Por Horacio Cecchi
La presencia de doce policías
de refuerzo prenunciaba la decisión de los jueces. Pero el fallo
absolutorio del médico Hugo Salazar del Risco, acusado de armar
una bomba que en octubre del 98 destrozó a Jorge Brítez,
de 11 años, tomó por sorpresa a todos. No sólo en
la sala de audiencias del Tribunal Oral 1. También golpeó
al pueblo de El Alcázar y provocó comentarios suspicaces
en Posadas. Llegó incluso a desubicar al abogado defensor del acusado,
que en su alegato había dado por sentada la condena social de su
cliente. La decisión fue tan controvertida y contradictoria que
dos de los jueces encontraron inocente a Salazar, y el tercero lo condenó
a prisión perpetua. Para cuando la presidenta del tribunal, Demetria
González de Canteros, promediaba la lectura del fallo, alguien
del público no pudo contenerse y gritó ¡Asesino!.
A partir de ese momento, los doce policías quedaron desbordados.
Los familiares se abalanzaron sobre el médico y Salazar del Risco
no pudo disfrutar de su sonrisa: de un puñetazo le cerraron un
ojo y, semidesvanecido y sostenido por dos policías, se perdió
en una combi en busca del anonimato.
El juicio oral y público por la muerte del Pelado Brítez
y las graves heridas sufridas por su compañero Maximiliano Piris
se inició el pasado lunes 13. A lo largo de siete días,
la fiscal Mabel Picazo de Chemes, y los abogados Miguel Angel Bareiro,
Horacio Noguera y Héctor Medina por el lado civil, presentaron
pruebas contundentes que apuntaban a la culpabilidad del médico
Salazar del Risco.
El lunes pasado se llegó a la instancia definitiva: la prueba de
los nudos en una línea de nylon, que sujetaban un ladrillo colocado
sobre la tapa de la caja donde se ubicó el explosivo. Otro nylon
partía del ladrillo y avanzaba hacia el portón de la casa
del acusado, supuestamente para jalar y provocar un estallido sin víctimas.
Dos peritos determinaron que eran sumamente complejos de realizar y los
identificaron como nudos de cirujano, argumentación principal de
la parte acusadora. La defensa, por su lado, intentó demostrar
que aquellos nudos los podía atar cualquiera. Pareció quedar
probado aquel día que las ataduras provenían de la mano
de un cirujano, como lo es Hugo Salazar.
Pero además la fiscal aportó otros elementos: Aquél
es el detonante, le dijo Salazar al médico Víctor
Valenzuela, señalando un canuto de birome destrozado, minutos después
del estallido. La fiscal se preguntaba cómo fue que Salazar sabía
ese dato cuando aún no habían llegado los peritos. También
fue incorporada la declaración de la mujer del médico, Gladys
Wergin, a la radio local FM Express, describiendo el tipo de maletín
donde se había colocado la bomba, incluyendo sus colores (rojo
y blanco) y que en El Alcázar semejante caja no se conseguía.
Tampoco habían llegado los peritos y, después se comprobó,
lo que dijo era curiosamente cierto.
Salazar tiene impulsos agresivos, destructivos, difíciles
de manejar, sostuvo una perito psicóloga. Se incorporó
también una escucha telefónica en la que Gladys preguntaba
a su marido si podía dormir tranquilo y aseguraba que ella no:
había dicho algo importante (la descripción de la caja)
que no sabía cómo corregir.
Con todas esas pruebas, ayer, en el octavo y último día
de debate, la fiscal presentó su alegato haciendo gala de haber
estudiado minuciosamente el caso: llevó un símil inofensivo
de la bomba y lo hizo estallar en plena sala. Después pidió
perpetua. El defensor, José Mass, abrió su alegato y el
paraguas: Salazar ya está condenado socialmente, dijo
antes de pedir por su inocencia.
Pero la sorpresa llegó después. A las 13.30, la jueza González
de Canteros inició la lectura del fallo. Ella y el juez Angel de
Jesús Cardozo votaron por la inocencia, haciendo uso del beneficio
de la duda. Para Roque González, dudas no hubo: se volcó
por la perpetua.
Me sorprendió el fallo, aseguró Picazo a Página/12.
Entendí en todo momento que la prueba presentada fue contundente.
A lo largo del debate se fueron despejando las dudas y abriendo el camino
de la certeza. Lo másdoloroso es que los familiares esperaban un
poco de tranquilidad. Por el momento, la sorpresa no me permite pensar.
Yo sigo convencida de que Salazar es el culpable y trataré de apelar
la decisión. Espero recibir los fundamentos para analizar la posibilidad
de si se trató de un fallo motivado.
Salazar del Risco salió sonriente y libre. Dos miembros del servicio
penitenciario lo custodiaban. El médico sólo tuvo tiempo
de sostener la sonrisa dos pasos. Después, un puño apareció
de golpe, cerró su ojo izquierdo y lo tumbó. No cayó
al piso porque los guaridas lo sostuvieron. En medio de gritos de ¡Asesino!,
insultos a los jueces y llantos, incluyendo de algunos periodistas presentes,
el caso de El Alcázar se cerró sin encontrar culpable por
la muerte del Pelado.
Los ecos en El Alcázar
El Alcázar se pierde en la espesura de la selva misionera.
Es un típico pueblo de hacheros. De sus 4 mil habitantes,
sólo 1500 permanecen como población estable. El resto
se sumerge durante meses en el monte para talar árboles.
Las calles son de tierra y piedra. El teléfono es un lujo
y los diarios apenas si llegan: una vecina mantuvo durante años
el hobby de coleccionarlos. El transporte común es la bicicleta,
el tractor y los camiones que transportan madera. Prácticamente
todo el pueblo vive de la industria maderera, además del
aporte de alguna plantación yerbatera. Se agregan algunos
autos y chatas desvencijadas. Hasta que ocurrió lo de la
bomba, el Peugeot 405 GL de Hugo Salazar del Risco era uno de los
más flamantes. Ese auto y su casa, una mansión frente
a los ranchos que la rodeaban, se destacaron siempre sobre el resto.
A partir del estallido, Peugeot y mansión pasaron de nombre.
En el entorno de los Brítez tienen una explicación
concreta: la demanda civil que iniciaron, y que ayer recibió
su epitafio, sumaba 600 mil pesos, una suma incalculable en la historia
del pueblo. A ella había que agregar los 302 mil reclamados
por los padres de Maximiliano Piris, que hoy no tienen dinero para
pagar el viaje de su hijo a El Dorado, la ciudad más próxima
donde el chiquito debería seguir el necesario tratamiento
psicológico.
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JORGE
BRITEZ, EL PADRE DE JORGE
Esto es increíble
Por
H.C.
A Jorge Brítez
ya lo recorría un vago pero oscuro presentimiento, días
antes de escuchar el fallo absolutorio de quien él y todo el pueblo
de El Alcázar sigue considerando como asesino de su hijo, el
Pelado Jorgito. El lunes, apenas concluyó la primera audiencia,
Brítez criticó públicamente a uno de los vocales
del Tribunal, Angel de Jesús Cardozo, por considerarlo favorable
a Salazar del Risco.
Ya se sabía reconoció Brítez a este diario,
a poco de haber terminado el juicio. Es un juez que no es juez sino
abogado. Durante siete días, desde el lunes pasado, Brítez
vio pasar delante de sus ojos todos los detalles de la muerte de su hijo.
Todos anclados en su memoria, después de rumiarlos cada uno de
los días de los dos largos años pasados desde que ocurrió
el estallido. Pero sus presentimientos no lo habían preparado para
el impacto recibido el octavo día del juicio. Es increíble,
es increíble, repite todo el tiempo. Apenas escuchó
el falló, gritó, insultó, lloró, y apenas
tuvo a su alcance al médico Salazar del Risco, se abalanzó
sobre él. No fue el único. Esto no puede quedar así
dijo después. Esto hay que moverlo. No nos vamos a
quedar con los brazos cruzados. Estamos en contacto permanente con la
hermana Pelloni, con la Multisectorial, con los Derechos Humanos. Vamos
a organizar una marcha acá, en el pueblo.
Ayer, las calles de tierra roja y piedra de El Alcázar no eran
las mismas de siempre. Se nota que todos están tristes,
describió Pachi Yede, una vecina. Estamos indignados, desde
los más chicos hasta los más viejos ¿En quién
van a confiar nuestros hijos? ¿Qué les vamos a decir ahora?.
Otros, los menos, con incertidumbre y una ingenua imagen de la Justicia
se preguntaban: Si los jueces dijeron que Salazar no es el culpable,
¿quién es entonces? ¿Anda suelto?
Allá va el Piris, dijo otro vecino y señaló
hacia la calle donde Maximiliano Piris, el amigo del Pelado,
la otra víctima del estallido, pedaleaba con lágrimas sobre
su bicicleta.
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