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PANORAMA POLITICO
Por J.M. Pasquini Durán

Personas

Los 55 millones de habitantes de Turquía se distribuyen en un territorio poco menor que el litoral argentino, mientras que Bulgaria, con nueve millones de pobladores, es un poco más grande que Catamarca. Ambos países, cercanos a los Balcanes de la guerra del Golfo, serían los remotos causantes de “la complicada situación financiera de Argentina, aunque parezca mentira”, según el secretario de Planificación Económica y Regional, Miguel Bein, del equipo de Machinea. Vendría a ser otra consecuencia negativa de la economía mundialista (o globalizada). En Arkansas (EE.UU.), del tamaño de Santa Fe, tiene su casa matriz la empresa mundialista “Wall-Mart”, la misma que aportó el primer millón de dólares para que Bill Clinton, que era gobernador, pudiera iniciar la campaña que lo llevó a la Casa Blanca. Dos congresistas de Arkansas le escribieron a la secretaria de Estado Madeleine Albright pidiéndole que “encauce al gobierno argentino para vetar” una ley bonaerense que pretende reglamentar en su territorio la actividad de los hipermercados. Esto vendría a ser una típica conducta imperialista.
La cuestión es que, por asuntos del globo o del imperio, la Argentina es abusada por todos lados, aunque sea grande de tamaño y rica de recursos, “bendecida por Dios y maldecida por los hombres”, como dicen los sicilianos honestos de su región asolada por la mafia. De acuerdo con el pensamiento que prevalece dentro y fuera del gobierno nacional, para sobrellevar tantos infortunios la Argentina contaría en este mundo sólo con la protección del Fondo Monetario Internacional (FMI) a cambio de un cierto precio, por supuesto, que incluye el derecho a interferir en los asuntos internos con el estilo de los congresistas de Arkansas, pero sin necesidad de intermediarios. Esto no significa, de ninguna manera, que la nación sea una virtuosa doncella que se desbarranca por el mal camino empujada por el malandra que le prodiga amor con el perverso propósito de explotarla. Va de la mano del gobierno en el que confió, porque le prometen una y otra vez que los golpes y machucones, a la larga, valdrán la pena.
El FMI, en definitiva, tiene una sola idea fija: asegurar la renta anual de los acreedores, para lo cual vigila que las promesas de pago no sean vanas. Su método de recaudación es primitivo: aparta el pedazo de torta que les toca y que los demás se arreglen con el resto, si queda. Considera que la responsabilidad única por el compromiso es para el deudor al que, sin embargo, trata de retener en esa condición con obligaciones cada vez más elevadas y bajo la amenaza de castigos infernales por incumplimiento. No se conoce ningún caso de país alguno en el que esos requisitos hayan promovido el desarrollo sostenido, pero hay numerosos ejemplos de lo contrario. En la ortodoxia del FMI lo único que importa de un país es su capacidad de pago. Ayer, en su mensaje inaugural como presidente de México, Vicente Fox prometió una versión distinta: “La calidad de una sociedad –dijo– no depende de su capacidad de producir riqueza sino de la equidad para distribuirla”. En el palco de invitados había varios mandatarios de América latina, entre ellos Fernando de la Rúa, que alguna vez también prometieron lo mismo.
La relación de un Estado nacional con el FMI es siempre desigual, porque al peso específico del organismo se suma en cada país el de los capitales financieros y grupos económicos concentrados que aprovechan el envión para exigir la cancelación de la mayor cantidad posible de derechos y garantías laborales y sociales. Estos “mercados” desconocen la salud, la educación, el trabajo, la justicia, la seguridad, la vivienda, como mandatos constitucionales y los perciben como meras oportunidades comerciales para acrecentar la rentabilidad de sus empresas.
Los negociadores gubernamentales podrían equilibrar esa relación de fuerzas y mejorar el grado de equidad distributiva si atraen a su lado a la mayoría del pueblo y utilizan la protesta social como aliada en la pujainevitable. El gobierno de la Alianza eligió, en cambio, seguir el curso trazado por el menemismo –“ya que no los puedes vencer, únete a ellos”–, sin tener en cuenta que las condiciones del mundo y del país ya no tenían viento de popa como en los años 1991/94. Asumió que la deuda social podría esperar un par de años y que, en ese tiempo, la prosperidad internacional empaparía la recesión nacional hasta disolverla.
Los resultados están a la vista de cualquiera: la recesión continúa, el futuro ha desaparecido de la credibilidad pública, los deberes de deudor no se agotan nunca, empobreció todavía más a su propia base electoral, defraudó las expectativas inaugurales y cayó como una piedra en la consideración popular. Impuso sacrificios que hoy se muestran inútiles ya que la amenaza de cesación de pagos sigue pendiente como el primer día de gestión y, encima, transfirió las banderas de justicia social a los disidentes propios y a los adversarios políticos, sin contar que reinstaló en el escenario nacional a Domingo Cavallo, que había conseguido el diez por ciento de los votos en todo el país.
No pudo siquiera sostener el estandarte contra la corrupción, porque tuvo que ir a buscar el respaldo a las medidas concertadas con el FMI entre los mismos que antes señalaba con el índice estirado. Mientras tanto, los jefes de los dos mayores partidos de la coalición han enmudecido “para no molestar”. No es casual que el pacto con los gobernadores eludiera cualquier compromiso para bajar las dietas y prebendas de las legislaturas provinciales que escandalizan al sentido común o que la investigación por los sobornos en el Senado haya entrado en el mismo cono de sombra que protegió de las miradas a los funcionarios menemistas sospechados y acusados por la misma Alianza hasta hace un año. En lugar de construir “otra política”, como prometía, está aferrada a las prácticas tradicionales como si fueran su única tabla de salvación. En vez de crear empleos no pudo mantener los que existían cuando asumió y, por toda explicación, la ministra de Trabajo pretende convencer a la población de que la situación mejora por una rebuscada diferencia de cuatro décimos en el promedio general de la medición estadística.
Cuando uno cree que las tropelías contra las condiciones de vida de las mayorías se han agotado, siempre aparece otro dato devastador. De regalo navideño, el ministro Machinea anunció aumentos en las tarifas de los transportes públicos, en tanto las transferencias multimillonarias a las AFJP y a las empresas de medicina prepaga desequilibran aún más la inequidad en la distribución de las riquezas. Se ofendió, además, porque los diputados se negaron a convalidar la piedra libre para despedir empleados estatales. Estas son las respuestas oficiales a la última huelga general, que consiguió el mayor grado de adhesión registrado durante los tres gobiernos elegidos en las urnas a partir de 1983.
No son decisiones económicas las que agravan el mal humor en la calle. Es una visión global que hace agua por todos lados. El Presidente jamás encontró la oportunidad de lamentar el asesinato de dos piqueteros, al menos uno por bala policial, y a Raúl Castell, acusado de “extorsionar” a un supermercado por comida le cuelgan un collar electrónico que controla sus pasos, pero el múltiple homicida Emilio Massera disfrutaba de libertad para andar por donde le diera ganas, si no fuera por la vigilancia de HIJOS, que no olvidan.
En el “otro país posible” que auguraban hace poco más de un año, la democracia sería participativa. Las crónicas parlamentarias daban cuenta ayer de que al final de la maratónica sesión en la que se aprobó el Presupuesto 2001, retocado por la disidencia oficial y la oposición, fue descartada la consulta popular vinculante, como lo ordena la Constitución de 1994, y también el acceso a la información que obligaría a todas las dependencias estatales a suministrar datos cuando lo solicite cualquier ciudadano. Es abrumador el repertorio de calamidades, aparte de lasinundaciones y otros desastres naturales, que soporta la mayoría de la población, pero el recuento completo es casi inútil porque deprime a las víctimas y deja indiferentes a los poderes.
Hay un dato llamativo: en los discursos que se difunden al país entero, en los documentos que se firman, en los argumentos remanidos sobre el futuro ajuste del ajuste anterior, cada vez son más escasas las menciones a las personas. El desempleo, el hambre, la salud, la educación y todos los índices que dibujan el desarrollo humano han sido reducidos a estadísticas, porcentajes, abstracciones econométricas, cifras en columnas contables. En esa confección de la realidad, los cuatro décimos de la señora Bullrich pretenden ser un aliciente para un país que podría albergar tres veces la población turca y dieciséis veces la búlgara pero, en cambio, expulsa a sus pobladores del campo a la ciudad, luego del trabajo y el consumo a la pobreza y la exclusión y a otros obliga a recorrer la trayectoria inversa de los inmigrantes que bajaron de los barcos en estos puertos en busca de otra oportunidad y de nuevas esperanzas. Cuando las personas dejan de importar, ¿qué otra cosa tiene sentido?


 

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