONE
Ocho rosarinos en torno a la parilla

El director filmó durante 24 horas horas a un grupo de amigos en torno a una parrilla, para rumiar quejas típicas del argentino promedio.

La pelopincho apenas si sirve para enfriar un poco los ánimos.
Fútbol, autos y mujeres son los temas de estos hombres solos.

Por Luciano Monteagudo

t.gif (862 bytes) La experiencia de El asadito, tercer largometraje del rosarino Gustavo Postiglione, es sin duda atípica. Hace un par de años, al director se le ocurrió reunir durante 24 horas a un grupo de amigos alrededor de unas achuras y unas botellas de vino y filmar ese encuentro a partir de algo tan tenue como un borrador de guión, apenas un cañamazo que le permitiera a sus actores �en su mayoría profesionales, aunque desconocidos en Buenos Aires� dar rienda suelta a sus personajes e improvisar buena parte de sus diálogos. La consigna era que la cámara �16mm, película blanco y negro� pasara inadvertida en esa terraza gris de Rosario, casi como si no estuviera presente entre esos ocho hombres solos, dispuestos a desgranar sus rencores, miserias y confesiones. El resultado final es, quizá, menos sorprendente y más convencional de lo que prometía la propuesta original, inspirada sin duda en el cine de John Cassavetes.
�11.15 AM, 30 de diciembre de 1999, terraza de Tito�, informa un cartel inicial. Se podría inferir cierta intención apocalíptica en esa fecha, pero el transcurso posterior de El asadito desmentirá, afortunadamente, cualquier tremendismo. Lo que habrá en esa reunión de cuarentones tristes y desencantados con la vida y con la ciudad en que les tocó vivir será, en todo caso, una catarsis menor, un pequeño concierto de quejas, lamentos y reproches, que comienzan a medida que van llegando los invitados de Tito y no tardan en cuestionar su destreza como asador. 
En esa primera instancia, El asadito orquesta con bastante precisión su material, organizando dúos simultáneos entre los distintos personajes. Están los dos amigos que hablan obsesivamente de historietas, películas y series de televisión, retándose a ver quién recuerda más nombres y títulos, en un regreso sin escalas a la adolescencia. Están los que hablan de autos y de guita, porque una cosa no puede dejar de traer la otra. Y está también el que, ante un improvisado reportaje frente a una cámara de video, se dedica a discursear, por supuesto, sobre las mujeres: �Es la paradoja: no podemos vivir sin las minas; no podemos vivir con las minas. ¿Cómo se zafa? Yo creo que no se zafa�, razona, mientras el sol y el vino empiezan a hacer su efecto. 
Más adelante habrá discusiones sobre Menotti y Bilardo, música y política, y hasta sobre la sexualidad de Luis Miguel y Brad Pitt, pero lo que irá perdiendo la película en su trabajoso transcurso es su curva de crecimiento dramático. Es claro que de un film concebido con los márgenes de libertad con que se hizo El asadito no se debe esperar una estructura cerrada, perfecta, porque se supone que contra esas ataduras se rebela precisamente una película de este tipo. Pero las mesetas son demasiado frecuentes en el film de Postiglione, al punto que cuando de pronto se produce un estallido dramático (el intento de suicidio de uno de los personajes) parece algo intempestivo, un recurso forzado, fuera de lugar, sobre todo considerando que luego la reunión sigue su cauce casi normal, hasta que a alguien, ya en la madrugada siguiente, se le ocurre jugar, previsiblemente, al viejo juego de verdad-consecuencia. En este sentido, se diría que El asadito pretende ser una crónica del lugar común, pero que nunca alcanza del todo a trascenderlo. A esa limitación contribuye, sin duda, el naturalismo de las actuaciones, un naturalismo en un sentido lato, sin demasiados matices que permitan ir creando diferencias entre los distintos personajes, sumidos en un círculo vicioso que es un poco el de la película misma, atrapada en su propio discurso, en su propia trampa.

 


 

�CHICOS RICOS�, una rareza de MARIANO GALPERIN
Haciendo el amor en la cocina

Por Martín Pérez

Hace ya algunos años, hubo una cantante local que supo revalidar sus quince minutos de fama radiales con un tema que �dentro de los códigos de comienzos de la década del �80� sonaba como algo zafado. ¿Su nombre? �Haciendo el amor en la cocina�. Los tiempos han cambiado, y ya nadie se escandalizaría demasiado ante semejante estribillo. Y mucho menos lo harían dos de los protagonistas de Chicos ricos, que efectivamente hacen el amor en la cocina �saltando desnudos sobre la mesada y dándose palmadas en las nalgas� para regocijo de los espectadores y �por qué no- también de los responsables de este film que se presenta como �un policial de sesgo erótico�. 
El sesgo erótico de una producción de bajo presupuesto como Chicos ricos está dado, principalmente, por la presencia de Victoria Onetto, cuya desparpajera desnudez la catapulta directamente a exigir el trono de heredera de la nunca olvidada Isabel Sarli. Lo policial, mientras tanto, descansa en la trama que justifica las sucesivas exhibiciones �nunca tantas, realmente� saludablemente impudorosas de la Onetto. Su personaje es el de Marisol, una de las dos prostitutas de lujo convocadas por los exitosos Andy (Pepe Monje) y Tomás (Iván González), un dúo de publicistas que envía a sus mujeres de vacaciones y llaman a sus chicas y a su dealer para festejar su enésimo premio. 
Cuando parece que todo está listo para el desenfrenado festejo, la casa es tomada por asalto por dos ladrones, que se verán obligados a pasar la noche a punta de pistola con sus asaltados cuando un patrullero �sin siquiera imaginar lo que sucede dentro� se estaciona en la puerta de entrada a dejar correr las horas de su turno nocturno. De esta manera, la exhibición de miserias y nervios de poderosos y ladrones (respectivamente) es la materia prima con la que se construye la estancada trama de Chicos ricos, un film que �con la excusa del bajo presupuesto� toma también al público como rehén de sus carencias narrativas y su vaga puesta en escena. Sostenido en gran medida por gags desparramados aquí y allá �algunos más logrados que otros (se destacan los protagonizados por los policías interpretados por Luis Ziembrowsky y Sebastián Borensztein)�, Chicos ricos ni siquiera intenta ser el film desvergonzadamente erótico que pide a gritos la desnudez de la Onetto, para quedarse rápidamente atrapado en la persecución de unas supuestas buenas intenciones. ¿Cuáles son? Las de denunciar que la miseria suele estar más del lado de los chicos ricos del título que del de los armados ladrones que salen a buscar a punta de pistola lo que necesitan. Claro que con eso no alcanza para hacer una buena película, y Chicos ricos decididamente no lo es. Sin ritmo, sin demasiadas sorpresas y sin ideas, más allá de la síntesis de su argumento (y los desnudos de la Onetto y la no-desnudez de Deborah de Corral), la pregunta final que se les podría hacer a sus autores es la similar a la que hacen los ladrones cuando descubren la enésima miseria de sus supuestas víctimas: �¿Ustedes viven (filman) siempre así?�.

 


 

�ENAMORADOS DE LO AJENO�, COMEDIA POP BRITANICA
Estafadores con aires de Robin Hood

Por M. P.

Los chicos son lindos y encantadores. La chica también. Además de lindos y encantadores, los chicos son dos estafadores. Sus estafados son gente a la que le importa tanto su dinero (perdido) que pierden también todo sentido del humor. Y también las formas. A los estafadores �a los chicos� también les importa mucho su dinero (estafado), pero ellos no dejan de tener ingenio, chispa y de ser �si es necesario� buenos perdedores. Se consideran a sí mismos Robin Hood de fin de siglo: roban a los ricos para darles su dinero a los pobres. O sea, a ellos mismos. La chica no está tan segura de eso, pero igual se suma al proyecto. En parte porque no está muy a gusto con el destino que la vida le tiene reservado, y en parte �claro�, porque para tener éxito una película simpática con dos chicos simpáticos necesita algo más para completar su encanto. Ergo, la chica. 
Ambientada en un Londres tan moderno como para que se pueda armar una estafa vendiendo computadoras capaces de hablar, pero tan retro como para que Burt Bacharach siga estando de moda, Enamorados de los ajeno forma parte de la serie de comedias pop inglesas color pastel desatada por Cuatro bodas y un funeral hasta que la mierda llegó literalmente al cuello con el éxito de Trainspotting. Más cerca de la comedia pop del Disney estilo Cupido Motorizado �pero dejando la moral burguesa de lado (al menos por un rato)� que de la mugre cínica que supo recordar The Acid House, Enamorados... cuenta la historia de dos simpáticos estafadores de poca monta. Almas gemelas nacidas a ambos lados del Atlántico �uno en los Estados Unidos, otro en Inglaterra�, los dos protagonistas (suerte de �Dos tipos audaces� de fin de siglo) son huérfanos que han unido sus talentos para enriquecerse y comprar una gran mansión en la que podrán olvidar las privaciones de su infancia. 
Tan ligera como una bebida gaseosa, y rápidamente tan inútil como la misma bebida sin el gas, Enamorados... es dinámica pero previsible, explosiva pero inofensiva, rebelde, infantil. Apoyada en el encanto de la relación entre sus tres protagonistas, el film del británico Schwartz presenta a Dan Futterman (Pescador de ilusiones y La jaula de las locas) como el norteamericano canchero del dúo masculino, y a Stuart Townsend (Wonderland) como el cerebro inglés y enamoradizo. La chica, mientras tanto, es Kate Beckinsale, que paseó su belleza por Los últimos días de la disco, de Whit Stillman y aquí enamora a los enamorados de lo ajeno con su encanto tan ingenuo y pop.

 


 

Un diablo como para firmar cualquier pacto de sangre

�Al diablo con el diablo� confirma al director Harold Ramis como un maestro en el arte de las comedias disparatadas pero entretenidas.

Elizabeth Hurley se le aparece así al pobre Brendan Fraser.
�¡Quiero tener a esa chica!�, exclama el heredero de Fausto.

Por Horacio Bernades 

�My soul, my soul... Eso parece tan importante para vos... ¿Quién sos, James Brown?�, lo cacha el Diablo al pobre de Elliot Richards, que ha cometido el mismo error que suelen cometer sus semejantes, de Fausto para acá: invocar una fuerza que no puede dominar. Elliot es el grandote Brendan Fraser, reducido hasta ahora a papeles de bonachón tirando a atontado, quien tiene aquí ocasión de desplegar, de modo deslumbrante, una vasta galería de personalidades. El Diablo es la inglesa Liz Hurley, ex de Hugh Grant y reciente �carnera� durante una huelga de actores en Hollywood. Hurley aparece como candidata ideal para el papel: no es cálida ni simpática, pero sí lindísima. La comedia que los une se llama Bedazzled (algo así como �deslumbrado�), se conoce aquí con el título Al diablo con el diablo, y, como la Hurley, no está nada mal. 
Rubro, comedia; subespecie: fábula fantástica, debería aclarar la etiquetita, debajo del título Bedazzled. Título que conoció una primera versión, dirigida, allá por los 60, por Stanley Donen, el de Cantando bajo la lluvia y otras gemas. Allí, el papel de Fraser lo hacía Dudley Moore. El pequeñín recibe una rara forma de homenaje aquí, ya que Dudley es el nombre de uno de los cancerberos deHurley. En su presentación, esta Satanás aparece metida dentro de un vestido escarlata que apenas le deja espacio para respirar. Junto a una mesa de billar y armada de bola y fálico taco, le lanza al bobalicón de Elliot las más directas indirectas. �¡Quiero tener a esa chica!�, había exclamado el tipo, de quien sus compañeros de trabajo huyen y las chicas también.
�¡Quiero tener a esa chica!�, pidió Elliot, y allí está la Dama de Rojo para complacerlo, otorgándole siete deseos. Claro que en el contrato, en letra chica, dice algo sobre entregar el alma a cambio... pero ya es tarde para recular. Como su ilustrísimo antecedente (no la película de Donen, sino el libro de Goethe), Al diablo... es una fábula de culpa y castigo. Aquí, en lugar de alquimista, hay un gilazo. Lewisiano, basta que Elliot pretenda ser amable, sosteniendo la puerta para que pase una dama, para que detrás de ella vengan legiones de oficinistas apurados y lo dejen de seña. En verdad, Elliot no es cualquier gilazo. De ser así, sería una fábula cruel, y no lo es. Elliot pertenece a una clase casi inhallable: el gilazo-plomo-y-confianzudo, uno que vive haciendo bromas tontas y pesadas a sus compañeros. 
Como la Bedazzled original, esas siete ocasiones le dan al guión la facilidad de organizar la cosa en sketches, todos siguiendo un mismo esquema. Elliot pide algo y el Diablo se lo concede. Pero así como le da, le quita. El Elliot rico y poderoso resultará ser un narco colombiano,cornudo para más datos; el sofisticado y mundano será gay y se quedará con las ganas; el bueno y querible tendrá una mujer que se le irá con el primer forzudo, y así sucesivamente. Como los deseos de Elliot, el esquema tiene sus pro y sus contra. La desventaja más notoria es la de todo film en episodios: algunos son mejores que otros. A medio camino entre el facilismo de su anterior Analízame y la complejidad trágica de Hechizo del tiempo, Harold Ramis se confirma, en Al diablo... como uno de los más atendibles especialistas en comedias, hoy en día en Hollywood.

 

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