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el Kiosco de Página/12

La Estrella de Miguel Angel
Por Alfredo Leuco

Miguel Angel no es una estrella fugaz de esas que al estilo Pentrelli dicen toco y me voy. Miguel Angel es una de esas estrellas que toca y se queda a vivir para siempre en el corazón de los humildes. Porque anda recorriendo el mundo como parte de una constelación que ilumina la solidaridad con los que menos tienen y con los que más necesitan.
Miguel Angel Estrella es uno de los pianistas más talentosos del mundo y es más fácil encontrarlo tocando en las cárceles y en los hospitales o en los centros de refugiados o en los barrios más pobres que en los grandes teatros de las marquesinas y los escenarios de lujo.
Miguel Angel Estrella es uno de esos argentinos que nos ponen orgullosos. El martes, su gigantesco cuerpo celeste de morocho pequeño y tucumano recibió el premio máximo que otorga el alto comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados. Y se hizo justicia con un hombre que siempre luchó contra todo tipo de impunidades y fue una gran ocasión para rescatar su ejemplo ético. Para contar parte de su vida y de su ejemplo. Para decir que este hijo de una santiagueña dulce y de un libanés poeta a los 10 años quedó encandilado por otra estrella que en aquellos tiempos de la historia parecía de otra galaxia: Eva Perón. La vio de cerca. Vio su luz y recibió su ayuda y a partir de ese momento tuvo tres certezas para toda la vida: que sería pianista, cristiano y peronista.
Para concretar la primera de las certezas estudió en el conservatorio de Buenos Aires donde todos se dieron cuenta de que había sido tocado por la varita mágica del genio. Para militar en las otras dos certezas se convirtió en asesor del gremio más combativo y más dulce de Tucumán, el de los trabajadores azucareros, y en delegado de la Federación Indígena de su provincia. Su música gustaba cada vez más a todos, pero su letra disgustaba cada vez más a los autoritarios. Así que un día nefasto de 1974 fue amenazado por la Triple A y como tantos artistas populares tuvo que marchar al exilio. Estrella dejó en Argentina la estela de sus hijos. Otro día nefasto, pero de 1977, intentó encontrarse con ellos en Montevideo, pero fue secuestrado por la dictadura uruguaya. Fue humillado y torturado en las catacumbas del terrorismo de Estado. Se ensañaban con sus dedos finos, lo amenazaban con cortarle las manos como ya habían hecho con Víctor Jara en Chile los momios de Pinochet.
Pero la estrella de Miguel Angel no se apagaba. Mientras más lo torturaban más pensaba en Bach. Mientras más golpeaban sus dedos más se concentraba en las obras del señor Juan Sebastián. Se aferraba a la música para no hundirse en la noche y utilizaba de barrilete para hacer volar su imaginación. La música era su esperanza. Su ilusión de libertad, su canto a la vida frente a tanta muerte. La música de Estrella era exactamente lo contrario de los objetivos de las dictaduras de América latina y sus planes Cóndor. La música era su resistencia.
Era una forma de regalarle una paloma al hijo del carcelero. Un día ese carcelero no aguantó más y le preguntó: por qué Miguel Angel Estrella, el pianista de fama mundial, seguía tocando para la negrada cuando podía vivir como un rey en Londres o en París tocando sólo para los señores de frac y las señoras de largo. Estrella miró a su carcelero profundamente y le respondió con cuatro palabras:
–Que Dios te bendiga.
Ese día Miguel Angel Estrella decidió que, si podía salir de ese infierno fundaría un paraíso, una organización humanitaria llamada Música Esperanza que sirviera para ayudar a todos los que han venido a este mundo sólo a padecer. Desde la negrada de Tucumán o Jujuy hasta los heridos de Bosnia o los marginados del Líbano. La sangrante tierra de su padre. Y en 1982 lo consiguió. Fundó Música Esperanza y hoy tiene 55 filiales en todos los continentes y le da su mano de hermano gracias al aporte de la Unesco (que es el organismo dedicado a la educación y la cultura de Naciones Unidas) y a la mitad de lo que recauda en los 100 conciertos que ofrecepor año en todo el mundo. Por suerte para todo el mundo en aquel momento en el que Estrella estaba detenido desaparecido, la presión internacional de artistas e intelectuales permitió que lo blanquearan. Que los terroristas de Estado uruguayos y argentinos dieran el brazo a torcer y reconocieran que Estrella estaba privado de su libertad en el penal llamado Libertad que queda a 60 kilómetros de Montevideo. Después lo dejaron salir a Canadá. Y después se fue a Francia donde le hicieron chapeau a su música exquisita y le abrieron la puerta de los teatros más famosos.
En París todas las semanas iba a la puerta de la embajada argentina para pedir por los desaparecidos, para pedir aparición con vida y castigo a los culpables, en una de esas rondas por las que a veces aparecía Catherine Deneuve y en la que nunca faltaba Danielle Mitterrand conoció a Simone Signoret de la que se enamoró para siempre.
Se enamoró de su belleza descomunal, de sus ovarios como planetas, de su tozuda presencia para levantar la voz del reclamo y para agitar como banderas fotografías de rostros secuestrados hechos pancartas. El día que su hija le dijo a Miguel Angel Estrella que Simone Signoret había muerto el changuito tucumano se quedó sin habla y estuvo tocando durante 8 horas seguidas el piano. Agachaba la cabeza y en lugar de salir lágrimas de dolor de sus ojos le salían melodías de Chopin de sus dedos. Fue su despedida, su marcha funeraria para Simone, ocho horas seguidas de Chopin. Hoy, cuando Estrella va a las cárceles a dar conciertos, les cuenta a los presos la historia de Chopin. Les habla de ese polaquito patriota y libertario que un día se las tuvo que picar de su país porque se negó a tocar para los carniceros de los zares de Rusia que habían invadido Polonia.
A Estrella le gusta contar esta historia y cuando el clima de misterio y de utopía ya está suficientemente crecido acaricia su piano como Diego a la pelota y hace magia sacando de su galera el concierto número uno en mí menor.
Y en ese momento no hay preso que no llore. Y no hay enfermo que no sienta que puede curarse. Y no hay pobre que pierda la esperanza más larga que esperanza de pobre que como todos sabemos es lo último que se pierde.
Y todos lloran de felicidad con tan poco.
Y él mejor que nadie sabe que la música es esperanza. Es ilusión. Anhelo, fe.
Hoy, a los 60 años, Miguel Angel Estrella debería ser una especie de lucero del alba para los argentinos. Un ejemplo que nos ilumine en las noches más oscuras.

REP

 

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