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VISITA AL “SARCOFAGO” DE LA CENTRAL NUCLEAR DE CHERNOBYL
Un cierre que no conjura la amenaza

La planta atómica donde se produjo la catástrofe de 1986 fue desactivada ayer en forma definitiva. Aquí, la crónica de un recorrido por el lugar del accidente: un sarcófago que guarda los restos radiactivos y el peligro latente de una fuga. Quejas de los ucranianos por la clausura.

A las 13.17, hora local, la planta quedó desactivada.

Por Luis Matías López *
Desde Ucrania

Fue un movimiento de manivela y una hora después el reactor número tres dejó de funcionar. La central nuclear de Chernobyl fue clausurada definitivamente ayer para satisfacción de buena parte del mundo, desconsuelo de los empleados y desconfianza de los ucranianos, temerosos de que los habituales cortes de luz en Ucrania se multipliquen al infinito. La fatídica planta que ahora es historia es la misma que estalló el 26 de mayo de 1986 y provocó 300.000 muertes y la contaminación por entonces de tres cuartas partes de Europa. El esfuerzo ciclópeo que hicieron decenas de miles de seres humanos para contener la radiación que vomitaban entonces los restos del reactor número 4 se aprecia en toda su magnitud al visitar el interior del sarcófago que esa gente construyó poniendo en peligro la vida. La central nuclear de Chernobyl dejó de operar ayer, pero las consecuencias de la catástrofe y la amenaza de nuevas contaminaciones perdurarán durante muchos años.
La principal amenaza que supone la central nuclear no se localiza en el reactor número 3, que fue desactivado ayer de la red eléctrica. El peligro real procede, todavía, del número 4, que el 26 de abril de 1986 saltó por los aires en el peor accidente de la historia de la energía atómica para uso civil. Una enorme estructura de cemento, que se conoce como el sarcófago, encierra desde hace 14 años más de 150 toneladas de combustible atómico, así como grandes cantidades de polvo y otras sustancias altamente radiactivas que, de ser liberadas a la atmósfera, dejarían chica la bomba de Hiroshima.
Teóricamente, esa aterradora basura está a buen recaudo, cubierta por arena, mármol molido, plomo, boro y cemento. Fue enterrada mediante una espectacular y arriesgada operación, en la que se utilizaron desde grúas gigantescas controladas a distancia hasta helicópteros. Miles y miles de improvisados bomberos, que han pasado a la historia del heroísmo con el nombre de “liquidadores”, se jugaron la vida y, en ocasiones, la perdieron por culpa de la radiación. También eran “liquidadores” quienes, en los ocho meses siguientes, construyeron el sarcófago, el más singular de los cementerios nucleares, porque no contiene residuos, sino material radiactivo en estado puro.
Durante una visita al corazón de esta impresionante estructura, se podía apreciar la magnitud de aquel esfuerzo, pero también las fallas a las que forzó la urgencia con la que hubo que efectuar los trabajos.
Para entrar al sarcófago hace falta una autorización especial de la dirección de la empresa del visitante, en la que se acepta el sometimiento a una dosis radiactiva importante, aunque teóricamente no peligrosa para la salud. Hay que firmar documentos en los que se acepta el riesgo de radiaciones ionizantes, la ausencia de ventilación, la caída ocasional de materiales, apagones y otras amenazas cuya relación sería interminable. Hay que desnudarse, ponerse dos pares de pantalones blancos, camisa, chaqueta, gorro, calcetines, guantes, casco, botas, chaquetón y máscara con filtro. Con eso, y un dosímetro que mide la radiación acumulada, se inicia la incursión por una entrada en la que trabajan varios albañiles en turnos de sólo hora y media.
Lo que hay dentro es impresionante. Ahí está la sala de control del reactor número 4, respetada por la explosión, aunque reducida a una ruina, como una casa que llevase 14 años deshabitada. No está el botón que, al ser pulsado, desencadenó la catástrofe. Se lo llevaron a Estados Unidos. Queda el agujero sobre el que se encontraba y los paneles de control.
Hay escaleras siniestras, aunque aparentemente sólidas, que conducen casi hasta el techo del sarcófago. Desde allí se observa una impresionante galería descendente, construida después del accidente para abrir desde ella orificios a diversos niveles hacia la sala del reactor para detectarel lugar en el que se acumuló el veneno radiactivo. Se trataba de llegar al epicentro del horror.
No muy lejos está la sala de bombas, completamente destruida, con restos de los miles de sacos llenos de materiales para enterrar el veneno atómico que se lanzaron desde helicópteros. Muchos de ellos –junto a miles de camiones, excavadoras, grúas y todo tipo de herramientas– están enterrados, envenenados para siempre.
No se puede estar en esa sala más de tres minutos. Hay zonas en las que la radiación es de hasta 5 roentgen. Aterra pensar que, en los días que siguieron a la catástrofe, se trabajó allí transportando los materiales a mano. Peor aún fue en el techo, donde se acumularon enormes fragmentos de materiales radiactivos. Los “liquidadores” trabajaban en turnos de un minuto retirando los materiales más asesinos. Varios de ellos pagaron el esfuerzo con su vida.
El sarcófago está muy lejos de ser una estructura hermética y estable. Hasta hace un año era considerable el riesgo de que las vigas que sustentaban el techo se derrumbasen y provocaran otro desastre. Entonces se logró estabilizarlo, gracias a un gran esfuerzo económico y de ingeniería. El enorme ataúd está, literalmente, lleno de parches. El agua y la nieve se cuelan por toneladas cada año. Dentro, la humedad y la corrosión hacen estragos, y no se sabe exactamente lo que ocurre en el corazón del reactor. Hacia fuera, la radiación se escapa por numerosas fisuras, lo que explica las altas cifras que registran los medidores. Por eso el sarcófago es una amenaza, la gran amenaza de Chernobyl.

* (De El País, de Madrid, especial para Página/12.)

 

Cierre con protestas

El mundo está de fiesta por el cierre definitivo de la central nuclear ucraniana de Chernobyl, escenario de la mayor catástrofe de la historia de la energía atómica para usos pacíficos. Pero en la planta se ofició un funeral. Ayer, a las 13.17 (8.17 hora argentina), quedó desconectado definitivamente de la red eléctrica el reactor número 3, único activo de los cuatro originarios. Muchos técnicos altamente calificados, que se sienten traicionados, preparan las maletas para irse del país y están dispuestos a buscar trabajo donde lo haya. Mejor en Occidente pero, si fuese imposible, no le harían asco a Irán, Irak o Corea del Norte, todos ellos en la lista norteamericana de Estados “delincuentes”.
La mayoría de los trabajadores de Chernobyl llevan estos días brazaletes negros sobre sus batas blancas y se muestran furiosos por la clausura de la central, que consideran absurda y puramente política. Acaban de cobrar, pero son conscientes de que muchos de ellos tendrán ya pocos sueldos más que llevar a casa. De los 6 mil empleos generados por la central atómica, se perderán más de la mitad. El alivio en Occidente no es compartido en Ucrania, donde prima la preocupación por la grave crisis energética.

 

UNAS 300 MIL PERSONAS MURIERON POR LA RADIACION
Quinientas veces Hiroshima

Por L.M.L
Desde Ucrania

Es cierto que, si alguna vez existió, el mito de la energía atómica limpia saltó en pedazos en abril de 1986 junto con el reactor número 4. Catorce largos años después, el recuerdo de aquella catástrofe parece pesar menos que las consecuencias inmediatas que acarreará el cierre, tanto laborales como económicas y sociales. Sin embargo, la huella de Chernobyl sigue patente: unas 2 mil personas murieron en los días posteriores a la explosión y unos 300 mil fallecieron posteriormente, como consecuencia de la radiación.
La nube radiactiva –producto de un estallido 500 veces más potente que la bomba de Hiroshima– cubrió casi toda Europa central, desde Turquía hasta Suecia. Ucrania, donde se halla la plantar nuclear, y la vecina Bielorrusia, con frecuencia olvidada a la hora de evaluar el impacto del accidente pero que, proporcionalmente a su población, fueron las principales perjudicadas.
Los cálculos más pesimistas sostienen que hay en estos dos países, y en Rusia, más de 9 millones de afectados de una u otra manera por el accidente. Es una cifra probablemente exagerada por una picaresca que permite a veces cobrar pensiones de forma fraudulenta u organizar vacaciones gratis en otros países para niños perfectamente sanos a los que se cuelga en la ocasión la etiqueta de víctimas de Chernobyl.
Sin embargo, abusos aparte, el impacto de la catástrofe resulta estremecedor. Dos ciudades (Pripiat y Chernobyl) y 74 aldeas de las cercanías de la central, con una población total cercana a las 100 mil personas, fueron evacuadas en los días que siguieron al accidente, y muchas más de áreas cercanas fueron trasladadas a zonas libres de radiación. De los 800 mil “liquidadores”, llegados de toda la URSS, hay 70 mil oficialmente inválidos, tan sólo en Ucrania. Oficialmente, se admite que en esta república ex soviética hay 3,4 millones de afectados que precisan ayuda médica, la mitad de ellos niños.
También la tierra, los árboles y el agua están enfermos, sobre todo en la zona de exclusión de 30 kilómetros alrededor de la central, y pasarán siglos hasta que vuelva a recuperarse. El impacto económico ha sido, y lo sigue siendo, terrible.

 

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